Homilía del P. Efrem de Montellà, monjo de Montserrat (18 de mayo de 2025)
HECHOS DE LOS aPÓSTOLES 14:21b-27 / apocalipsiS 21:1-5a / JUan 13:31-33a.34-365
Hace pocos días el Barça ganó la liga. Seguro que no acabamos de dar ninguna noticia… pero nos va bien empezar así esta homilía porque en la celebración de los aficionados del viernes, había al menos un elemento que puede ayudarnos a comentar lo que hoy nos decía el evangelio. Y es lo siguiente: en primer lugar, vimos —o algunos quizás lo vivisteis en primera persona, una gran multitud, formada por personas de diferentes edades, de diferentes clases sociales, de diferentes maneras de pensar, y muy probablemente de diferentes países, etnias o lenguas, todas unidas por un mismo sentimiento. Podríamos dar un segundo paso para intentar definir cuál era ese sentimiento: podríamos decir que era la alegría, la alegría de saberse ganadores, pero también podría ser la satisfacción de ver el esfuerzo recompensado, o hasta el cariño por unos colores o el sentimiento de pertenencia a un club; pero esto ya no es tan importante. Lo que nos interesa subrayar es el simple hecho de que muchas personas que no se conocían entre ellas estuvieran unidas por un mismo sentimiento, y tuvieran un vínculo de unión a pesar de no conocerse entre sí. Y aquí es donde podemos conectar con lo que Jesús decía hoy a los discípulos: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». La Iglesia está formada por una gran multitud de personas de muchas edades, de diferentes culturas, de muchos países y lenguas, por personas de derechas y de izquierdas, ricas y pobres, y por toda la diversidad que podamos imaginar; y todas tenemos en común que amamos. E insistimos todavía una vez más: Jesús no dijo que a sus discípulos nos conocerían por llevar una cruz colgada al cuello, o por ir a Misa el domingo, o por mostrar un certificado de bautismo… dijo que nos reconocerían si nos amábamos entre nosotros. Somos un gran pueblo que ha atravesado los siglos con el denominador común del amor, esa fuerza que une entre sí los corazones de las personas con Dios.
Jesús hoy nos ha hecho una triple petición: en primer lugar, que nos amáramos unos a otros; en segundo lugar, que lo hiciéramos tal y como él lo había hecho; y, en tercer lugar, que fuéramos conocidos por esta estimación que nos tenemos. Estas tres peticiones aparentemente simples son una gran síntesis de la enseñanza de Jesús. Lo dijo el día antes de morir, después de la cena, y podemos considerarlo como su testamento espiritual. Y nos ha sido leído hoy porque los domingos de Pascua son un tiempo especialmente fuerte, en el que aprovechamos para recordar lo más importante. Y hoy se nos recordaba que debemos amar siempre, a todo el mundo, tal y como Jesús hizo.
Y todavía podemos decir que esta petición que Jesús hizo a los doce, es la que nos hace hoy a cada uno de nosotros, como si fuera un programa de vida: amar como Jesús amó. Jesús es el modelo: para entender qué es el amor, debemos entender primero quién es Jesús, cómo vivió, qué dijo, qué ejemplo nos dio. Porque Jesús murió por nosotros, dedicó su vida a nuestra salvación, a darnos una palabra de parte de Dios, una palabra que transformara nuestras vidas y nos transformara a nosotros, y nos ayudara a alcanzar la meta de la salvación. Una palabra que aquí escuchamos cada domingo y después nos llevamos para que nos ayude a andar por la vida, cada uno la suya. Viendo, pues, lo que Jesús hizo, hoy podemos preguntarnos qué hacemos nosotros: ¿A qué causa damos nuestra vida? ¿A qué dedicamos nuestro tiempo? Está bien que dediquemos ratos a pasárnoslo bien, naturalmente; pero dicho en otras palabras y continuando el ejemplo con el que hemos empezado: si sólo nos dedicáramos a seguir el fútbol, yendo muy bien sólo tendremos una alegría al año… En cambio, podemos dedicar nuestro tiempo a amar de muchas otras maneras: lo podemos dedicar a la familia, a ayudar a crecer a los más pequeños, a hacer más portables las dificultades de los más grandes servicio a la sociedad, o se puede compartir la experiencia de los años vividos si ya hemos terminado la etapa laboral, podemos compartir nuestra fe y dar un ejemplo de vida cristiana, podemos ayudar a los más pobres, podemos hacer muchas cosas… pero todas, las que sean, debemos hacerlas con amor y cariño para los demás, como Jesús hizo. Porque el amor no es tanto un sentimiento, es una acción. Jesús nos enseñó que el amor es estar dispuesto a morir para dar vida a otro, y nosotros debemos estar dispuestos a sacrificarnos por el bienestar de las personas que viven con nosotros. Éste es el sentido cristiano del amor que nos explicaba el evangelio de hoy: un amor que es expresión de compromiso cotidiano y se alimenta con la confianza, el respeto y el perdón. Y se traduce en una forma de vivir y de ser que quiere alejarse de las discordias, polémicas o peleas, y busca el fomento del buen trato con todos. Pedimos al Señor que nos haga la gracia de ser un signo de su amor, y un instrumento de esperanza en nuestro mundo; y así, aunque no gane nuestro equipo, experimentaremos continuamente la alegría de vivir unidos con tantas y tantas personas que no conocemos, pero que, como nosotros, tienen la voluntad de amar profundamente a los demás, tal y como Jesús nos enseñó.
Última actualització: 25 mayo 2025