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Domingo XIII del tiempo ordinario (27 de junio de 2021)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (27 de junio de 2021)

Sabiduría 1:13-15; 2:23-24  /  2 Corintios 8:7.9.13-15 / Marcos 5,21-43

 

Estimados hermanos y hermanas,

El evangelio que nos acaba de proclamar el diácono, nos presenta dos situaciones de muerte. La primera hace referencia a una mujer que tenías pérdidas de sangre. Su situación era dramática, ya que con las hemorragias no sólo se le escapaba la “vida”, sino que además esta enfermedad era causa de impureza y por tanto quedaba excluida del pueblo como si estuviera muerta de verdad. La segunda situación de muerte es la de una chica joven, la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga.

Ante el misterio de la muerte, los hombres de todos los tiempos, o bien escondemos la cabeza o bien usamos expresiones y actitudes que denotan el recelo y el miedo que nos hace hablar de ello. El éxito fácil, las apariencias, el triunfo, el deseo de una eterna juventud, …, son cortinas de humo que disimulan la certeza de que hemos de morir. El relato de hoy, en cambio, nos ayuda a saber cuáles son las actitudes de Jesús ante la enfermedad y la muerte y, como contrapunto, nos ayuda a nosotros a no esconder la cabeza bajo el ala ni a caer en respuestas fáciles a un misterio que no tiene nada de fácil, ya que la mayor dificultad que tenemos para hablar de la muerte es que muy a menudo no sabemos cómo hablar de la vida.

Jesús ante la cruda realidad de la enfermedad y la muerte, no habla, en el sentido de hacer ningún discurso de tipo moral ni teológico, sino que Jesús actúa. Es decir, Él, que lo podía hacer, cura y resucita. La salud o la vida recuperadas, devuelven el hombre a la situación original querida por Dios, que es siempre el hombre vivo, tal y como nos ha recordado el Libro de la Sabiduría que hemos proclamando en la primera lectura: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte”.

Nosotros no tenemos el poder de hacer milagros como Jesús, pero esto no nos exime de tratar de concretar esta lección evangélica de hoy en nuestras vidas.

Siguiendo el ejemplo de Jesús no se trata tanto de hablar como de actuar, ya que ante el sufrimiento y la muerte el exceso de palabras convierte en superficialidad y banalidad. Y actuar, ¿cómo? Haciendo el intento de comunicar vida a los que más la necesitan, es decir, haciendo gestos, creando en nuestro interior actitudes que engendren vida. Y esto se concreta en cosas tan sencillas, pero tan difíciles a veces, como hacer compañía, estar allí por si me necesitan, atendiendo con estimación, ayudando en todo lo que necesitan los que pasan por una enfermedad o viven la muerte de un ser querido, … y un largo etcétera que cada uno puede completar. Es lo que muchos han hecho en este tiempo de pandemia que aún vivimos y que muchos siguen haciendo ante el sufrimiento de otras pandemias como son el hambre, la miseria, la inmigración forzada, … Es esta manera de actuar la que nos ayuda a superar la dificultad de hablar sobre la vida y su sentido, ya que Jesús quiso tanto la vida que la dio para todos, sin excepción. Por eso, él es el Viviente.

Ciertamente lo que acabo de decir no es consecuencia del poder de obrar milagros, que no tenemos, pero sí que es consecuencia del poder de amar, ya que sin él no sirve para nada hacer milagros, como nos ha recordado también el autor del Libro de la Sabiduría cuando nos decía: “el reino de la muerte no es de la tierra, para que la bondad y la justicia son inmortales. Dios no creó al hombre sometido a la muerte, sino a imagen de su existencia eterna”.

No sé si haciéndose eco de este fragmento, el P. Miguel Estradé escribía: “toda vida es marcada por un comienzo y un final, dos días más densos que todos los demás, dos días paralelos en que el nacimiento es enmarcado por toda una vida por delante y un amor detrás, mientras que la muerte tiene toda una vida detrás y un amor infinito por delante “, el amor por lo tanto es la clave que nos permite acercarnos a la realidad definitiva del misterio de la vida y del misterio de la muerte.

Dios es fuente de amor, creador de vida y está al lado de los que sufren. Esta fe que nosotros hemos recibido de Jesucristo, es la que renovamos y celebramos ahora en la Eucaristía.

 

Última actualització: 27 junio 2021