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Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 septiembre 2025)

Homilía del P. Ignasi M Fossas, Abad Presidente de la Congregación Sublacense Casinesa (14 de septiembre de 2025)

Números 21:4b-9 / Filipenses 2:6-11 / Juan 3:13-17

Queridos hermanos y hermanas:

El canto de entrada de la Misa de hoy es el mismo que el de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo; está tomado de la carta a los Gálatas, y comienza con unas palabras que nunca deberían dejar de interpelarnos. Son estas: Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Me atrevería a decir que no se trata ni de un eslogan para un proyecto de evangelización, ni, tan sólo, del resumen de un programa de vida espiritual. Todo esto es verdad, pero tiene el peligro de quedarse en la superficie del mensaje.

Yendo a fondo, podemos decir que es, ante todo, una llamada a la conversión del corazón y de la inteligencia, porque pone en crisis nuestra imagen espontánea de Dios y de su Mesías.

La cruz de Cristo es un hecho real, bien concreto y arraigado en la historia hasta el punto que determina un antes y un después. Interpeló a sus contemporáneos y a sus discípulos, y sigue interpelando a cada persona que se confronta con ella a lo largo de todos los tiempos, porque revela algo de Dios y también del hombre.

Es revelación del Dios Uno y Trino, que tiene entrañas de misericordia. En la cruz, Jesucristo verifica el realismo de su pasión y de su muerte, a la vez que abre un camino inagotable para el conocimiento de Dios. Y como es el Hijo de Dios, también desde la cruz entrega su Espíritu, que es el Espíritu Santo. En la cruz de NSJC, nuestro Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, se nos hace extremadamente cercano, se hace solidario de toda la humanidad en el sufrimiento hasta la muerte. A través del árbol de la cruz, Dios llega al abismo de la nada para hacer estallar la luz de la resurrección. En el ofertorio los escolanes cantarán un motete con las palabras “cuius livore sanati sumus” (sus heridas -de Cristo- nos curaban). Un Dios, creador, salvador y omnipotente, que se revela plenamente en el suplicio de la cruz, tiene por fuerza romper nuestros esquemas y nuestras ideas sobre la divinidad. Por eso la cruz nos llama siempre, de entrada, a la conversión.

Pero la cruz de nuestro Señor Jesucristo es, también, revelación del hombre verdadero, del nuevo Adán, porque quien muere en la cruz es una víctima expiatoria –como en otras culturas antiguas– pero con la particularidad de que se trata de una víctima inocente, inmaculada. Y esto es una buena noticia para la humanidad. Esto significa que en el fondo del corazón de cada uno hay un rincón de inocencia, de virginidad no profanada por ningún pecado. Dicho de otro modo, todos llevamos –aunque sea medio borrada y estropeada– la imagen de Dios impresa en nuestro corazón, y eso nos hace inocentes. En Jesucristo, por obra del Espíritu Santo, estamos llamados a rehacer esta imagen hasta darle el esplendor y la belleza originales.

Si hubo una víctima inocente por antonomasia, Jesucristo, es posible que otras muchas víctimas también lo sean. Esto restablece la dignidad humana desde su raíz y revela la vocación última de toda persona humana, que consiste en restablecer en nosotros la imagen de Cristo, en hacer que Él viva en nosotros.

La cruz de nuestro Señor Jesucristo señala la vida cristiana desde su principio hasta su fin. Antes de nuestro bautismo fuimos marcados con la señal de la cruz y con esa misma señal seremos despedidos en la iglesia después de nuestra muerte. De pequeños aprendimos a señalarnos al empezar el día y al acostarnos. Y, aún, a través de la celebración de la eucaristía, la cruz de nuestro Señor Jesucristo se hace presente regularmente en la peregrinación de cada cristiano y de cada comunidad en este mundo.

Durante los 1000 años de presencia de los monjes, y seguramente ya desde antes, en Montserrat la cruz de Cristo ha santificado el monasterio, el santuario, la montaña y el corazón de quienes viven y de los que suben. Plantar una cruz en la cima de una montaña significa confesar que Jesucristo, Dios y Hombre, es el Mesías, el Señor y el salvador de la humanidad. Significa confesar que la naturaleza es parte de la creación de Dios y que refleja, por tanto, su belleza y bondad, si bien está marcada, como los humanos, por una herida original. Cuando la cruz preside nuestros hogares, nuestra región, nuestro corazón, desaparecen los espíritus, los duendes, los fantasmas y todas esas invenciones humanas que intentan explicar lo inexplicable. Mirando la cruz confesamos a Cristo resucitado, vivo y sentado a la derecha del Padre, mientras esperamos su regreso glorioso, cuando vendrá a juzgar a los vivos y los muertos ya establecer su Reino eterno.

Pedimos a Dios, como hemos hecho en la oración de hoy, que habiendo conocido en la tierra la salvación que nos viene por la cruz de Cristo, podamos gozar en el cielo de la redención que Él nos ha merecido. Amén.

Última actualització: 17 septiembre 2025