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Jubileo monástico del P. Ramon Ribera (1 juny 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (1 junio 2020)

Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.

Génesis 3:9-15 – Juan 19:25-34

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Esta frase, hermanos y hermanas, es la base de la celebración de Santa María como Madre de la Iglesia. El Papa Francisco, desde hace tres años, estableció que el lunes después de Pentecostés se hiciera memoria de la maternidad espiritual de la Virgen sobre todos los discípulos de Jesús. Es una consecuencia de un hecho anterior. El Papa Pablo VI, al final de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, declaró María “Madre de la Iglesia”, es decir, de todo el pueblo cristiano, fieles y pastores.

Recordemos brevemente este pasaje de la escena evangélica que hemos escuchado. Jesús, antes de morir, desde la cruz deja un testamento de amor a su madre y al discípulo amado. Pide a María que acoja en su solicitud maternal a este discípulo y a este discípulo le da María por madre y con ello le pide que tenga una actitud filial hacia ella. Pero la comprensión de la Iglesia ve un alcance más amplio en este testamento de Jesús. Se da cuenta de que este discípulo personifica a todos los discípulos de Jesús, los de la primera hora y todos los que lo serán a lo largo de los siglos. Este discípulo personifica, por tanto, la Iglesia, que es la comunidad que reúne a todos los discípulos de Jesús. Y, con una perspectiva más amplia, personifica a la humanidad entera. A todos nos ha sido dada María como Madre. Y ella nos recibe como hijos y acoge la misión de cuidar de todos los que Jesucristo ha engendrado en la cruz entregándoles el Espíritu Santo. María se convierte así, cerca del nuevo árbol del nuevo paraíso, que es la cruz (Gn 2, 17), en la nueva Eva, la madre de todos los que viven (cf. Gn 2, 20). Esta misión maternal, María la empezó a ejercer desde los primeros inicios de la comunidad cristiana, cuando ella junto con los apóstoles y otros discípulos de Jesús perseveraban en la oración en espera del don del Espíritu Santo. María ejerció esta nueva misión de la maternidad confiada por su Hijo, orando, haciendo comunidad, amando y sirviendo, testimoniando la vida de Jesús en medio de los que estaban reunidos en aquella casa de Jerusalén (Hch 1, 12-14). Adán dijo a Dios, según hemos escuchado en la primera lectura: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí (Gn 3, 12). María, en cambio, la mujer puesta al lado de Jesús, y enemistada radicalmente con el poder del Mal, en su misión maternal nos guía hacia la vida nueva que brota del costado abierto de Jesús. Esta maternidad espiritual de María se hace presente cada día en esta casa de Montserrat, ella acoge y consola a todos quienes la invocan para llevarlos a Jesús.

El testamento de Jesús en la cruz, encarga una nueva misión a su Madre que abarca a todos los discípulos, a todo el pueblo cristiano. Y esta misión de María continúa después de su Asunción al cielo, desde donde sostiene el pueblo cristiano que peregrina en la tierra y a toda la humanidad con su oración de intercesión y con su solicitud llena de misericordia y portadora de esperanza. Es Virgen y Madre de la Iglesia.

Ahí tienes a tu madre. Pero el testamento de Jesús también encarga una nueva misión al discípulo amado. En un signo de confianza, le es dada María porque con amor filial la acoja, no sólo físicamente en su casa, sino también y sobre todo en lo más íntimo de sí mismo. Tal como he dicho antes, este discípulo representa a todos los discípulos de Jesucristo, a toda la Iglesia. En él, pues, Jesús nos da su madre como madre nuestra y nos llama a acogerla en lo más íntimo de nuestra vida interior. Y esto quiere decir imitarla en el modo de acoger la Palabra de Dios llena de apertura del corazón y de amor agradecido, significa poner toda nuestra existencia al servicio de la voluntad de Dios, dejar que Jesucristo crezca en el nuestro interior para identificarnos cada vez más con él, significa servir a los demás con amor, ver la historia con los ojos de la fe en el Dios que la lleva, testimoniar la esperanza de la plenitud futura. Y, para poder hacerlo a pesar de nuestra poca cosa, significa invocar María y confiar en su solicitud maternal.

Le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. A Jesús, después de haber cumplido todo lo que decía la Escritura y de haber entregado el Espíritu, la lanzada de un soldado le abrió el costado y en brotó sangre y agua.Más allá de la explicación natural que esto puede tener, la mirada contemplativa del evangelista ve una realidad más profunda. A partir de la enseñanza de Jesús, el agua evoca el don del Espíritu Santo (cf. Jn 7, 37-38) y la sangre, la vida eterna otorgada, también según la palabra de Jesús, a quienes la beben (Jn 6, 53-55). Espíritu y vida que son comunicados a los creyentes a través de los sacramentos, sobre todo a través del bautismo y la confirmación y de la Eucaristía, que son los que dan vida a la Iglesia. La muerte de Jesús no es el final de una existencia. Es el nacimiento de una vida nueva. Por ello podemos hacer un paralelo con el libro del Génesis; allí Eva, la esposa, sale del costado de Adán dormido (cf. Gn 2, 21-22). Aquí, la Iglesia, esposa de Jesucristo, el nuevo Adán, nace, gracias a los sacramentos, de su costado abierto mientras duerme en la cruz. Los nuevos discípulos estimados dados a María como hijos nacemos, pues, a la vida cristiana del costado abierto de Jesús.

La memoria de Santa María, Madre de la Iglesia, nos hace entender que la vida cristiana debe estar arraigada en el misterio de la cruz, unida a la oblación que Jesucristo hace de sí mismo al Padre y ayudada por la oración de Santa María, que se unió a la ofrenda de su Hijo; y, por ello, a la misión de ser la madre del Redentor, le fue confiada la de ser madre de los redimidos.

Hoy, lunes después de Pentecostés, se cumplen los cincuenta años de profesión de nuestro P. Ramon Ribera Mariné. Damos gracias junto con él por todos los dones que el Señor le ha hecho durante estos años de vida monástica y por todo el bien que ha hecho a través de él a favor de tantas personas, particularmente a través de la difusión de la Palabra de Dios y del anuncio de Jesús, el Mesías de Israel y Salvador de toda la humanidad. Ahora que renovará su compromiso monástico en el seno de nuestra comunidad, rogamos que cada día más se puedan hacer realidad en él aquellas palabras del salterio: Feliz […] el que ama de corazón la ley del Señor y la repasa de noche y de día (Sal 1, 2); el Señor será su pastor, el hará descansar en verdes praderas junto al agua, y, ni que pase por cañadas oscuras, no tendrá miedo de ningún daño, porque la bondad y el amor del Señor le acompañan y le prometen que vivirá por años en la casa del Señor (Sal 22, 1-4.6).

 

Última actualització: 5 junio 2020