Homilía del P. Ignasi M Fossas, monjo de Montserrat (15 de mayo de 2022)
Hechos de los Apóstoles 14:21b-27 / Apocalipsis 14:1.8-13 / Juan 13:31:35
En la visión del Apocalipsis que hemos leído en la segunda lectura, existe una frase clave que ilumina las otras lecturas y la celebración de todo este domingo quinto de Pascua del ciclo C. El texto dice que Juan tuvo una visión donde todo era nuevo: el cielo, la tierra, la ciudad de Jerusalén y en el lugar del trono quien se sentaba afirmó: «Yo haré que todo sea nuevo». Ésta es la buena noticia: «Yo haré que todo sea nuevo».
La novedad es una de las realidades más fascinantes para el corazón humano. Quizás es porque experimentamos la caducidad de la vida, o la decadencia de las cosas, o el envejecimiento de las personas y de las instituciones en contraste con nuestro deseo de plenitud y de eternidad, quizás por eso nos atrae tanto la idea de una vida nueva, de un nuevo comienzo, de una realidad nueva que nos ayude a superar el destino ineludible de la muerte. Todo esto queda bien reflejado en el diálogo entre Jesús y un fariseo llamado Nicodemo (Jn 3,1-10). En una conversación llena de sinceridad, de confianza, de encuentro profundo con lo esencial, Jesús le dice a Nicodemo que nadie podrá ver el Reino de Dios sin haber nacido de arriba. La respuesta de Nicodemo expresa bien la experiencia cotidiana: ¿Cómo puede nacer un hombre viejo? ¿Tiene que volver a entrar en las entrañas de la madre para poder nacer? Nicodemo, y con él también nosotros, intuye perfectamente el deseo de empezar una vida nueva, pero no entiende qué significa nacer de arriba o nacer de nuevo. Sabe bien, como lo sabemos también nosotros, que podemos ilusionarnos fácilmente con novedades efímeras, que nos ilusionan pero que no nos satisfacen. Lo vivimos cada vez que estrenamos algo nuevo, cuando empezamos el año o si cambiamos de casa, de coche, de trabajo. Querríamos empezar de nuevo para empezar, de una vez, la vida verdadera.
La respuesta definitiva se encuentra en la persona viva de Jesús, en Jesucristo resucitado. Jesús contesta a Nicodemo que nadie podrá entrar en el Reino de Dios sin haber nacido del agua y del Espíritu. Nacer del agua y del Espíritu es la forma en que el evangelio según san Juan expresa la realidad definitiva de nuestra vida: participar en la muerte y en la resurrección de Jesús por obra del Espíritu Santo. La Iglesia, siguiendo el mandamiento del Señor Jesús, ha entendido que este nuevo nacimiento en el agua y el Espíritu se produce por el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
El que se sienta en el trono de la nueva Jerusalén y dice: «Yo haré que todo sea nuevo» es Jesús resucitado, triunfando sobre el pecado y la muerte. Para vivir realmente la novedad que buscamos debemos ser sumergidos en la vida, la muerte y la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Sólo así empezaremos, por la acción del Espíritu Santo, la vida nueva que tanto deseamos y que nos permitirá participar de la novedad absoluta inaugurada con la resurrección de Jesús.
Hemos visto que es una novedad que afecta también a la creación: un cielo nuevo y una tierra nueva. Que incluye también la ciudad santa, la nueva Jerusalén y el tabernáculo donde Dios se encontrará con los hombres. El lugar de esta íntima comunión entre Dios y la humanidad, que es la fuente de la vida nueva, ya no es un lugar de la geografía terrestre, sino que es la persona de Jesús, plenamente Dios y plenamente Hombre. Él es el sacerdote, el altar, la víctima y el tabernáculo. Y como hemos sido creados a su imagen, cada uno participa, en la medida en que sólo Dios conoce, de estos atributos del Señor Jesucristo. El cielo nuevo y la tierra nueva son, en nuestra vida, la novedad del otro y, en definitiva, la novedad de Dios.
Por eso Jesús nos puede dar un mandamiento que también es nuevo: que nos amemos unos a otros, tal y como él nos ha amado. Y cuando se ama, todo se convierte en novedad.
El nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu se verifica también en el núcleo de nuestro ser: el corazón y el espíritu. Creemos que, por la participación en el misterio pascual de Jesucristo, se cumple en nosotros la profecía de Ezequiel (Ez 36, 26-28), que leíamos en la Vigilia Pascual: Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. A partir de esta novedad interior empezamos una vida nueva, que es como un nuevo Éxodo, con la particularidad de que, si vivimos personalmente en Cristo resucitado, este nuevo éxodo es una peregrinación de amor, hecho con Él como compañero de camino, que nos conduce a la tierra prometida, el Reino, donde le veremos cara a cara. Entonces podremos hacer como Pablo y Bernabé cuando volvieran a Antioquía, podremos anunciar todo lo que Dios ha hecho junto a nosotros, cómo la gracia de Dios nos ha permitido llevar a cabo el anuncio del evangelio, de Cristo resucitado. Amén.
https://youtube.com/watch?v=X_KvfZJiD5A
Última actualització: 17 mayo 2022