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Domingo IV de Cuaresma (19 de marzo de 2023)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (19 de marzo de 2023)

1 Samuel 16:1.6-7.10-13a / Efesios 5:8-14 / Juan 9:1-41

 

Estimados hermanos y hermanas,

En la Palabra de Dios de este domingo encontramos tres temas comunes a las tres lecturas y que son: la mirada atenta o el saber ver, la luz y el aprender a mirar.

El primero, sobre la mirada atenta o el saber ver, podemos traducirlo con la experiencia de no vivir distraídos a lo que ocurre en nuestro entorno y especialmente a las personas que hay alrededor. Si lo recordáis el texto evangélico empezaba diciéndonos que Jesús, pasando vio a un ciego de nacimiento, es decir, alguien que tenía que mendigar para poder subsistir. Se trataba de alguien que era invisible para muchos, como hoy lo son tantos y tantos en nuestra sociedad. Seguro que aquel hombre estaba habituado a que todo el mundo pasase de largo ante su persona y su situación. Jesús, no, se detiene, y sin ni siquiera gritarle, actúa poniéndole barro sobre los ojos y enviándolo a la piscina de Siloé a lavarse de donde volvió viendo. Merece la pena remarcar que el ciego se fía de la palabra de un desconocido, se fía cuando el milagro aún no se había realizado.

Es importante darnos cuenta de que Jesús le ve y lo acoge tal y como es y esto también vale para nosotros, en este tiempo. Jesús nos encuentra tal y como somos, por rotos que estemos, ya que, en el Evangelio, en un primer momento, la mirada de Jesús no se fija nunca sobre el pecado, sino siempre el sufrimiento y debilidad de la persona (Johannes Baptista Metz).

El segundo tema es el de la luz. Los hombres de todos los tiempos buscan luces que iluminen su camino y que se conviertan en ellos guías. Por eso la pregunta surge inevitable: ¿dónde encontrar la luz que ilumine verdaderamente, profundamente? Para encontrar la respuesta no necesitamos ir demasiado lejos. En el evangelio de este domingo encontramos la respuesta radical y absoluta de Jesucristo: Yo soy la luz. No una luz, sino la luz. Y más aún: Yo doy la luz.

Ser cristiano es creer en esa absoluta pretensión de Jesucristo. Ser cristiano no es saber todas las respuestas, tener la solución de todo, pero sí creer que de Jesucristo hemos recibido la luz para avanzar por un camino que no deja de ser difícil y oscuro, pero que sin duda con él y por él lleva a la vida.

La luz de Jesús no sólo ilumina nuestras vidas, sino que nos convierte en personas “luminosas”, es decir, en hombres y mujeres capaces de ir eliminando la tiniebla del mundo sembrando esperanza, cariño y ganas de vivir por todo por donde pasamos. Pero esta luz es muy frágil, en el tiempo presente, ya que no siempre podemos hablar de luz, sino que sólo podemos ofrecer gratuitamente la calidez y la lealtad de un amor que no nos pertenece, pero que nos habita. No siempre lo tenemos todo claro, pero podemos estar disponibles y cercanos, para andar con los demás apuntalándonos mutua y fraternalmente en la esperanza, que es también luz para el corazón humano.

Finalmente, el tercer tema, y permitidme que la dirija a nuestros escolanes, a los chicos y chicas que estáis aquí y evidentemente a todos vosotros, y que es el aprender a mirar o si queréis, dejarnos enseñar a mirar. Y lo ilustraré con una experiencia que viví hace años, siendo párroco del santuario y fue bendecir un matrimonio, o dicho como lo hacemos habitualmente casé a una pareja que ambos eran ciegos de nacimiento. Lo que para la gran mayoría es evidente a nivel de espacios, lugares, para ellos no lo era. Por eso, en el último encuentro de preparación de la celebración me pidieron algunas cosas que habitualmente no nos piden.

La primera era realizar el recorrido que hay desde la puerta hasta el presbiterio. La mayoría de nosotros al entrar en la basílica sea por la puerta central o por las laterales nos damos cuenta de la grandiosidad y de la belleza de la nave. Ellos al entrar, únicamente me dijeron: ¡qué grande es! Ese día aprendí que el espacio siempre tiene sonidos y que ellos sabían distinguir un espacio pequeño de un espacio grande a pesar de ser invidentes. De ahí las grandes dificultades que tienen los que son ciegos y al mismo tiempo sordo mudos. Hicimos todo el recorrido, él del brazo de su madre y ella del brazo de su padre que les habían acompañado para su preparación. Al llegar al pie del presbiterio, subimos los escalones que hay aquí delante y también tocaron los dos asientos que utilizamos para los novios y se sentaron para saber cómo eran. A continuación, me preguntaron, ¿y aquí delante qué hay? Les expliqué que estaba el altar, que era una gran piedra de la montaña con un antipendio de plata y esmaltes. Me pidieron poder tocarlo. Su comentario fue único y repetitivo: qué grande es y añadieron y la plata tiene figuras que habían descubierto gracias al tacto.

Al terminar este ensayo me dijeron que saldrían solos de la basílica, cogidos de la mano, y que, en todo caso, que alguien fuera delante de ellos, porque ya habían aprendido, remarco ya habían aprendido, el recorrido que les habíamos enseñado.

Antes de marcharme me dijeron que no me extrañara que el día de la boda cuando se encontraran al pie del altar y para saber cómo iban vestidos que se tocarían por encima de la ropa, como hacen los responsables de seguridad del control de entrada de los aeropuertos cuando salta la alarma.

El día de la boda, fue todo según lo previsto. Una vez al pie del presbiterio, donde les esperábamos con el monje que ayudaba a la celebración, tal y como me habían dicho se tocaron con gran delicadeza por encima del vestido respectivo. Él le dijo, es bonito y tiene bordados, y así era el traje que llevaba la novia. Cuando fue ella en lugar de hacer ningún comentario sobre la ropa le preguntó de qué color llevas el vestido, él le respondió: gris perla y ciertamente, era de ese color y puedo pensar que al ir a comprar se lo dijeron. Lo que más me sorprendió fue que ella al saber el color le dijo: sabes, siempre había pensado que me gustaría que el día de nuestra boda trajeras un vestido de ese color. Personalmente quedé sin palabras y me pareció que no era el momento de preguntar.

La celebración fue muy emotiva al final de la cual quisieron decir unas breves palabras. Fue un parlamento muy breve en el que fundamentalmente agradecieron a sus padres, hermanos, familia y a los amigos que les acompañaban entre los que había invidentes como ellos, que les hubiesen enseñado a mirar y conocer las cosas, ya que sin los demás la vida les hubiera sido mucho más difícil de lo que ya lo era a veces debido a su ceguera.

Al llegar al despacho para las firmas le pregunté a la novia, ¿por qué había pensado en el color gris perla? Sin dudarme dijo porque las perlas tienen un tacto suave y siempre cuando me han hablado del color gris perla pensaba que éste era un buen color para nuestro matrimonio para que la vida y las situaciones que vivimos nos fueran suaves.

No es un cuento, es una realidad que he resumido mucho, ya que la preparación y celebración de esta boda comportó varios encuentros. Esta experiencia vivida me lleva a pensar que no sólo vosotros, los escolanes, los más jóvenes, sino todos, necesitamos de los padres, de los educadores, de los maestros que nos ayuden a curar o corregir nuestras cegueras, que son muchas y que nos hacen vivir distraídos o deslumbrados por falsas luces.

Necesitamos encontrar el multiforme color del amor que nos ayuda a hacer más suaves nuestras vidas y las relaciones con los demás. Nos hace falta dejarnos guiar por Jesús, que se nos acerca tal y como nos encontramos, para saber mirar a los demás, al mundo, con los mismos ojos que Dios mira.

Última actualització: 19 marzo 2023