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Domingo VI del tiempo ordinario (13 de febrero de 2022)

Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat (13 de febrero de 2022)

Jeremías 17:5-8 / 1 Corintios 15:12.16-20 / Lucas 6:17.20-26

 

En el evangelio de las Bienaventuranzas según san Lucas, Jesús proclama felices a los pobres, a los que ahora pasan hambre, ya los que lloran. En el evangelio según san Mateo, Jesús proclama felices a los pobres en el espíritu, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los compasivos, a los limpios de corazón, a los que ponen paz. Ambas versiones nos dan una visión muy amplia de la predicación de Jesús.

En el origen de la predicación del Evangelio, Jesús solía hacer unas breves y concisas afirmaciones, fáciles de memorizar. A menudo, varias personas acostumbraban a hacerle preguntas y Jesús mismo, o sus primeros discípulos, podían explicar y complementar estas Bienaventuranzas.

Hoy, sin embargo, lo importante es tratar de entender hacia dónde apuntan las Bienaventuranzas. Desde el principio, nos sugieren una manera de hacer camino siguiendo la propuesta de Jesús, que comporta, ante todo, fiarse totalmente del amor incondicional del Padre celestial. Jesús mismo lo vivió a fondo, dándose del todo en el anuncio del Reino de Dios. En el día a día, compartía su visión de la vida con los discípulos y otras personas, pero a menudo se dirigía a toda la gente que le seguía para escucharle. De hecho, Jesús les orientaba sobre cómo Dios, el Padre del Cielo, ama a cada persona, y cómo el Espíritu Santo nos da la fuerza para tratar bien a todos y crear un mundo auténticamente humano y respetuoso.

Pero si nos encontramos reunidos aquí es para proclamar la esperanza que Jesús nos ofrece, para que las lágrimas se conviertan en risas, que el hambre sea saciada, que puedan ser ayudados quienes se encuentran con necesidades y que consigan, en medio de la vida, una esperanza dentro del corazón que nos ofrece el reino de Dios.

Nos lo decía la segunda lectura que hemos escuchado: «Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto». Al respecto, San Pablo nos dice que si Cristo no hubiese resucitado nuestra fe no tendría sentido y nosotros seguiríamos sumergidos en una muerte sin salida.

Nos encontramos hoy, pues, con el deseo de acoger y compartir la buena nueva que Jesús dirige: que su vida, muerte y resurrección nos abre las puertas para vivir con la mayor esperanza que podíamos soñar. No sólo para vencer a la muerte que debemos sufrir y no tiene remedio, sino porque podemos esperar la resurrección en el cielo, una realidad que Dios ofrece a cada persona. Gracias a las buenas obras podemos admirar más la muerte de Jesucristo con la esperanza de participar en la resurrección que Él nos ha abierto.

Si recordamos la última cena de Jesús, podemos constatar que Jesús lavó los pies a sus discípulos para dejar bien claro hasta qué punto los amaba y nos ama hoy a nosotros. Fue cuando Jesús, con humildad, hizo este gesto para dar a entender cómo serán acogidos y ayudados todos los que creen en Él, tal y como nos lo dice: «Os he dado un ejemplo porque, tal y como os lo he hecho yo, lo hagáis también vosotros. Ahora que habéis entendido esto, felices vosotros si lo ponéis en práctica».

Con las palabras de Jesús podemos constatar cuánta gente hay en el mundo que obra el bien y que merece ser amado por el bien que hacen. Así podemos comprender cómo Dios ampara a todas las personas que obran el bien, tal y como nos ha enseñado Jesús. Como cristianos, nosotros tenemos la suerte de acoger con agradecimiento las palabras de Jesús. Ojalá las entendamos bien y las pongamos en práctica con sinceridad. Qué el evangelio de hoy sea, pues, para cada persona un ánimo para vivir el día a día con solidaridad y respeto, al tiempo que vamos creciendo en la fe, en la esperanza y en la caridad. ¡Qué así sea!

 

 

Última actualització: 15 febrero 2022