Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat (4 de marzo de 2024)
Éxodo 20:1-17 / 1 Corintios 1:22-25 / Juan 2:13-25
Estamos haciendo camino hacia la Pascua, que debe ser para todos el descubrimiento de la verdadera liberación. Cada domingo de cuaresma nos prepara para vivir el evento de la Pascua como el mayor don que Dios nos hace, pero para hacer este camino necesitamos purificar nuestra mirada, nuestro corazón. Y esto es lo que estamos invitados a hacer durante este tiempo único de la cuaresma.
La celebración de la pascua judía recuerda el camino de liberación que significó pasar de vivir en una situación de esclavitud bajo el dominio del poder humano, como era el Faraón, a descubrir, pasando por la prueba de desierto, la tierra prometida donde los israelitas levantaron el templo, lugar donde todos y cada uno podía ponerse ante Dios y purificar su mirada, su corazón. En la primera lectura, hemos oído cómo recordaba y subrayaba lo que debía ser prioritario en ellos. Así hemos oído: «Yo soy el Señor tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tengas otros dioses fuera de mí». Dicho de otro modo: no pierdas tus orígenes, de dónde vienes y adónde vas. Podríamos ir repasando todo lo que hemos escuchado y nos daríamos cuenta de que no sólo subraya que Él es único, exclusivo, sino que también indica el profundo respeto por el otro en las relaciones interpersonales, por eso, entre otras cosas señalaba: «no mates, no robes… no desees la casa de otro…» El templo se convirtió en el lugar privilegiado para reconocer a Dios, el lugar donde por medio de ofrendas agradecían el don de Dios y al mismo tiempo purificaban aquellas actitudes que los alejaban de Dios. Las ofrendas que, en su origen eran un medio, perdieron el sentido y las ofrendas se convirtieron en un fin. Ya no era el corazón, sino un pago que debía hacerse para estar en paz con Dios. El puesto del mercado frente al templo ofrecía las diferentes posibilidades de ofrendas: debía de ser práctico. Pero, al fin y al cabo, un juego de intereses.
La actitud de Jesús que nos describe el evangelio puede sorprender, si leemos el evangelio como aquél que mira un espectáculo, como violenta. Si observamos bien, los que son expulsados son los medios, es decir los carneros, los terneros, las monedas son tiradas en el suelo y ha añadido «y dijo a los vendedores de palomas: No convierta en mercado la casa de mi Padre». Este gesto de Jesús es un gesto profético que indicaba la aversión a hacer de la relación con Dios Padre un mercado. Los judíos que no comprendieron el gesto de Jesús, le preguntan de dónde le viene su autoridad. Un signo demostraría su autoridad; y el signo es la propia vida de Jesús: muerte en la cruz y resucitado el tercer día.
Pues bien, este signo es el que ha estado vigente desde que Jesús se manifestó a toda la humanidad y esto es lo que predicaba Pablo como hemos visto en la segunda lectura. Para los judíos es un escándalo, y para muchos hombres y mujeres, un absurdo. La cruz inquieta porque para muchos es un signo, todavía hoy, de debilidad y fracaso.
Hoy debemos preguntarnos cómo nos dirigimos a Jesús, si Él es ese templo al que nosotros debemos acercarnos. Quizás vivimos demasiado condicionados al albedrío de un bienestar material que nunca llega a ser suficientemente satisfactorio. Y eso que nosotros vivimos en un primer mundo con mucha riqueza material, a diferencia de otros que no llegan más allá de la supervivencia, y buscamos satisfacciones que no llegan a llenar el propio corazón. Cuántas veces nos quejamos, como los israelitas lo hacían en el desierto. Los israelitas buscaban la tierra prometida, buscaban su
liberación, y nosotros ¿dónde buscamos la libertad, la liberación de nuestros condicionantes? En el mercado del templo de Jerusalén parecía que existía la posibilidad de comprar medios para sentirse liberado, pero Jesús nos ha dicho que aquellos medios robaban una verdadera relación con quien da la verdadera libertad. En el templo que es Jesús, si vamos en este camino de la cuaresma, lo encontraremos con los brazos abiertos para acogernos, y alimentarnos en nuestro vacío. Por eso hemos ido repitiendo y cantando: Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. No debemos comprar nada, pero debemos contemplar. En el templo de Jerusalén era admirado por su riqueza, por todo el oro que lucía; en el templo de Jesús que es la cruz encontraremos el amor. Dios ama tanto al mundo que ha dado a su Hijo único. Y ese Jesús en la cruz es lo que nos dará la vida en la Pascua.
Última actualització: 5 marzo 2024