Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (6 de octubre de 2024)
Génesis 2:18-24 / Hebreos 2:9-11 / Marcos 10:2-16
Hermanos. En el Evangelio de hoy, la palabra de Jesus es tan clara que no necesitaría ninguna explicación ni ninguna interpretación rebuscada. Está dedicado al sacramento del matrimonio y el primer aspecto a reiterar es que el matrimonio es, de hecho, un sacramento. Esto significa que es una “cosa sagrada”. Quizás, el mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: «Por eso –el marido- deja al padre y la madre, para unirse a la su esposa, y ellos dos forman una sola carne». ¿Qué nos dice hoy esa palabra?
Cristo manifiesta que los matrimonios pueden vivir el plan de Dios porque el Señor viene a curar al ser humano en su interior, viene a darnos un corazón nuevo. Cristo viene a hacerlo nuevo. Al renovar el corazón del hombre, renueva también el matrimonio y la familia como la sociedad, el trabajo, la amistad… todo. En cambio, al margen de Cristo sólo existe la perspectiva del corazón duro, irremediablemente abocado al fracaso. Sólo unidos a Cristo y apoyados en su gracia, los matrimonios pueden ser fieles al plan de Dios y vivir en la verdad del matrimonio: ser uno en Cristo Jesús. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se fundamenta en la gracia que viene de Dios, Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz.
La expresión una sola carne, en sentido bíblico, no se refiere sólo al cuerpo, sino a la persona entera. Por tanto, ser una sola carne indica que los matrimonios pueden vivir, por la gracia de Cristo, una unión total: unión de cuerpos y voluntades, de mente y corazón, de vida y de afectos, de proyectos y actuaciones… Jesús insiste: «ya no son dos». La unión es tal que forman como una sola persona. Por eso el divorcio es un desgarrón de uno mismo y necesariamente es fuente de sufrimiento.
Permitidme comentar un detalle -quizás algo desviado-, referido al matrimonio cristiano. Alguien preguntaba si era correcto decir que la mujer fue creada por Dios para llevar al hombre al Cielo. Pues, Sí, es correcto decirlo: la mujer fue creada para conducir al hombre al Cielo. Esto es muy ennoblecedor para la mujer; aunque muchos tienden a pensar que esto puede resultar reduccionista para la propia mujer. Sin embargo, para comprender que se trata de una función ennoblecedora, sólo habría que hacer un razonamiento pequeño y elemental: si la mujer fue creada para llevar al hombre al Cielo, significa que la mujer es más sensible a las cosas del espíritu que el hombre; por tanto, si es más sensible a las cosas del espíritu que el hombre, esto significa que también la mujer puede ascender más fácilmente que el hombre. El hombre, en efecto, tiende a gravitar más hacia abajo; la mujer tiende más a ir hacia arriba.
Cuando Dios creó al hombre, dice la Sagrada Escritura, lo miró, e impactó a su divina compasión ver la soledad de Adán. No es bueno que el hombre esté solo: hagamos de él un compañero parecido a él que le pueda ayudar. Y creó a la mujer para ayudar al hombre. Y como el hombre no fue creado para la tierra, sino para el Cielo, sostener al hombre en este camino, conducirlo a la eternidad, forma la misión más alta de la mujer.
María fue el tipo elevado de la mujer cristiana: cumplió su oficio de criar al hombre, de desprenderle de la tierra, de conducirlo al Cielo. Que nos ayude a todos a ser fieles a la voluntad creadora de Dios.
Última actualització: 7 octubre 2024