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Domingo XX del tiempo ordinario (17 agosto 2025)

Homilía del P. Lluís Juanós, monje de Montserrat (17 de agosto de 2025)

Jeremías 18:4-6.8-10 / Hebreos 12:1-4 / Lluc 12:49-57

Hermanas y hermanos, suele ser en época de verano, cuando los incendios de los bosques suelen estar de triste actualidad, que la liturgia de este domingo nos propone el texto del evangelio de hoy. Ver a Jesús como un pirómano desenfrenado, no deja de ser una provocación y sus palabras parecen exactamente una proclama incendiaria que nada tiene que ver con aquel Jesús lleno de dulzura, de paz y de ternura, benévolo y humilde de corazón, que nos invita a acercarnos a él como una fuente de agua viva.

Prender fuego, ver la tierra encendida, sembrar división en lugar de paz, son expresiones insólitas en labios de Jesús que nos muestran una imagen ardiente y apasionada y que pretenden provocar en sus oyentes una reacción de adhesión o de confrontación. Como dice él mismo: «Quien no está conmigo, está contra mí; quien conmigo no recoge, esparce.» (Mt 12,30)

Jesús atrae y quema, turba y purifica. Enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer una falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. Y es que Jesús es signo de contradicción; la contradicción que supone ver quién es él y quiénes somos nosotros; una contradicción que introduce el conflicto en nuestro propio corazón, porque si queremos ser verdaderos discípulos suyos, es necesario tener el coraje de afirmar la verdad que profesamos y ponerla en práctica más allá de nuestras incoherencias; pero sabemos que a veces nos resulta más cómodo seguir viviendo en la mediocridad, en la rutina o el convencionalismo de las formas y de lo “políticamente correcto”.

La contestación más radical a la que Jesús nos encierra, ¿no se encuentra quizá en el interior de nosotros mismos? Nadie que lo tome en serio, podrá seguirle con el corazón apagado o indiferente. Ante su llamada, no podemos escondernos bajo un caparazón de ritos o prácticas para tener buena conciencia. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está urgiendo a vivir en la verdad y a amar sin egoísmos.

El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por quienes sufren. Nunca llegaremos a captar del todo ese amor insondable que anima su vida. Su palabra abrasa los corazones como a los discípulos de Emaús. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que le duele al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien.

Y es que ese fuego del que habla Jesús no ha quedado apagado, ni sumergiéndose en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia: en los primeros cristianos perseguidos y llamados a ser testigos suyos en el martirio, en tantos santos y santas que se han dejado seducir por Él a lo largo de los siglos. Y podemos preguntarnos nosotros: ¿Dónde es posible sentir hoy este fuego de Jesús? ¿Dónde experimentar su amor y la fuerza de su libertad creadora? ¿Aún queman nuestros corazones al acoger su Evangelio? Aunque la fe cristiana parece mermar hoy entre nosotros, el fuego llevado por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas, y no podemos dejar que se apague, ni menos hacer de bomberos, sino más bien mantener vivo el rescoldo de estas brasas.

Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús. Cuando falta el amor, falta el fuego que mueve la vida. El amor está en el centro del evangelio como la levadura que fermenta la masa; como un fuego encendido que debe hacer quemar el mundo entero. Jesús soñaba con una humanidad habitada por el amor y la sed de justicia. Un nuevo mundo lleno de la gracia y el amor del Padre que busca apasionadamente una vida más digna y feliz para todos. ¡Era el fuego que le animaba! ¡Es el fuego que también nosotros podemos esparcir en nuestro mundo! El gran peligro que tenemos los seguidores de Jesús es dejar que este fuego se apague, sustituyendo el ardor del amor por una religión sin alma, hecha a nuestro tamaño; reduciendo el cristianismo a una abstracción revestida de ideología, dejando que pierda su poder transformador.

Jesús nos habla claro. No quiere engañarnos ni quiere que caigamos en la autocomplacencia. Ser cristiano es un combate que deberemos ir ganando día a día, haciendo frente a las adversidades, asumiendo ciertas renuncias y sabiendo que ciertos criterios no son siempre los que predominan en nuestro mundo. Un camino exigente que él recorrió antes que nosotros y que nos invita a seguir hasta el final sabiendo que nunca nos abandona a pesar de nuestros desánimos o que nos sentimos asediados por tantas situaciones de la vida.

«He venido a prender fuego a la tierra. ¡Cómo quisiera ya, verla quemar!» Hoy las palabras de Jesús son una sacudida a nuestras actitudes conformistas; un poner “patas arriba” ciertas actitudes inmovilistas y quién sabe… puede que no estemos para mucha revolución, aunque haya causas que bien lo merecerían. Sin embargo, nunca agradeceremos suficientemente sus palabras que, si bien no dejan de ser un toque de alerta a nuestra fe dormida, también son una buena dosis de coraje y empuje para salir adelante y que, en este domingo de verano, quieren avivar en nuestro corazón el fuego de su Espíritu.

 

 

Última actualització: 22 agosto 2025