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Fiesta del Bautismo del Señor (9 de enero de 2022)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (9 de enero de 2022)

Isaías 40:1-5.9-11 / Tito 2:11-14;3:4-7 / Lucas 3:15-16.21-22

 

Hoy domingo celebramos la fiesta del bautismo de Jesús, con la que finaliza el tiempo litúrgico de Navidad y comienza el tiempo litúrgico ordinario. Hoy es un buen día para recordar y meditar sobre nuestro propio bautismo.

La liturgia nos propone el relato del bautismo de Jesús en el Jordán según la redacción de san Lucas. El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración, después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la predicación de Juan, el Precursor, entonces se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él (Jesús) con apariencia corporal semejante a una paloma. En ese momento dijo una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

El Hijo, para llevar a cabo su misión, se coloca en la fila para ser bautizado por Juan. Jesús –lo sabemos bien–, no necesitaba el bautismo de conversión que Juan practicaba. Pero con ese gesto reconoce que necesita la acción del Espíritu en su humanidad. Éste debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, ya que toda nuestra vida se desarrolla bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabajamos, en el descanso, al sonreír o cuando prestamos uno de los innumerables servicios que comporta la vida familiar o profesional.

Esta fiesta de hoy nos enseña la necesidad que tenemos todos del Espíritu Santo. Si el Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad, fue ungido por el Espíritu a su humanidad, cuanto más nosotros, criaturas, necesitamos ser ungidos por el Espíritu. Sin la acción del Espíritu, no podemos generar comunión, no podemos crear unidad. Ni siquiera podremos glorificar a Dios. Por eso debemos pedir la asistencia del Espíritu.

Hoy, nuestro propio bautismo nos hace ser conscientes de que somos los hijos queridos en quienes Dios se complace. Somos amados y predilectos de Dios. No podemos pretender que Dios se desentienda de nosotros, ni nosotros alejarnos de Él. Así es Dios con nosotros.

Pero a veces tratamos a Dios como si fuera un buen vecino. Lo visitamos un rato, quizá merendamos en su casa y después marchamos a nuestra casa, cerrando bien la puerta al llegar. Así, tristemente, vivimos a veces nuestro bautismo. Como hijos emancipados, es más, como completos desconocedores de Dios. Al visitamos un rato al día, a veces semanalmente ya veces ni eso, y nos olvidemos de Él. Queremos que Dios se quede en su casa y nosotros en la nuestra.

Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo, que no debemos ver como si hubiera sido algo que ocurrió hace más o menos tiempo pero que hoy nos implica poco. La fiesta de hoy se nos invita a tomar conciencia renovada de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; deberíamos reafirmar nuestra ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él, separándonos de todo pecado, incluso venial, puesto que al recibir este sacramento fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.

San Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido bautizado, estaba en oración. Nosotros seremos fieles en la medida en que nuestra vida esté edificada sobre el fundamento firme y seguro de la oración.

Que María, la Madre del Hijo predilecto de Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo.

Última actualització: 9 enero 2022