Homilía del P. Emili Solano, monjo de Montserrat (31 de diciembre de 2023)
Génesis 15:1-6; 21:1-3 / Hebreos 11:8.11-12.17-19 / Lucas 2:22-40
Hermanos. Este domingo, que sigue al día de Navidad, celebramos con alegría la Sagrada Familia de Nazaret. Hace algo más de un siglo que el Papa León XIII instituyó la fiesta de la Sagrada Familia, con el fin de que los creyentes pudiéramos contemplar un modelo evangélico de vida, al tiempo que encomendarnos a su protección.
La Navidad es no es sólo la Fiesta de Dios que se hace hombre. Es también la fiesta de la familia. Porque es en el seno de una familia, la Sagrada Familia, donde es acogido con gozo, nace y crece el Hijo de Dios, hecho hombre. Nos lo decía el evangelio de hoy: El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
El Mesías quiso empezar su labor redentora en el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Por tanto, a nosotros nos ayudará a santificarnos la vida familiar. Nada pasa de extraordinario en los años de Nazaret, donde Jesús pasó la mayor parte de su vida. Tuvo a la Virgen María como madre. Una madre generosa, capaz de guardar en el corazón los tesoros silenciosos de su experiencia de vida. Y san José le hizo de padre. Un padre carpintero, que inició al hijo en las artes de su oficio para servir a la comunidad. Un hijo que crecía en amor y sabiduría ante los ojos de Dios y de todos los hombres, escuchando a los padres y siguiendo las tradiciones de su pueblo.
La familia de Nazaret es feliz porque ha puesto a Dios en el centro. Como dice el salmista: “¡Feliz tú, fiel del Señor, que vives siguiendo sus caminos!”. Poner a Dios en el centro de la familia, nunca va en detrimento de sí misma ni de sus componentes. Cuanto más abramos nuestro corazón a Dios-Amor, más y mejor podemos amar a nuestros seres cercanos; más fuerte se hace el amor y la unión entre los esposos, más verdadero y fuerte es el amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres. Dios siempre bendice a la familia y nosotros podemos adentrarnos en su amor a través de nuestras familias.
San Pablo nos ayuda a reconocer el amor que debe darse en la familia: es un amor recíproco, entregado, respetuoso, e incluye necesariamente el perdón. Este amor es el enlace que mantiene unido a los esposos y a la familia, más allá de todas las tensiones y dificultades, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y las penas; ese amor busca siempre el bien del otro; ese amor es el antídoto de todo amor falso, de los egoísmos, del aislamiento, de la soledad; este amor preserva a la familia de la desintegración.
La familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, sigue siendo insustituible para el verdadero desarrollo de los esposos y de los hijos, para la vertebración de la sociedad y para el futuro de la humanidad. Cuando el matrimonio y la familia entran en crisis, es la propia sociedad la que enferma.
Si la veneración a los santos, centrada durante los primeros siglos en los mártires, ha servido siempre para ser conscientes de que es posible vivir de cara a Dios, la meditación en torno a la familia de Nazaret sitúa al entorno familiar como el modelo de la santidad vivida con la ayuda de los demás.
¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, María y José en la fiesta que les dedica la Iglesia.
Última actualització: 1 enero 2024