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Domingo de la XIV semana de durante el año (5 julio 2020)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (5 julio 2020)

Zacarías 9:9-10 – Romanos 8:9.11-13 – Mateo 11:25-30

 

Estimados hermanos y hermanas,

El evangelio que acabamos de proclamar toca de lleno el misterio de la revelación de Jesús. Al contrario de lo que se podría esperar en la lógica humana, Dios se revela en lo pequeño, en todo lo que a los ojos de los hombres no tiene valor ni es eficaz. Y aun, ante tantas formas de cansancio que viven los hombres de todos los tiempos, Jesús ofrece una alternativa liberadora.

Dejándonos invadir por la simplicidad y la belleza del texto encontramos a Jesús manifestando sus sentimientos más íntimos, es decir, aquellas pequeñas cosas que son la razón de su vivir y de su ser. Se trata de sentimientos pequeños, que expresan su entusiasmo por la revelación de que el Padre hace al corazón de los sencillos, a la gente iletrada o personas que, a pesar de ser ilustradas, viven con el corazón atento a Dios. Jesús se entusiasmó también porque el Padre le ha revelado a él mismo todos los secretos de su corazón.

Cuando alguien nos abre su corazón, lo recordamos siempre como un momento denso, importante en nuestra relación con esa persona. Jesús, al manifestarnos sus sentimientos, nos permite adentrarnos no sólo en el camino de su seguimiento sino en su propia vida. Acoger la confidencia del amigo nos compromete y nos desinstala de nuestras seguridades.

¿Cómo podemos ser discípulos de Jesús, en la vida de cada día, entrelazada por tantas obligaciones, con fatigas de todo tipo, con urgencias que no tienen nada que ver, a primera vista, con lo que Jesús nos pide?

Ser discípulos de Jesús, pide, por nuestra parte, un corazón agradecido y maravillado, a fin de poder captar con ojos nuevos cómo en las pequeñas cosas de nuestra vida, cargada de menudencias y limitaciones, se revela el misterio siempre inefable de Dios. Aun siéndolo por naturaleza, necesitamos no tener miedo de ser pequeños ante Dios. Necesitamos reconocer nuestra pequeñez para darnos cuenta que podemos y tenemos necesidad de descansar en Él nuestras angustias, ya que Él nos enseñará a ser pacíficos con nosotros mismos, a no crisparnos cuando no se realizan nuestros deseos, a comprender que las relaciones humanas necesitan siempre y en todo momento un plus de ternura y de comprensión.

Para seguir a Jesús, necesitamos confiar en su palabra, una palabra que es capaz de devolver al corazón de los hombres la paz y la serenidad. “Venid a mí, todos los que estáis cansados ​​y agobiados”. Todos sabemos sobradamente qué significa estar cansado. Jesús nos dice que él nos hará reposar. ¿Cómo? “Tomad mi yugo”. La promesa que nos hace no es de quitarnos el trabajo ni la carga, sino que nos dice que su yugo es suave y su carga ligera. Jesús nos llama una vez más a asumir con responsabilidad nuestra propia condición personal y también las múltiples y complejas situaciones de nuestro tiempo. No de forma estoica, sino desde la experiencia del amor y del agradecimiento. El amor vuelve suaves las cosas duras, y ligeras las pesadas; el amor hace que sintamos a medida lo que sin amor nos estorba muchísimo.

Esta invitación de Jesús a reposar en él es para nosotros de una gran actualidad, ya que si habitualmente el cansancio está presente en nuestra vida, hoy, dondequiera que miramos constatamos mucho cansancio provocado por la pandemia que aún vivimos. Un cansancio que toma formas muy diversas: el personal sanitario y el personal esencial de todo tipo que han trabajado hasta el agotamiento, y no siempre debidamente reconocidos; las personas de todas las edades que han sufrido maltrato, falta de recursos y vejación debido al confinamiento; quienes lo han perdido todo; y aun, todas las víctimas de las pandemias del hambre, de la exclusión social, los desplazados…

Quienes queremos ser seguidores de Jesús tenemos que hacer como él, ofrecer a los que nos rodean, a quienes están cansados ​​de nuestro entorno, unas actitudes y unos gestos que aligeran su sufrimiento. Si se puede y lo permite la situación que vivimos, no se trata de hacer cosas grandes,  sino que se trata simplemente de que los demás se encuentren bien bajo nuestra mirada para poder abrir el corazón y exteriorizar su sufrimiento, que sepan que cualquiera que sea su situación personal no serán juzgados, ya que sólo Dios conoce el fondo del corazón humano.

Se trata aún, si se quiere, de dar un poco de nuestro tiempo a fin de ayudar a que los demás no vayan tan agobiados: en casa, el trabajo, en las familias, en las comunidades,… Se trata, en definitiva, de ser iconos de la ternura de Dios, que se ha revelado en Jesús y en todo lo que es pequeño. Seguro que estos pequeños gestos no serán noticia, pero hoy y siempre, hermanos y hermanas, somos invitados a hacerlos, ya que las consecuencias de la Covid-19 nos empujan a estar muy atentos a las personas y a las situaciones que nos rodean, también a las que cada uno ha vivido a nivel personal para no tener miedo de pedir ayuda. Cierto, los pequeños gestos no serán nunca noticia, pero también es cierto que una vez más manifestarán las maravillas que Dios lleva a cabo a través nuestro. Estemos seguros: todos, absolutamente todos, necesitamos dar y recibir pequeños gestos que hagan más humana y llevadera la vida y en concreto este tiempo.

La pequeñez del pan, que a muchos todavía falta, y del vino de la Eucaristía que estamos celebrando son la prenda.

 

Última actualització: 13 julio 2020