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Domingo XXIX del tiempo ordinario (19 octubre 2025)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (19 de octubre de 2025)

Éxodo 17:8-13 / 2 Timoteo 3:14-4:2 / Lucas 18:1-8

De nuevo, y por tercer domingo consecutivo, el evangelio nos lleva a reflexionar sobre la fe como realidad fundamental de nuestra vida cristiana: El evangelio de hoy terminaba con esta pregunta: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Jesús nos ha hablado de la necesidad de orar siempre, sin cansarnos nunca. ¿Por qué dice esto? Porque conoce el corazón humano, conoce nuestro cansancio, nuestra desconfianza, que tenemos momentos en los que pensamos que Dios no nos escucha, que la oración es inútil. Pero justo aquí, en esta noche, Jesús nos invita a no detenernos, a clamar al cielo.

En el Evangelio de hoy, hay una viuda, una mujer pobre que no tiene a nadie, ni poder, ni defensa. Y hay un juez, un hombre que no teme a Dios ni respeta a nadie. Es la imagen de un mundo duro e injusto en el que los más débiles no tienen voz. Sin embargo, esta viuda no se rinde. Sigue acudiendo, cada día, con insistencia, con la fuerza de su pobreza. No tiene más que la voz. No tiene riquezas, ni influencia, ni armas. Pero tiene una fe que la impulsa a llamar una y otra vez.

Y Jesús nos muestra que incluso un juez injusto, al final, cede ante esa perseverancia. No porque sea bueno, sino porque ya no puede soportarlo. Por eso Jesús dice: si este juez sin entrañas al final hace justicia, ¿cuánto más Dios, que es Padre, escuchará a sus hijos que claman a él día y noche?

El problema no es si Dios escucha. El problema es si tenemos fe. Si realmente creemos que Dios es Padre. Porque cuando no oramos, cuando dejamos de llamar, es porque ya no creemos que haya alguien detrás de esta puerta. Y entonces Jesús nos hace una pregunta terrible: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Esta palabra nos confronta con una verdad: la fe no es un sentimiento ni una teoría. La fe se mide por la perseverancia. Cuando todo parece cerrado, cuando Dios calla, cuando el sufrimiento nos aplasta, la fe sigue gritando: «¡Padre!». Es la fe de los pobres, de los pequeños, de los desesperados que solo tienen la oración. Es la fe de la viuda, que representa a la Iglesia, la Esposa pobre que se presenta ante Dios cada día para pedir justicia, para pedir salvación.

Y Dios no es sordo. Dios no es como un juez. Dios escucha, pero a su tiempo, a su modo. Nos moldea a través de la espera, nos purifica, nos enseña que no nos corresponde todo, que la justicia de Dios no es la de los hombres.

Nuestra experiencia propia en la vida espiritual nos lleva a reconocer que en ocasiones nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por eso, tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a utilizar todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios.

La liturgia de este domingo nos ofrece una enseñanza fundamental: la necesidad de rezar siempre sin cansarse. Pero si uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de forma verdaderamente adecuada. Por tanto, la fe es esencial como base de la actitud de la oración.

Santa María es modelo de oración, también de petición, como en aquella ocasión, en Caná de Galilea, con su petición llena de amor por aquellos esposos y llena de confianza en el Hijo.

Última actualització: 20 octubre 2025