Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (6 de enero 2021)
Isaïes 60:1-6 / Efesis 2:2-3a.5-6 / Mateu 2:1-12
El evangelio que nos ha proclamado el diácono, hermanas y hermanos, parece que nos quiera instruir más bien expresando sentimientos y actitudes que no con diálogos. Porque la parte más importante de la narración, que es el encuentro de los magos con Jesús, no contiene ninguna reproducción de palabras dichas por los personajes que intervienen. Me explico.
Primero, el evangelista nos ha dicho que los magos habían visto en el firmamento, cuando aún estaban en su tierra, en Oriente, una estrella que brillaba de una forma nueva. Y dedujeron que era la estrella que indicaba el nacimiento del nuevo rey de los judíos. Esta estrella los puso en camino y los condujo a Jerusalén, la Ciudad Santa de Israel. En este punto de la narración, sí hemos encontrado un diálogo entre los magos que preguntaban por el lugar donde podían encontrar el recién nacido rey de los judíos porque le quieren presentar su homenaje, y el rey Herodes de quien esperaban una respuesta. Herodes, a pesar del temor por el peligro de que este niño podía representar por su trono (cf. Mt 2, 13:15), se la da tras consultar a los principales sacerdotes y a los letrados conocedores de las Sagradas Escrituras. Les dice que el rey de los judíos ha de nacer en Belén de Judea.
Una vez recibida la respuesta, los magos se pusieron en camino hacia esta pequeña población de la tierra de Judá. A partir de aquí, el evangelista San Mateo ya no nos relata otro diálogo. Sólo vivencias interiores de los magos y gestos que las expresan. Estas vivencias y estos gestos, sin embargo, nos permiten entrar en el núcleo de la celebración de hoy.
La primera vivencia es la humildad expresada por todo su itinerario de investigación pero sobre todo en la postración en el suelo ante el niño; ellos, altos personajes en sus tierras, se sienten pequeños ante Jesús. La segunda vivencia de los magos es la alegría inmensa al volver a ver la estrella que habían descubierto y les había hecho ponerse en camino y que ahora, llegados a Belén les indicaba la casa donde estaba el niño que buscaban para presentarle su homenaje. Entran y lo encuentran con su madre, María. La tercera vivencia es el reconocimiento de Jesús expresado con unas acciones concretas. Se postran en el suelo, le presentan su homenaje, abren las arquetas y le ofrecen los presentes de oro, incienso y mirra. Con la postración en el suelo, reconocen en el niño Jesús su condición de rey de los judíos, de Mesías y Pastor de Israel y adoran la presencia soberana de Dios en él. Con sus presentes, además, hacen realidad lo que afirmaba la esperanza mesiánica de Israel, tal como hemos escuchado en la primera lectura y el salmo responsorial: que los reyes de oriente ofrecerían presentes al Mesías y le llevarían oro e incienso, y que le harían homenaje todos los pueblos.
Así es narrada la epifanía los magos. Es decir, la manifestación del niño Jesús a los primeros no judíos, como signo de que él ha venido a “iluminar a todos los pueblos” de la tierra (cf. prefacio), no sólo al pueblo de la Primera Alianza. Esta realidad universal, la tradición cristiana la ha expresado representándola con estos magos como pertenecientes a pueblos y razas diferentes. Porque, como escuchábamos en la segunda lectura: en Jesucristo, todos los pueblos tienen parte en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y partícipes de la promesa.
La narración no hablaba casi de miradas. Sólo mencionaba una cuando decía que los magos vieron al niño con María, su madre. Ven a Jesús con los ojos corporales llenos de alegría por haber encontrado el recién nacido objeto de su ardua investigación y, también, lo ven con la mirada de la fe que les hace descubrir la identidad de aquel niño ante el que se postran para adorarlo. Pero podemos deducir otras miradas. Ellos, unos personajes tan singulares y venidos de lejanas tierras, también fueron mirados por María y por Jesús. Quizá por José, que en el evangelio de Mateo tiene un papel muy importante en toda la infancia de Jesús, pero que en la escena de los magos no se nos dice que estuviera presente. Fueron mirados por María que, gozosa porque con su maternidad ha puesto al mundo al Salvador, les muestra a su Hijo (cf. Mt 1, 21). Y fueron mirados sobre todo por Jesús que, a través de los ojos corporales, los mira con el corazón. Porque su mirada es la de Dios, y tal como dice el Francisco, “Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón” porque mira desde el amor que lo lleva a querer a cada persona concreta sea quien sea y sea como sea (cf. Fratelli tutti, n. 281).
La epifanía, la manifestación de Jesús, continúa también en nuestros días. Jesús se deja encontrar en brazos de aquella que María representa y personifica: la Iglesia. La Iglesia continúa a lo largo de la historia la acción de poner a Jesucristo en el mundo para que pueda estar al alcance de cada persona. Nosotros, provenientes de pueblos no judíos, también hemos descubierto a Jesucristo como Salvador, como aquel que nos mira con el corazón porque nos ama tal como somos, y nos hace entrar en su herencia junto con una multitud de hermanos.
Este año la solemnidad de la epifanía está marcada, también, por la pandemia que siega vidas, perjudica la salud, crea preocupación, y aumenta las situaciones de precariedad, de pobreza, de marginación. Pero, también en esta coyuntura, Jesucristo es Salvador. Y, como los magos al descubrir en la naturaleza la señal de la estrella, también nosotros tenemos que saber leer a la luz de la Sagrada Escritura la señal de la naturaleza que es la pandemia y encontrar una invitación a ponernos en camino hacia el encuentro con el Señor. Él nos ayudará a vivir esta situación como momento de salvación y de amor fraterno; y nos consolará en el sufrimiento, nos abrirá nuevas perspectivas de esperanza, nos hará encontrar la herencia que es la vida más allá de la muerte, nos enseñará a construir un dinamismo social nuevo, más solidario entre las personas, más empapado de paz, más respetuoso del medio ambiente.
En la Eucaristía que estamos celebrando como miembros de la Iglesia, el Señor Jesús se hará presente en los Santos Dones del pan y del vino. Acerquémonos a él con las actitudes profundas que nos enseñan los magos: con humildad, con fe, con espíritu de adoración para hacerle homenaje con el don de nuestra vida y con la entrega a los demás, con voluntad de poner en práctica su Palabra divina para llegar a la plenitud de nuestra existencia en el cumplimiento de su promesa. Y experimentaremos la alegría de encontrarnos en la presencia del Señor unidos a muchos hermanos. Y de sabernos mirados amorosamente por él no tanto con los ojos del cuerpo como con los del corazón. Porque la mirada de Jesús, el Hijo de María, es la mirada entrañable de Dios.
Última actualització: 11 enero 2021