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Fiesta de la Sagrada Familia (29 diciembre de 2024)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monjo de Montserrat (29 de diciembre de 2024)

1 Samuel 1:20-22.24-28 / 1 Juan 3:1-2.21-24 / Lucas 2:41-52

Poco sabemos de la infancia de Jesús, pero sí sabemos que quiso nacer y vivir en una familia, y experimentar nuestra existencia humana; además en una familia pobre, trabajadora, que tendrían muchos momentos de paz y serenidad, pero también de estrecheces económicas, de emigración, de persecución y de muerte. Las lecturas elegidas para esta fiesta nos ayudan a comprender qué tipo de santidad marcó la experiencia de la familia de Nazaret, sin caer en estos tópicos con los que podríamos caer en la tentación de pensar en una comunión de vida adherida al plan y la voluntad de Dios sin problemas. En el Evangelio descubrimos que la sagrada familia no se libra de aquellas experiencias amargas y dramáticas que a menudo recorren, incluso hieren, la historia de toda familia humana.

Hemos oído cómo en el viaje que los padres de Jesús, María y José, hacen a Jerusalén con Jesús, de doce años, le pierden en el templo de regreso a casa. Pensaban que Jesús estaba con los parientes o entre conocidos, pero en realidad, con el paso del tiempo y no encontrarlo, se dan cuenta de que Jesús se ha quedado en Jerusalén y, angustiados, vuelven a buscarle. Jesús había escogido deliberadamente quedarse en Jerusalén, y lo había hecho no por perderse, sino quizá por esa curiosidad tan adolescente de intentar llegar al fondo de ciertos asuntos que le preocupaban.

En definitiva, perdieron a Jesús por el camino. El efecto es previsible: pánico, angustia y ansiedad de José y María. Esto debe reconciliarnos con experiencias similares que suceden en nuestras vidas.

Esto ocurre porque, en algún momento de la vida, vivimos convencidos de que es Jesús quien debe seguirnos en lo que hacemos, y olvidamos que somos sus discípulos, y no al revés. Cada vez que perdemos a Jesús, quiere decir que hemos perdido el sentido de nuestra vida, un sentido que tantas veces falta precisamente dentro de nuestras familias o comunidades, porque siempre pensamos que es el otro el que debe mantener clara esta motivación, ese sentido profundo de por qué vale la pena amarse, por qué vale la pena mantener unida a una familia, por qué vale la pena vivir la propia existencia comprometido con el otro. Pero la Sagrada Familia es sagrada no porque no cometa errores, sino porque cuando se da cuenta de que ha perdido a Jesús por el camino, es capaz de volver atrás y buscarlo.

María y José nos muestran la humildad necesaria a tener en estos casos: «se pusieron en camino para buscarlo». A menudo, nosotros, cuando nos damos cuenta de nuestros errores, nos marchamos, nos separamos, abandonamos, seguimos adelante sin volver atrás, sin siquiera volver a buscar el sentido, es decir, volver a buscar a Jesús.

Cuando lo encuentran discutiendo entre los doctores del templo, la escena se describe así: “Al verlo allí, sus padres quedaron asombrados, y su madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos con ansia”. No se puede pedir al Corazón de una Madre que no sufra; No se puede pedir al Corazón de una Madre que no siga las huellas del hijo; No se puede pedir al Corazón de una Madre que no se sienta profundamente unida al destino de su hijo, aunque no pueda comprender plenamente todo lo que se desarrolla en la vida de su hijo. Pero María no es posesiva sino empeñada en su amor materno. Y esto es una buena noticia, porque Ella es también nuestra Madre. Esto significa que tenemos una Madre que, cuando nos perdemos, no deja de buscarnos.

Hermanos y hermanas, Que el Evangelio de hoy nos recuerde a cada uno de nosotros que es verdad que hay cosas que una vez rotas ya no podemos recomponerlas, ya no podemos pegarlas, pero muchas otras veces sólo hay que dar un paso atrás, basta con tomarnos en serio esta angustia y esta tristeza que nos traerá de nuevo allá donde estábamos, allá donde hemos perdido el conocimiento de donde se abre esta verdad, y quizá allí volver a encontrar a Jesús y que nos diga que en realidad habíamos perdido el sentido porque habíamos empezado a vivir cada uno por su cuenta, cada uno según uno mismo, cuando ser cristianos en cambio significa seguirlo. Porque sólo siguiéndolo viviremos una vida sin perderlo nunca de vista, de lo contrario siempre deberemos volver atrás cada vez que lo demos por supuesto, y lo perdamos por el camino.

 

Última actualització: 30 diciembre 2024