Homilía del P. Joan M Recasens, monje de Montserrat (10 enero 2021)
Isaïes 55:1-11 / 1 Joan 5:1-9 / Marc 1:7-11
Con esta fiesta del Bautismo del Señor se cierran las celebraciones litúrgicas navideñas y se inicia el periodo llamado la vida pública de Jesús.
En la primera lectura que se nos ha proclamado, Isaías ponía en boca de Dios todo lo que el pueblo de Israel recibiría con la venida de su Mesías. Les decía que sería un tiempo de prosperidad y de bienestar para todos aquellos que buscasen al Señor. Él se dejaría encontrar y lo sentirían muy cercano. Les predecía que al igual que la lluvia y la nieve que caen del cielo fecundan la tierra y la hacen germinar, la palabra salida de los labios del Señor haría que se cumpliera en ellos todo lo que les había predicho.
El pueblo esperaba con ansia la venida de este Mesías de Dios, ya que los acontecimientos políticos que los rodeaban les hacían cada vez más imposible la vida, especialmente en la gente sencilla y pobre del pueblo de Israel. De esta espera y de este malestar surgieron varios movimientos mesiánicos que se presentaban como precursores de la definitiva venida del Mesías prometido por Dios y que los tenía que liberar de la opresión insoportable de los poderosos.
Juan Bautista se presenta como uno de estos precursores de la venida del Mesías y predica un movimiento de conversión de costumbres con un bautismo de purificación con el fin de allanar los caminos para la venida definitiva del Mesías Salvador anunciado por todos los profetas.
La fama de Juan y de su predicación atraía mucha gente del pueblo para hacerse bautizar con su bautismo de purificación en las aguas del río Jordán. Con todo, Juan dirá a la gente que él no es el Mesías esperado ya que detrás de él viene otro más poderoso, del que no es digno ni de agacharse para desatarle la correa de su calzado. Les dirá también que él los bautiza con agua, pero que el que viene detrás, sí los bautizará con Espíritu Santo.
Jesús, después de vivir unos años una vida normal como la de cualquier hijo de su pueblo, atraído por la fama del Bautista, lo dejará todo, familia, pueblo y trabajo para ir junto al río Jordán a hacerse bautizar por Juan. Y al salir del agua, tal como nos ha dicho san Marcos en el fragmento evangélico que se nos ha proclamado, Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu en forma de paloma, se ponía encima de él y que una voz del cielo le decía: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.
El encuentro con Juan Bautista será para Jesús una experiencia existencial que le hará dar un giro completo a su vida. Después del bautismo, Jesús ya no vuelve a su ciudad de Nazaret ni se adhiere al movimiento del Bautista, se retira un tiempo en el desierto para prepararse para iniciar la misión que cree que le ha sido encomendada y que siente como único objetivo de su vida futura, la de anunciar a todos con voz insistente la Buena Nueva de Salvación de un Dios que es Amor y Padre y que quiere que todo el mundo se convierta y se salve.
Esta experiencia de Jesús puede tener también para todos nosotros un significado existencial de purificación y de cambio de vida. La fe es un itinerario personal que cada uno debe recorrer si quiere alcanzar esa gran misión que todos hemos recibido en el momento de nuestro bautismo: la de ser imitadores de Jesucristo y testigos del amor de Dios en medio del mundo en el que vivimos.
Hoy, en este nuestro mundo tan desastrado y con el azote de una pandemia, hay demasiada gente que sufre por falta de posibilidades económicas y por la explotación de aquellos que creen ser los dueños de la humanidad y los poseedores de la verdad. Es urgente que nosotros que queremos ser seguidores de Jesucristo procuramos llevar una brizna de esperanza que les ayude a cambiar la manera de hacer y de actuar ante las necesidades de nuestro hermano. Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los gestos pequeños. Ciertamente no nos sentimos llamados a ser ni héroes ni mártires, pero sí estamos invitados a vivir poniendo nuestra vida al servicio de los demás con pequeños gestos que les puedan dar un poco de esperanza. Aprender a estar atentos a aquel que necesita de una palabra de confort, de una mano extendida que lo haga salir del pozo donde se siente sumergido, de una sonrisa acogedora al que está solo y desamparado. En definitiva, tratar de imitar a Jesucristo llevando amor y esperanza a todos aquellos que nos rodean y tienen necesidad de sentirse queridos y valorados por lo que realmente son, hijos de un mismo Padre que nos ama de tal manera que nos ha enviado a su propio Hijo para demostrarnos que lo que quiere es nuestro bienestar y que tengamos paz y alegría interior porque nos sabemos amados con un amor infinito.
Deseo que la fiesta de hoy nos haga tomar más conciencia de lo que somos y de lo que deberíamos ser.
Última actualització: 22 enero 2021