Homilía del P. Bernat Juliol, Subprior de Montserrat (9 de marzo de 2025)
Deuteronomio 26:4-10 / Romanos 10:8-13 / Lucas 4:1-13
Queridos hermanos y hermanas en la fe:
Los animales aparecen muy frecuentemente en la Sagrada Escritura, en la literatura o en la iconografía como elementos simbólicos cargados de sentido. Hoy mismo, en el salmo responsorial que hemos cantado, se hacían presentes leopardos y víboras, leones y serpientes. Permitidme que, para esta reflexión, introduzca uno nuevo: el burro. No quisiera hacer aquí un tratado general sobre los burros, aunque, viendo cómo va el mundo, quizás algún día hará falta.
Me gustaría referirme a un burro concreto. No sabemos cómo se llamaba, ni siquiera sabemos si tenía nombre. Vivió en Atenas durante el siglo III a. C. y fue propiedad de tal Crisipo. Un buen día, ese burro, que debía de serlo bastante (de burro), encontró la bota de vino de su amo y empezó a verlo con generosidad y abundancia. Evidentemente, al cabo de un rato, el animal empezó a comportarse de una forma muy extraña. Cuando su amo lo vio, empezó a reír y, rió tanto, que murió.
En realidad, Crisipo fue uno de los filósofos más importantes de la antigua Grecia y se le considera uno de los máximos representantes de la escuela estoica. Dicen que nunca se iba a dormir sin haber escrito al menos 500 líneas y se cree es el autor de más de 700 obras. De todo su legado no queda nada. Pese a haber sido uno de los escritores más prolíficos e influyentes de la antigüedad, Crisipo ha pasado a la historia popular, no como un gran intelectual, sino como aquél que murió de risa viendo que su burro iba bebido.
Y nosotros, ¿cómo queremos ser recordados? ¿Cuál es el legado que queremos dejar detrás de nosotros? ¿Vivimos coherentemente con lo que es importante en serio? ¿Cuántas cosas sin importancia determinan nuestra vida? ¿Cuánto tiempo desperdiciamos invirtiéndolo en nimiedades que no tienen ninguna trascendencia? ¿Cuántas energías perdemos luchando contra fantasmas que no existen? ¿Cuándo dejaremos de correr para empezar a pensar cómo dónde estamos corriendo? Hermanos y hermanas, que todo lo que representa el burro de Crisipo no nos haga perder el sentido verdadero, auténtico y profundo de nuestra vida.
¿Y cuál es ese sentido? El tiempo de Cuaresma, que hemos empezado esta semana, puede ser una buena oportunidad para profundizar en ellos. Y las lecturas que han sido proclamadas hoy nos sirven de iniciación. Nos enseñan que sólo una vida vivida desde la fe tiene sentido. Sólo Dios puede conducirnos hasta el «país que mana leche y miel», como nos decía el Deuteronomio. O «ninguno de los que creen en él será defraudado» como nos recordaba san Pablo en la carta a los Romanos. La fe en Jesucristo Resucitado es, pues, la gran respuesta que buscábamos. Es lo que disipa todas nuestras dudas y nos hace ponernos en camino hacia el encuentro con Dios. La fe es lo que nos permite entender que sólo quien es el Amor es digno de ser adorado y glorificado.
Ahora bien, la fe es exigente. La fe no admite términos medios. La verdadera fe nos hace alejarnos de las aguas tranquilas de los puertos añorados para adentrarnos en mar abierto, a merced de las tormentas y vendavales. El evangelio de las tentaciones que hemos oído hace un rato nos pone en guardia sobre el peligro de vivir una fe a medias. Jesús nos enseña que la voluntad del diablo es que vivamos una fe mediocre. La mediocridad, nos muestra el Señor, es la gran enemiga del alma.
Así, cuando Jesús rechaza convertir las piedras en pan, no lo hace porque no pueda, sino porque no quiere rebajar su inmensa majestad ante la insignificancia del diablo. Y
cuando Jesús no acepta el poder sobre los reinos que le son ofrecidos, no lo hace porque no pueda, sino porque su fuerza se extiende mucho más allá de lo que el diablo le puede dar. Y cuando Jesús no quiere lanzarse desde el alero del Templo para que los ángeles lo sostengan, no lo hace para que no pueda, sino porque el abismo que le muestra el diablo no es lo suficientemente grande para que su gloria pueda manifestarse. Jesús nos muestra hoy que la fe implica radicalidad, ir hasta el fondo, determinación total.
Como hace un buen rato que hablo, los escolanes seguramente ya han desconectado de lo que digo. Por eso, ahora que no me escuchan, aprovecho para explicar un chiste que ellos mismos se inventaron el otro día. Cuando los monjes hacemos alguna broma siempre dicen que es «una broma de monje». Ésta, podríamos decir que es «una broma de escolán». «Bernat -me dijeron- ¿sabes porque la Iglesia es la mayor red social del mundo?» «No -les respondí». Y me dijeron: «Porque tiene muchos laicos».
Más allá de la calidad del chiste, me quedo con la genial intuición que tuvieron sobre la grandeza de la Iglesia. Es en esta gran comunidad que estamos llamados a lanzarnos en busca de Cristo. Es en esta gran comunidad donde el Señor nos pide que vivamos con coherencia y profundidad la fe. Ahora bien, tenemos la suerte, de que nuestra fe, de vez en cuando, y aunque sea Cuaresma, también nos regala una pequeña sonrisa.
¡Santa Cuaresma!
Última actualització: 10 marzo 2025