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Domingo XXIX del tiempo ordinario (20 octubre 2024)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (20 de octubre de 2024)

Isaías 53:10-11 / Hebreos 4:14-16 / marcos 10:35-45

Estimados hermanos y hermanas,

El texto que acaba de proclamar el diácono nos presenta dos situaciones contrapuestas. La primera situación es doble: por un lado, la petición que Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, hacen a Jesús para sentarse a su derecha y a su izquierda cuando será glorificado; y por otra parte, la indignación que suscita en los demás discípulos la petición de ambos hermanos.

La segunda situación, es la respuesta de Jesús a la petición que le han hecho, una respuesta paradójica, ya que no sólo asegura a los hermanos que beberán el cáliz que él debe beber, sino que manifiesta explícitamente cuál es el sentido último de su vida: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.

Habitualmente, al escuchar estas palabras de Jesús, pensamos fácilmente en su donación en la cruz y olvidamos que toda su vida fue entrega y servicio. En realidad, la muerte de Jesús, no fue sino la culminación de su “desvivirse” constante. Día tras día, dio todo lo que tenía: sus fuerzas, sus energías, su tiempo, su esperanza, su amor.

Por eso podemos decir, sin lugar a dudas que el centro de la Palabra de Dios de este domingo es un término arriesgado y que tiene poca prensa hoy y siempre. El concepto es: servir, ser servidor. Verbo y sustantivo que chocan con el deseo de sobresalir y dominar, propios de la fragilidad del corazón humano.

La primera lectura, del profeta Isaías, empezaba así: “El Señor quiso que el sufrimiento triturara a su Servidor”. Jesús mismo en el evangelio explicita el sentido de su misión. Recordémoslo de nuevo: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”. Con estas palabras, nos ha dado la definición más bella que se pueda dar de Dios y de él, de Dios, sólo sabemos lo que hemos visto y oído por parte de Jesús. Dios es aquél que continuamente viene al encuentro del hombre, y viene como nuestro servidor, como aquél que da la vida. En palabras de un teólogo italiano, el P. Ermes Ronchi, “Dios es quien viene, quien ama y quien sirve al hombre”.

Jesús afronta directamente el contenido de la petición y también de la reacción del resto de discípulos, ya que unos y otros, todos, seguro, querían ser los primeros, aunque quienes lo manifestaran fueran los dos hermanos. Y les dice: “quien quiera ser importante, debe ser su servidor, y quien quiera ser el primero, debe ser el esclavo de todos”.

Esta explicación de Jesús sobre lo que significa ser los primeros encontrará su concreción en el lavatorio de los pies, antes de la cena pascual. Dios no tiene tronos, sino que se ciñe una toalla y se arrodilla ante cada uno de nosotros, como lo hizo con los discípulos, para lavarnos los pies. Es desde esta posición, desde abajo, que Jesús lava y venda las heridas que el hombre de todos los tiempos tiene/tenemos en los pies que tan a menudo están cansados y llenos de llagas debido a las dificultades para fresar los múltiples y a veces difíciles caminos de la vida. Estar por encima aleja y distancia, en cambio Dios ocupa la máxima cercanía, ponerse a los pies de quienes ama entrañablemente, es decir, de todos sin excepción.

El término, el concepto sirviente es la más sorprendente de todas las auto definiciones que Jesús hace de sí mismo: no he venido para ser servido, sino para servir”. Son unas palabras que en boca de Jesús provocan vértigo, pues entonces el nombre de siervo es también uno de los nombres de Dios; ¡Dios es nuestro servidor!

Con estas palabras Jesús da la vuelta a la imagen tradicional de Dios y de su obra: hemos sido creados para ser amados y servidos por Él. Y a veces nos cuesta tanto dejarnos amar y que nos sirvan a través de tantas ayudas por parte de Dios como por parte de los demás. También a los discípulos les costaba mucho.

Finalmente, según la lógica del Evangelio, sentarse a la derecha o a la izquierda de Jesús significa ocupar también dos puestos en el Gólgota, en el Calvario, es decir seguir a Jesús en todos y cada uno de los momentos de su vida, tanto en aquellos momentos en que se manifiesta obrando prodigios y milagros, como cuando se halla absolutamente desarmado en la cruz. Estar a su derecha o a su izquierda significa también beber el cáliz del que ama primero, del que ama sin condiciones ni cálculos. En la cruz encontramos la explicitación del amor prestado hasta el final. Por eso, Dios le ha resucitado como confiamos nos resucitará a nosotros.

Hermanos y hermanas, Dios es el sembrador incansable de nuestras vidas, las enriquece con fuerza, paciencia, coraje, libertad, para que también nosotros, como él, seamos servidores de la vida. Empezando por quienes tenemos más cerca. Y éste es el gran título de honor que tendrán los discípulos: “¡ven siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; yo te confiaré mucho más. Entra en el gozo de tu señor” (Mt 25, 23).

Última actualització: 21 octubre 2024