Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (18 de septiembre de 2025)
Job 19:1.23-27a / 1 juan 3:1-2 / Juan 12:23-28
Queridos hermanos y hermanas, Como la liturgia de difuntos nos recuerda constantemente, estamos aquí para encomendar al Abad Sebastià M. Bardolet i Pujol, a la misericordia de Dios y por dar gracias por su vida y su ejemplo.
Quisiera en primer lugar mostrar nuestro cariño y cariño a Assumpta, la hermana superviviente de los ocho hermanos Bardolet Pujol, que nos acompaña hoy con otras monjas benedictinas del monasterio de Sant Benet y con buena parte de la familia. Sé del amor que los dos se tenían en estas vidas paralelas y diferentes transcurridas en las dos comunidades de nuestra montaña.
Agradecemos que nos acompañe el Obispo Xavier de nuestra diócesis, nuestro hermano Exarca Manel Nin, y los otros obispos concelebrantes, así como el P. Abad Presidente Ignacio, y los demás abades y presbíteros, el H. Consejero R. Espadaler, la alcaldesa de Monistrol y todas las demás autoridades,
Un saludo a Escolanía, la capilla y a todos los Antiguos escolanes,
Fe cristiana en la resurrección
Detrás de mí sobre el altar, la cruz nos habla de la verdad y la realidad de la muerte de Jesucristo. Ni siquiera él, el Hijo de Dios, se libró. Sin embargo, los cristianos veneramos en la cruz el futuro de vida y resurrección que ella nos abrió, y que hoy hacemos presente en este cirio pascual.
A este paso de muerte a vida de Jesucristo le hemos reconocido ser salvación para todos, por el querer del Padre, por su amor. Nuestra vida cristiana es en primer lugar tener a este Dios salvador ante nosotros. Las raíces de esta verdad las hemos heredado del Antiguo Testamento. El libro de Job, del que hemos leído la primera lectura, nos atestiguaba la fe en un redentor vivo que nos llevará a hacer lo que los monjes anhelamos por encima de todo “Ver a Dios”, en una vida de fe y de oración que querría ser compartida con todos.
Podernos identificar con Jesucristo por el bautismo y también por la muerte, poder identificar en Jesucristo a las personas queridas llena nuestras vidas de un sentido absoluto, porque da contenido hasta el momento más difícil, éste de la muerte, de nuestra desaparición del mundo que conocemos. Sólo este paso por la muerte nos abre el futuro de compartir del todo la vida de Cristo Resucitado.
El libro de Job nos decía que esta experiencia es personal, son mis ojos quienes lo verán no los de otro.
Y es esa verdad sencilla de la salvación cristiana que quisiéramos como las palabras también de Job que quedaran inscritas, grabadas con un cincel de acero y reseguidas con plomo, entalladas en la roca, para poder repetir con San Juan, “con plena conciencia de la prueba de amor que Dios nos ha dado de hacernos hijos en Jesucristo”, que nuestro futuro de bautizados es el de ser semejantes a Él porque le veremos tal y como es.
El Abad Sebastiá, compartió el bautismo, compartió el pasado martes, antes de ayer, la muerte de Jesucristo y le encomendamos a la misericordia de Dios para que le acoja en su seno y le dé la vida eterna de cielo, mientras espera la resurrección. Como presbítero y como padre de nuestra comunidad también le tocó hablar de esta fe cristiana y ser testigo, a los monjes, a los peregrinos de Montserrat, al pueblo fiel de Cataluña y del mundo. Una enseñanza que le agradecemos. En la homilía de Nochebuena de 1995, decía: «Dios, en la persona del hijo, ha compartido nuestra humanidad, y nos ha ofrecido todo lo que tenía. Su divinidad.»
La muerte, criterio para evaluar la vida
La muerte también es el momento que a todos coloca delante de la vida. San Benito nos urge a tener siempre presente la muerte ante los ojos y no lo hace para que vivamos asustados e inmovilizados, al contrario, para vivir intensamente. Vivir intensamente como cristianos significa vivir amando, tomar las palabras del evangelio de hoy como norma de vida y ser grano de trigo que muere por dar vida. “Debemos devolver amor por amor”, decía todavía el Abad Sebastià en la homilía de Navidad que he citado. Devolver amor por amor como única respuesta a la generosidad de Dios. Una de las pruebas más claras de que esta dinámica ha guiado una vida es cuando el entorno inmediato de una persona se ha sentido querido. Soy testigo de cómo el entorno del Abad Sebastià se sintió querido. Sus familiares, la comunidad, muy especialmente los escolanes que lo tuviera como subprefecto y prefecto de la Escolanía en un servicio de muchos años y que bastante de vosotros estáis aquí hoy para recordar y agradecer. Un conocido antiguo escolán me escribía ayer: lo recordaremos siempre como un hombre esencialmente bueno, de buen corazón y como monje ejemplar, y amado. –¡Y muy buen tenor!
¿Y cómo lo hizo? Pues viviendo de la misma forma que muere el grano de trigo, porque sólo la muerte silenciosa, enterrada, humilde de este grano procura vida otra vez.
Montserrat
La tierra donde el grano de trigo que ha sido la vida del Abad Sebastià murió y germinó tantas veces fue naturalmente esta querida casa de Montserrat.
Guardaba en persona la memoria de más de ochenta años de historia de nuestro monasterio, desde aquel 1943 en el que entró en la Escolanía con el P. Xavier Morell que todavía tenemos entre nosotros. Testimonio pues de momentos esenciales como la despedida de la comunidad y la escolanía al Abad Marcet pocos días antes de morir o de las fiestas de la Entronización del año 1947. Él fue, como todavía sois todos vosotros hoy y tantos que nos acompañáis como he dicho antes, escolanes de Montserrat. Y lo digo porque los amores y los vínculos que se crean de tan joven son muy fuertes y somos testigos de ello todos los que hemos estado vinculados de alguna manera a la Escolanía. Él creó ese vínculo, fortalecido naturalmente en su etapa de prefecto, de consiliario de los Antiguos Escolanes y por su calidad de músico y de cantor.
A partir de 1953, vivió lo que hemos cantado en el salmo responsorial:
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
Y velar por el monasterio se convirtió en su manera de devolver “amor por amor”, como prefecto de la escolanía, como secretario y prior del Abad Cassià Just, hasta el momento de la elección abacial en 1989, vivida, como él mismo dijo, en el espíritu de Getsemaní, y con una identificación con Jesucristo que el evangelio de hoy resume perfectamente: «¿Qué debo decir? Padre, sálvame de esa hora? No es para llegar a esa hora que yo he venido. Padre glorifica tu nombre.»
Los once años de abadía fueron intensos como lo es la vida en Montserrat. Quizás la restauración exterior e interior de esta basílica sea una de las obras más significativas, con los inicios de las obras del nuevo Cremallera y de la gran reforma de la Escolanía.
Eclesialmente, no hay que olvidar su participación en el Concilio Tarraconense, en 1993, como un servicio a la Iglesia y al pueblo cristiano de Cataluña.
Padre. ¡Glorifica tu nombre! Una glorificación que continuaría con gran discreción estos veinticinco últimos años, desde que el Abad Josep Maria Soler le sustituyó en el año 2.000. Un tiempo en el que Dios no le ha ahorrado algunos sufrimientos físicos sufridos con una paciencia y contención ejemplares.
«Que Dios sea glorificado en todo» es finalmente una de las frases que la Regla de San Benito nos invita a vivir y que el Abad Sebastià Maria Bardolet i Pujol como monje benedictino vivió en esta casa de Santa María de Montserrat, en la debilidad y en la grandeza de la humanidad redimida por Cristo. Encomendémoslo a su misericordia.
Última actualització: 18 septiembre 2025