Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat (27 de diciembre de 2020)
1 Samuel 1:20-22.24-28 / 1 Juan 3:1-2.21-24 / Lucas 2:41-52
Queridos hermanos y hermanas:
En medio de las grandes solemnidades de Navidad, fin de año y Reyes encontramos, dentro de la octava, la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, que este año cae en domingo, memoria de San Juan Evangelista.
San José Manyanet, peregrino y devoto de Montserrat, decía: “Hacer del mundo una familia, y cada Familia un Nazaret”. La fiesta de hoy nos invita a todos nosotros a contemplar la vida interior, doméstica y casera, de la pequeña y gran Familia de Jesús, que vivía en Nazaret, en una sencilla aldea, un lugar pequeñísimo, de la región de Galilea, totalmente desconocido en el Antiguo Testamento, ignorado en el Talmud Judío, y que el historiador romano Flavio Josefo desconocía totalmente. Una localidad remota que el mismo Apóstol Natanael (conocido como Bartolomé) dijo: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). O como decían los fariseos: “De Galilea no sale ninguno de los Profetas!” (Jn 7,52). Es en este pequeño pueblo donde Jesús vivía, con sus padres, una vida retirada, normal, de trabajo, estudio, alegría y fiesta, de contemplación y silencio. Nos dice el evangelista san Lucas que hemos oído hoy: “Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría”. “Les era obediente, progresaba en sabiduría y aumentaba en gracia tanto ante Dios como ante los hombres”. (Lc 2, 39-52). Jesús era reconocido como Nazareno por su origen familiar, para que así se cumpliera el oráculo de los profetas: “llamado nazareno” (Mt 2,23). Es sobre estas venerables ruinas, bien fundamentadas, de esta pequeña casa-cueva, que los primeros cristianos construyeron rápidamente una primitiva Iglesia, que destruida, derribada, reedificada y restaurada más de seis veces es hoy en día la gran Basílica de la Anunciación de Nazaret.
El Papa San Pablo VI en su determinante viaje a Tierra Santa de 1964, una visita histórica que todavía hoy permanece viva y actual, decía: “Nazaret es la escuela donde se empieza a entender la vida de Jesús, es la (casa) donde se inicia el conocimiento del Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde, y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí en Nazaret se aprende, incluso, tal vez de una manera casi insensible, a imitar su vida Familiar”.
Estamos viviendo un tiempo marcado por la dolorosa pandemia, que desgraciadamente se resiste a marchar de nuestro pequeño planeta y, por desgracia, hemos tenido que aprender a convivir con ella desde el comienzo de la Cuaresma pasada. Mascarillas que no nos dejan ver la expresividad del rostro, obligados a mantener las distancias sociales, los líquidos desinfectantes, aislamiento total, burbuja familiar, aforo, nuevos gestos para saludarnos, teletrabajo, y la llamada nueva normalidad … Sufrimos unas restricciones laborales muy fuertes motivadas sobre todo por Coronavirus, falta de movimientos, de trabajo, de relaciones interpersonales y sociales, así como la pérdida de familiares queridos sin poder acompañarlos y hacer un duelo cristiano; pensamos ahora, sobre todo, en las residencias y hospitales. Todo esto nos era totalmente impensable… ¡y no hace, ni siquiera, un año!
El confinamiento general o parcial, motivado por Covidien-19, ha supuesto un ritmo de vida familiar mucho más interior, más doméstico. Una forma diferente de vivir: las horas, los días y las semanas reducidos dentro un pequeño hogar o residencia. Para muchas casas ha sido un tiempo de fortalecimiento de los vínculos matrimoniales y familiares, de vivir un período de comunión, de obligación familiar y de libertad. Una Escuela de perdón que no es fácil, donde cada miembro de la familia tiene su responsabilidad. Una presencia de amor cristiano generoso, gratuito y vivo. Una pequeña Iglesia doméstica con las virtudes de la casa de Nazaret.
Desgraciadamente, para muchos otros hogares ha sido un tiempo de ruptura definitiva y como siempre los más perjudicados son los hijos pequeños que con su silencio manifiestan, calladamente, su triste dolor. Todo matrimonio es dar, pero también es recibir y compartir, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad todos los días de la vida.
Hay, sin embargo, otro grupo, muy grande, de familias que viven uno: “Statu quo” de facto; un aislamiento personal, con unas fronteras invisibles, pero palpables. Un poderoso individualismo de mi “yo personal”. Un silencio significativo, fomentado sobre todo con las nuevas tecnologías. Un soportemos y te soportaré. Todos recordamos perfectamente los días negros, de niebla, de mal, pero ¿nos cuesta mucho revivir, repensar los días de alegría y de alegría? La fiesta de hoy es una pequeña invitación a romper el hielo, a hablar y fomentar lo que nos une y no lo que nos divide, a vivir con dignidad según el modelo de la familia de Nazaret. Como nos dice San Benito: “Hacer las paces antes de la puesta del sol con quien se haya reñido” y “lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie” (capítulos IV y LXX).
Como decía el Papa en la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona: “Todos necesitamos volver a Nazaret para contemplar siempre de nuevo el silencio y el amor de la Sagrada Familia, modelo de toda vida familiar cristiana” (7 -11-2010). “Hacer del mundo una familia, y cada familia un Nazaret” (San José Manyanet). Permitidme, para terminar, esta pequeña oración de Navidad:
Señor Jesús, ¡qué grandes son todas tus obras! Danos un espíritu silencioso como San José, y un corazón abierto, contemplativo, acogedor como Santa María, para que nos saciemos siempre mirando su presencia dentro del pequeño pesebre de nuestro corazón. Amén. ¡Felices Fiestas!
Última actualització: 2 enero 2021