Scroll Top

Domingo XXVIII del tiempo ordinario (12 octubre 2025)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monjo de Montserrat (12 octubre 2025)

2 Reyes 5:14-17 / Timoteo 2:8-13 / Lucas 17:11-19

El evangelista Lucas nos describe las últimas etapas del viaje de Jesús a Jerusalén. Samaría es una tierra de infieles según el sentir de Israel, y Jesús la atraviesa, no la evita para ir a Jerusalén. Por el camino se encuentra un grupo de leprosos. No sabemos nada de esos hombres. Ni sus nombres, ni sus afiliaciones, ni cómo se encontraron. Sin embargo, sí sabemos que encontraron solidaridad en su sufrimiento. Si el sufrimiento nos aísla, estos hombres encuentran la forma de mostrar solidaridad entre ellos y, sobre todo, hacen algo disruptivo: oran. El dolor nos iguala, elimina las diferencias, la desesperación establece relaciones impensables.

Y gritan, piden la salvación, piden ser readmitidos en el mundo de los vivos. Piden misericordia, no curación. Porque, a menudo, la misericordia vale más que la curación, especialmente para las personas que, como ellos, eran consideradas pecadoras, merecedoras del más terrible de los castigos divinos, convertirse en muertos vivientes.

Y Jesús se compadece, les escucha y los cura. Pero poco a poco: deben ir a presentarse a los sacerdotes, funcionarios de salud de la época. Y a medida que avanzaban son curados. Los diez leprosos parten todavía enfermos, y es el viaje el que cura. El verbo imperfecto (mientras iban) nos habla de una acción continua, lenta, progresiva; paso a paso, un pie detrás de otro. La curación es tan paciente como el camino. Se necesitan años para convertirse, años para ser verdaderamente discípulos. Y se pusieron en camino.

Y cuando se curan, vuelven las diferencias: los nueve judíos van al templo, pero el samaritano no tiene templo, el suyo fue destruido un siglo antes, por los propios judíos. No tiene ningún sacerdote que pueda testimoniar su curación. Así que se dirige a quien le curó.

Al samaritano que vuelve, Jesús le dice: ¡Tu fe te ha salvado! Los otros nueve también tuvieron fe en las palabras de Jesús, se pusieron en camino confiando en sus palabras. ¿Dónde está la diferencia? El leproso de Samaría no acude a los sacerdotes porque ha comprendido que la salvación no viene de las normas y de las leyes, sino de una relación personal con él, con Jesús de Nazaret.

No le basta con curarse, necesita la salvación, que es más que la salud, más que la felicidad. Una cosa es ser curado, otra es ser salvado: en la curación se cierran las heridas, en la salvación se abre la fuente, entras en Dios y Dios entra en ti, llegas al corazón profundo del ser, en la unidad de cada parte de ti. El único leproso “salvado” retrocede por el camino de la curación, y es como si sanase dos veces, y al final encuentra la sorpresa de un Dios que también tiene los pies en el polvo de nuestros caminos, y sus ojos en nuestras llagas.

Jesús deja escapar una palabra de sorpresa: ¿No ha habido ninguna que volviera para dar gloria a Dios fuera de ese extranjero? En la balanza del Señor lo que pesa (la etimología de «gloria» recuerda la palabra «peso») proviene de otra cosa, Dios no es la gloria de sí mismo: «la gloria de Dios es el hombre vivo» dice San Ireneo. Y ¿quién está más vivo que este hombre de Samaría, el hombre doblemente excluido que se encuentra curado, que vuelve gritando de alegría, dando las gracias “con grandes gritos”, bailando al polvo del camino, libre como el viento?

Hay gente que lleva años sufriendo, gente en camas de hospital que vive la vida en constante acción de gracias. ¡Y también hay gente sana que ya ha muerto por dentro! El samaritano que vuelve entiende el mayor significado de lo que vivió, quiere dar las gracias a Jesús, busca una relación con Aquel que lo sanó. ¿Y nosotros? ¿Sabemos dar gracias al Señor todos los días por los dones que nos hace continuamente? ¿Sabemos cómo dar las gracias a la gente que Dios ha puesto a nuestro lado?

Sólo cuando la oración me cambia es una verdadera oración. Pensar que la oración consiste simplemente en obtener algo es demasiado parecido a la oración pagana. Es la gratitud de este hombre la que demuestra el verdadero éxito del milagro. Sin embargo, a menudo perseguimos los dones y olvidamos la conversión de la gratitud, a la manera de este desconocido.

Hermanos y hermanas, el Evangelio parece sugerir que el sufrimiento es para todos, la confianza es para muchos, pero ser agradecido es realmente para pocos. Pero sólo a quienes descubren el camino de la gratitud Jesús promete no sólo la curación sino también la salvación.

 

 

Última actualització: 27 octubre 2025