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Domingo V de Cuaresma (17 marzo 2024)

Homilía del P. Lluís Juanós y predicada por el P. Josep-Enric Parellada, monjes de Montserrat (17 de marzo de 2024)

Jeremías 31:31-34 / Hebreos 5:7-9 / Juan 12:20-33

 

La fidelidad y la constancia del pueblo escogido en sus compromisos con Dios resultan, la mayoría de las veces, bastante irregulares, como hemos podido escuchar en la primera lectura, y también podemos decir lo mismo de nosotros cuando reconocemos todas nuestras infidelidades, y todas las faltas a los compromisos asumidos como creyentes.

El libro del profeta Jeremías nos presenta el profundo deseo que Dios tiene de establecer una nueva Alianza. No es Dios quien ha invalidado a la antigua, porque él es siempre fiel. Hemos sido nosotros los que le hemos dado la espalda una y otra vez. Así que, dado que esta alianza antigua ha sido permanentemente invalidada por la infidelidad humana, Dios establecerá otra alianza distinta a la primera. Pero, por eso, Dios tendrá que elaborar una nueva estrategia; y esta estrategia pasa por el perdón, pasa por el olvido de las culpas pasadas, de los pecados históricos, de la infidelidad y la idolatría cometida a lo largo del tiempo. Sólo desde ese perdón será posible un pacto nuevo.

Es cierto que los términos de la alianza siguen siendo los mismos: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” Pero es tal la confianza de Dios en los hombres, que espera que reaccionen positivamente a su bondad y misericordia. No será una ley escrita en piedra, sino escrita en los corazones. El primer paso de esta nueva alianza lo hace Dios, el segundo lo debe dar el hombre, debemos darlo nosotros. Esta nueva alianza es la que ha llevado a cabo Jesús. En él, en su muerte, en su cruz y resurrección, Dios nos ha perdonado y redimido. La profecía de Jeremías se cumple y alcanza su plenitud en Jesús.

Del evangelio de hoy, lo que es relevante, es que Jesús anuncia con solemnidad que ha llegado su hora. Jesús irá a la cruz y lo hará llevando al límite su amor y su fidelidad al Padre. Para explicar la fuerza que existe en su muerte en cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano muere, germina y hace brotar la vida, pero si se cierra en su pequeño envoltorio y guarda para sí su energía vital, permanece estéril.

Esta hermosa imagen que podemos contemplar en el verdor de los sembrados que germinan al apuntar la primavera, nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente toda la vida. No es una norma moral. No es una ley impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien vive y sufre movido por amor. Es una idea repetida por Jesús en varias ocasiones: Quien se agarra egoístamente a su vida, la estropea; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida.

No es difícil comprobarlo. Y Jesús nos quiere poner en alerta para que no seamos como el grano de trigo que se pudre en un cajón por miedo a perderse; contra la ilusión de la vida guardada, miedosa, autorreferida, que no cree en la fuerza transformadora del amor. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, acaba viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. En cambio, quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una forma más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera.

La cruz es el gran misterio y la gran aportación de la experiencia cristiana a la realidad humana, a esa realidad ante la que nos encontramos desorientados. Cuando no encontramos respuestas a los “porqués” más inquietantes y angustiosos que nos rodean -la enfermedad, el fracaso, el mal, la muerte- nuestra referencia es Cristo crucificado, solidario hasta el final con la condición humana y sus necesidades. Esta cruz, que es testigo de vida, es la que atrae las miradas, la que provoca interrogantes, la que puede volver a suscitar curiosidad por conocer a Jesús y la que, en definitiva, abre caminos a la esperanza y nos dirige hacia la resurrección, hacia la Pascua.

¿Cómo seguir Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida, si no nos creemos ser un grano de trigo que, a pesar de ser enterrado por tantas contradicciones, por tantas preguntas y situaciones que nos parecen abocadas al fracaso o la muerte, hay una brecha de luz que nos hace vislumbrar la grandeza de lo que estamos llamados a ser? Pablo nos recuerda muy oportunamente que «si morimos con Cristo, también viviremos con él» (Rm 6,8). Éstas son las paradojas del amor con que Cristo nos ha amado.

La vida entera es un largo camino de purificación de la fe y de la confianza; de ir aprendiendo que gracias a la fe podemos ir más allá de las evidencias que nos impulsan a no creer; que gracias a ella podemos saber que la cruz manifiesta la fecundidad del grano que muere; que lo que es imposible a los ojos humanos, Dios puede hacerlo; que nuestra fe, a pesar de ser probada como el oro en el crisol no es un sacrificio inútil, sino una fiesta. Como la vida que renace tercamente. Como la Pascua.

 

 

 

Última actualització: 18 marzo 2024