Homilía del P. Josep M. Soler, Abad de Montserrat (3 de octubre de 2020)
Job 19:1.23-27 / Romanos 8:14-23 / Juan 17:24-26
Estimados Sr. Arzobispo, hermanos monjes y concelebrantes, autoridades, hermana y familiares del P. Hilari, hermanos y hermanas en Cristo:
En el libro de Job que hemos leído en la primera lectura, hemos encontrado un testimonio de fe que a la luz de Jesucristo toma todo su significado. Y que en estos momentos de separación de un ser querido nos ofrece un consuelo y una esperanza sólidos. Estas palabras de Job, leídas desde la perspectiva evangélica, expresan, también, la convicción profunda que ha empapado toda la vida del P. Hilari.
Recordémoslo. Job decía: Yo sé que mi defensor vive y que él será mi abogado aquí en la tierra. Y aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, veré a Dios. Con mis propios ojos he de verlo yo mismo. En último término, al final de la vida terrena de una persona, lo que cuenta es saber que tenemos un defensor, que nos protege de lo que pueda haber de menos acertado en la vida y que nos protege del poder de la muerte misma. Este defensor, tal como dice Job, nos llevará a contemplar a Dios, nos llevará a la vida para siempre.
Este defensor vivo es Jesucristo, que vive tras haber experimentar las angustias de la muerte. Él puede atestiguar a favor nuestro porque ha clavado en la cruz el documento donde constaban todas nuestras negligencias y nuestros pecados (Ef 1, 7). Puede atestiguar a favor nuestro porque él ha pagado nuestra deuda y nos ha liberado (cf. Rm 5, 5-8). Uniendo nuestro sufrimiento y nuestra muerte a los suyos, nos apoya también en el momento del traspaso y nos anuncia la buena nueva de la vida para siempre y de la glorificación cerca de él en su Reino.
Por eso podíamos cantar en el salmo: los que esperan en ti no quedan defraudados. El Señor, en el amor que nos guarda desde siempre, se compadece, mira nuestra aflicción y nuestras penas, ensancha nuestro corazón oprimido, nos perdona y nos saca de la desgracia de la muerte. Porque es nuestro defensor, que fue muerto y ahora vive para siempre y tiene las llaves de la muerte y del abismo (Ap 1, 18). Para ser defendidos por él, simplemente basta con no cerrarse a su obra de amor.
Este mismo mensaje intuido en la primera alianza, lo encontrábamos, ya desde la luz pascual, en la carta de San Pablo a los cristianos de Roma. El apóstol daba un paso más de lo que podíamos deducir de una lectura cristiana del texto de Job y del salmo, y nos hablaba de nuestra filiación divina. Somos hijos de Dios por don, gracias a Jesucristo y al Espíritu Santo, que es el otro defensor que el Padre nos ha dado (cf. Jn 16, 7-11). Y Pablo decía, todavía, los sufrimientos de esta vida, y la muerte misma, son como unos dolores de parto de la vida nueva que nos es otorgada. Por eso podemos vivir siempre en la esperanza de ser redimidos y glorificados una vez hayamos sido liberados de todo lo que nos esclaviza, del dolor y de la muerte. Esta es nuestra esperanza empapada de fe y de oración en la muerte del P. Hilari.
Él, había nacido en Madrid en 1928, de padres ripolleses, que el año siguiente se trasladaron a Barcelona. Educado en los escolapios de Balmes, de joven había pertenecido al grupo de universitarios católicos catalanistas “Torras y Bages”. Se licenció en Derecho en la Universidad de Barcelona. En 1951, fue detenido, procesado y encarcelado en el Castillo de Montjuic por su antifranquismo activo y por sus actividades a favor de Cataluña y de sus derechos. En 1954 ingresó en nuestro monasterio. Él solía explicar que en ese momento no sabía demasiado en qué consistía la vida monástica, pero que veía que en Montserrat podría servir a Dios y Cataluña. Profesó un año después y en 1960 fue ordenado sacerdote. Empezó entonces una larga trayectoria de estudios y de servicios pastorales difícil de resumir. En la Sorbona de París, en 1960 se licenció en Sociología y obtuvo en el Instituto de Estudios Sociales, también de París, el Diploma en Estudios Superiores en Ciencias Sociales y Políticas. En 1975 obtuvo el Doctorado en Derecho en la Universidad de Barcelona y en 1979, después de hacer unos cursos en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, se licenció en Teología bíblica en el Pontificio Ateneo de San Anselmo también de Roma. Del 1962 al 1965 y de 1968 a 1972 formó parte de la comunidad benedictina de Medellín, fundada por nuestro monasterio en Colombia. Allí fue maestro de novicios, profesor en el Instituto de Liturgia del CELAM, en el seminario mayor de Medellín en la Universidad Bolivariana, además de formar parte del Secretariado Nacional de Liturgia de Colombia. Antes de ir a Colombia había fundado la revista “Documents d’Església “.
Vuelto a Montserrat en 1975, fue profesor en el Centro de estudios teológicos del monasterio, en la Facultad de Teología de Barcelona y al CEVRE. También col laboró activamente en la pastoral del santuario e hizo acompañamiento espiritual de muchas personas. Su trabajo de investigación en el ámbito de la historia, particularmente en la época de la guerra civil de 1936 y también de cómo esta implicó a la Iglesia, ha sido muy extenso; y merecen ser destacados los cinco volúmenes del Archivo de la Iglesia catalana durante la guerra civil. También son notables, por su capacidad pedagógica y divulgativa, sus publicaciones sobre los salmos y sobre la Liturgia de las Horas. El P. Hilari fue miembro del equipo internacional del Istituto por le Scienze Religiose de Bologna, que, dirigido por el profesor Giuseppe Alberigo, publicó la Historia del Concilio Vaticano II. Últimamente había publicado algunos textos de reflexión bíblica y cristiana a cuatro manos con Oriol Junqueres. Su labor investigadora fue premiada, entre otros galardones, con la Cruz de Sant Jordi y con la Medalla de Oro de la Universidad de Barcelona.
Valga este resumen para ver como el P. Hilari, en su vida de monje, ha servido a Dios, a la Iglesia y a Cataluña. Una Iglesia y una Cataluña que quería libres de toda servidumbre injusta. Era un hombre de fuertes convicciones y muy recto, que sabía unir a un gran sentido del humor. Mantenía fuertemente sus posiciones y sabía defenderlas con pericia de abogado. Esto en algunos momentos de su vida le supuso encontrarse en situaciones difíciles. Sus profundas convicciones cristianas, en cambio, lo llevaban de una manera u otra a procurar superarlas desde la caridad fraterna.
Job decía que contemplaría a Dios. Y Jesús en el evangelio pedía que aquellos que el Padre le ha dado puedan estar con él, el Señor y Defensor, y así vean su gloria. Ahora, todos unidos -los monjes, los concelebrantes, su hermana Isabel, sus familiares y amigos– ofrecemos la Eucaristía para que el Señor, en su amor, lo purifique de las faltas que haya podido tener y le conceda contemplarlo en su gloria.
Así se cumplirá el deseo profundo del P. Hilari, tal como lo expresaba en 2014, cuando decía: “estoy a punto de cumplir ochenta y seis años y miro atrás, como lo hacía Juan XXIII cuando, en sus postrimerías contemplaba “la ‘umile arco della mia vita”, [es decir] la parábola que describe mi vida, ya en la parte descendente cerca de su término. Veo una trayectoria muy diferente de la de Roncalli – Juan XXIII, pero como él contemplo cómo Dios me ha acompañado siempre con su providencia amorosa, y eso me hace esperar confiado el final y el más allá “(cf. D. Pagès , ¿Qué te ha enseñado la vida ?. 2019, p. 144)
Última actualització: 5 octubre 2020