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Domingo de la XXXIII semana de durante el año (15 de noviembre de 2020)

Homilía del P. Bernat Juliol, monje de Montserrat (15 de noviembre de 2020)

Proverbios 31:10-13.19-20.30-31 / 1 Tesalonicenses 5:1-6 / Mateo 25:14-30

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

Estamos llegando al final del año litúrgico y las lecturas de estos días nos ponen en la tesitura de una tensión escatológica que nos reenvía ya hacia el Adviento que se está acercando. En este sentido, podemos citar lo que nos decía la primera carta a los tesalonicenses: «Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar».

Pero esta tensión escatológica también tiene su eco en la historia. También nosotros, hace unos meses, pensábamos que todo estaba en paz y bien asegurado, mientras que de repente y sin que se escape nadie nos está azotando una pandemia que ha paralizado el mundo. Como uno de los administradores de que nos habla el Evangelio, también nosotros tenemos miedo.

Tenemos miedo de enfermar gravemente, de morir dejando a medias nuestros proyectos. Además, la crisis sanitaria ha venido también acompañada de una grave crisis económica: empresas y tiendas cerradas que luchan para sobrevivir hasta que lleguen tiempos mejores. Trabajadores sin trabajo. Millones de personas confinadas, algunas de las cuales sufriendo en silencio dentro de los hogares la violencia de género y los abusos. El número de los suicidios ha aumentado.

La crisis nos ha cogido bien preparados a nivel técnico y científico: el desarrollo de la vacuna que en circunstancias normales se hubiera hecho en años, lo podremos hacer en unos meses. Pero, sin embargo, no estábamos demasiado bien equipados moralmente para afrontar unos hechos tan graves como los que nos ha tocado vivir. Ya las últimas crisis económicas y sociales que habíamos vivido nos habían avisado de este hecho.

Como cristianos no podemos interpretar todos estos eventos desde puntos de vista demasiado simples o parciales. Es lógico que nos preguntemos también: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Es que ha sido un castigo divino? Tenemos todo el derecho de hacernos estas preguntas. Pero también debemos saber que Dios no es como aquel dueño del evangelio que se marchó del país y dejó solos a sus trabajadores. Dios está siempre presente entre nosotros y nunca nos abandona.

Es más, si volvemos a las lecturas de hoy y a las de estas últimas semanas del tiempo litúrgico, vemos que Dios nos propone vivir según aquellas virtudes que nos permiten superar los obstáculos de la vida con los ojos siempre puestos en el Señor. Podríamos destacar tres, de estas virtudes: la esperanza, la perseverancia y la solidaridad.

La esperanza es la virtud esencial del cristiano. Confiamos en Dios y en su amor hacia nosotros. Sabemos que nuestra peregrinación, por más dura que sea, tiene un término feliz. La última palabra no la tienen nunca el mal o la muerte, sino la felicidad y la vida. Dios siempre nos da una segunda oportunidad. La esperanza nos dice que el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer.

La perseverancia nos lleva a no desfallecer, a resistir. No se trata de un mero estoicismo sino que la perseverancia es fruto de nuestra esperanza. En un mundo donde la inmediatez es tan importante nos olvidamos a veces que hay que perseverar

pacientemente para salir vencedores. No es tampoco una perseverancia pasiva, de esperar simplemente que vengan tiempos mejores. Es necesario que vaya acompañada también de la acción prudente pero decidida.

La solidaridad nos la pone de manifiesto el evangelio que hemos leído hoy: todos nosotros tenemos que administrar los dones y los bienes que hemos recibido y ponerlos al servicio de los demás. Nadie se salva solo: nos necesitamos unos a otros. Lo hemos visto especialmente estos días con tantos trabajadores y voluntarios: médicos, sanitarios, policías, Cáritas, Cruz Roja y un largo etcétera.

Precisamente hoy, conmemoramos la jornada mundial de los pobres, instituida por Francisco. Sólo a través de la solidaridad conseguiremos hacer un mundo más feliz y más justo. Los pobres ya no sólo son «los otros» también nosotros lo somos. Nuestras debilidades y nuestras necesidades se han puesto de manifiesto ahora más que nunca.

Hermanos y hermanas, sepamos administrar bien en este mundo los dones que Dios nos ha dado para que podamos llegar un día a su presencia y oír su voz que nos dice: «¡Bien, siervo bueno y fiel! Entra en el gozo de tu Señor».

 

 

Última actualització: 16 noviembre 2020