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Domingo IV del tiempo ordinario (28 enero 2024)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (28 de enero de 2024)

Deuteronomio 18:5-20 / 1 Corintios 7:32-35 / Marcos 1:21-28

 

Todos podemos recordar, queridos hermanos y hermanas, el día de la Epifanía cuando el diácono, después de cantar el evangelio, anunciando las fiestas del año litúrgico, nos decía: La gloria del Señor se ha manifestado en Belén y continuará manifestándose entre nosotros… Pues bien, hoy, san Marcos, en este pequeño fragmento de su evangelio nos ha mostrado lo esencial de esta manifestación: El anuncio de la Buena Nueva de Dios que en la encarnación del su Hijo se convierte en salvación, y la redención que supone la liberación del espíritu maligno y la efusión del Espíritu Santo en nuestros corazones. Todo esto concentrado en esta escena que pone de relieve la autoridad de Jesús.

El poder de Jesús para expulsar el espíritu maligno está en su palabra, pero también en la forma en que escuchamos esta palabra, no sólo como la oímos. Oírla es una acción puramente accidental, escucharla pide una conciencia y una voluntad de comprenderla de forma vinculante. Si nos fijamos bien, hace poco, en la proclamación del evangelio, cuando el diácono al terminar la lectura ha cantado: Palabra del Señor, hemos respondido Gloria a Ti, Señor Jesús, es decir: hemos asentido con gozo a su mensaje con el gozo de haber recibido una palabra de vida. Alabanza a ti. Y esta alabanza no puede ser otra que nuestro vivir y actuar en Cristo.

La gente que escuchaba a Jesús estaba admirada de su doctrina, sorprendida ante el poder de Jesús sobre el mal, de su capacidad de pacificar los corazones y de devolverlos a Dios.

Admiración y asombro, dos actos de una misma realidad interior fruto de escuchar desde el fondo del corazón. La admiración del espíritu surge de la ponderación de la obra salvadora de Dios, de la contemplación de un amor que ha llegado, por nosotros, hasta el extremo de dar su vida para que no perdamos la nuestra. La salvación estaba anunciada por los profetas, pero la realidad en la que se ha concretado ha sido del todo inesperada, ha cogido por sorpresa, hasta los más entendidos y, a nosotros, si lo pensamos bien, nos hace sentir como inmersos y abrazados por éste amor. Es desde esta actitud de sorpresa y admiración que debemos escuchar el evangelio, es desde esta experiencia de agradecimiento que hay que obedecer la palabra de Dios en lo concreto de nuestra vida con la seguridad de que nos será liberación a pesar de que nos pueda provocar en alguna ocasión violencia interior como la que sufrió ese hombre de la sinagoga de Cafar-Naüm.

La condición divina de Jesús que se vislumbra en la fuerza de los milagros, en el evangelio de san Marcos queda como escondida en el secreto Mesiánico impuesto por el mismo Jesús: calla y sal de él, le dice Jesús al espíritu maligno que atormentada aquel hombre.

El secreto del Mesías que no será manifiesto hasta su pasión, muerte y resurrección, no es sólo el secreto de su filiación divina es también el secreto de nuestra condición de bautizados, de hijos de Dios en Él. Esto es a la vez sorprendente y admirable, nos es un gozo y una idéntica misión, un proyecto estimulante de vida, que nos pide interiorizar la belleza y la fuerza del evangelio y comunicarlas desde la autoridad de una vida coherente que debe ser humilde en la verdad, cercana en las fragilidades humanas, firme ante el mal y fuerte en el amor a todo el mundo como pedíamos en la oración inicial de esta eucaristía.

Ojalá que, como cantábamos en el salmo responsorial, en este año litúrgico que va avanzando, escucháramos su voz y nos sintiéramos, como en el juego de los “barcos” de cuando éramos pequeños, “tocados y hundidos” por su amor firme e incondicional.

Última actualització: 29 enero 2024