Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (20 de marzo de 2022)
Éxodo 3:1-8a / 1 Corintios 10:1-6.10-12 / Lucas 13:1-9
En el evangelio de hoy, le explican a Jesús la noticia trágica de unos galileos asesinados por orden de Pilato, gobernador romano de Judea. Eran los galileos gente que toleraban mal el yugo de los romanos. Pilato supo que unos galileos habían promovido un revuelo en el mismo templo mientras estaban allí ofreciendo sacrificios. Y dispone la brutal represión de la policía romana. Jesús está informado de la actualidad de su tiempo, pero sin dejarse arrastrar por ella. Ante este suceso, por lamentable que pudiera ser para la conciencia nacional de los judíos, Jesús considera que aquello no era lo “verdaderamente real”. Jesús se coloca en una perspectiva más elevada, diríamos, de eternidad. Es el equilibrio de estar en el mundo sin ser del mundo. Quizás así podamos entender la dureza de la frase que Jesús ha repetido dos veces: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. No se trata tanto de una amenaza como del interés de Jesús por la salud, para la salvación de nuestra alma. Nos está invitando a la conversión, a la penitencia.
La Cuaresma está, entre otras cosas, para animarnos a dar un paso atrás y contemplar lo que ocurre desde la perspectiva de la eternidad. Por tanto, lo que contemplamos en Cuaresma es la última realidad. No para desvincularnos de lo que ocurre a nuestro alrededor, en absoluto. Sino por encuadrarlo en esta realidad última. Fácilmente vivimos inmersos en una catarata de noticias como espectadores que contemplaran un cuadro impresionista tan de cerca que sólo vieran manchas sin sentido alguno. La Cuaresma nos llama a escapar por un tiempo de este revuelo cambiante y pasajero y contemplar las verdades últimas, las esenciales, las que no cambian, las que constituyen nuestro destino y la razón de todo lo demás. El Evangelio de hoy nos invita a recordar, en medio del trasiego de las crisis y las alarmas, de la presente y alarmante actualidad, que Cristo es el Señor de la Historia. Un señor de misericordia que tiene paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la conversión.
De ahí surge la conciencia de que nuestra vida personal, en algún aspecto, no puede considerarse justa, que debemos cambiar algo. En la Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio de rumbo a nuestra existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algunas cosas en nuestra forma de orar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos sugiere estas cosas, no con una severidad sin motivo, sino precisamente porque está preocupado por nuestro bien, nuestra felicidad, nuestra salvación.
Por nuestra parte, debemos responder con un esfuerzo interior sincero, pidiéndole que nos haga entender en qué puntos en particular debemos convertirnos. No es un camino complicado, es dejarse querer por Dios y responder a ese amor con nuestra vida. Por eso la conversión no depende de nuestras cualidades, ni de nuestro voluntarismo, sino de darse cuenta del gran amor con el que se nos ama.
Recemos al Inmaculado Corazón de María santísima, que nos acompaña en el itinerario cuaresmal, para que ayude a cada cristiano a volver al Señor de todo corazón. Que sostenga nuestra decisión firme de renunciar al mal y de aceptar con fe la voluntad de Dios en nuestra vida.
Última actualització: 21 marzo 2022