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Domingo XXVII del tiempo ordinario (5 octubre 2025)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat de (5 de octubre de 2025)

Habacuc 1:2-3; 2:2-4 / 2 Timoteo 1:6-8.13-14 / Lucas 17:5-10

Al pensar, orar y contemplar este fragmento del evangelio de hoy, me preguntaba a mí mismo: ¿Por qué será que Jesús elige, para comparar la fe verdadera, el grano de mostaza y no, por ejemplo, el grano de arena? Sus contemporáneos estaban acostumbrados a ver grandes cantidades de arena en las zonas desérticas que tenían cerca; los grandes bancales de arena parecerían una mejor comparación si habláramos de abundancia, de haber más. En cambio, el grano de mostaza pasa más desapercibido, casi es un polvillo, y no abunda tanto.

¿Por qué, pues, Jesús elige el grano de mostaza y no el de arena para comparar la fe?

¿En qué se diferencian realmente un grano de arena y un grano de mostaza? ¿En qué son radicalmente distintos?

Pues en que la arena, por muy abundante que sea, no genera vida nueva, y el grano de mostaza, por pequeño que sea, sí. El secreto no está en la cantidad, sino en el potencial que tiene la fe en sí misma, al igual que el grano de mostaza.

La fe es el mismo don de la vida, que lleva en ella un potencial infinito por descubrir. Es confianza en Aquel que nos la ha dado, y que es en nosotros como el aire que respiramos. La fe cristiana se sostiene en el testimonio del Hijo de Dios, que sabe, verdaderamente, el secreto de la fe -que es tanto como decir: los secretos del Reino.

Los discípulos, lo sabemos por el evangelio, confían en Jesús —claro, por eso le siguen—; le han visto hacer signos, y muchas de las palabras de Jesús les han hecho ver la Ley de una forma nueva, más viva. Pero, unos versículos antes de los que hoy hemos proclamado en el evangelio, les ha hablado también de lo que es detestable a los ojos de Dios: el amor al dinero, la infidelidad conyugal… y aquí ya arrugan la nariz. Aún entran, pero cuando llegan al tema del perdón, se plantan. Hasta aquí confiaban en él; más allá, no se ven con fuerzas suficientes, y por eso piden más fe a Jesús.

¡Estad alerta! —les había dicho—.
Si tu hermano te hace una ofensa, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si te ofende siete veces al día, y siete veces vuelve para decirte:
“Me arrepiento”, tú tienes que perdonarlo.
Y ellos le dicen: «Señor, danos más fe.»

No se trata de tener mayor o menor fe; se trata de poner la fe en Dios, y no en uno mismo. Con la fe puesta en sus propias fuerzas, el mandamiento del perdón es imposible. Pero, poniendo la fe en Dios, se produce en nosotros la vida que existe en Dios, que es amor.

La fe, ese instinto natural de confianza que todo el mundo tiene, debe ponerse en algo mayor que uno mismo. La fe, como el grano de mostaza, debe sembrarse para que dé fruto. Hay que sembrarla en la tierra buena de la Palabra fiel de Dios, que nunca engaña, para que nazca algo grandioso en nuestro corazón: el amor de Dios. Sólo desde ahí los imposibles pueden ser vencidos.

Como decía san Francisco de Asís en el siglo XIII, un grano de mostaza en medio de muchos granos de arena: “Empieza haciendo lo necesario, después lo posible, y de repente estarás haciendo lo imposible.”

Empieza haciendo lo necesario: ser humilde, necesidad de misericordia como el que más; después lo posible: el perdón sincero; y, de repente, estarás haciendo lo imposible: volver a confiar, más prudentemente; volver a amar, más maduramente. En definitiva, vivir con mayor libertad y con más paz.

El perdón que Jesús propone sólo se puede vivir, como él, en la categoría de Siervo: aquel que, como el profetizado por Isaías, con el perdón, toma sobre sí el pecado que no es suyo para liberarnos a todos. No es cuestión de méritos, sino de generosidad, como respuesta infinitamente agradecida a un Amor que, haciéndose perdón y misericordia, nos ha enseñado a amar para: «vivir para vivir eternamente», como decía un monje anciano que conocí en la Enfermería del monasterio cuando entré en Montserrat como monje.

La fe, hermanos, es más acción que conocimiento, más amor arriesgado que seguridades, pero es vida. Toda otra alternativa nos deja tirados en el fracaso.

Para alimentar la fe en Dios es necesario rezarla en el fondo del corazón, celebrarla en los sacramentos y compartirla en la caridad. Porque en las tres es el Señor quien se da como alimento, como lo hará en la fracción del pan y en el comulgar de cada uno con fe.

 

Última actualització: 7 octubre 2025