Homilía del P. Josep M Soler, Abad Emérito de Montserrat (30 de marzo de 2025)
Isaías 11:1-10 / Romanos 15:4-9 / Mateo 3:1-12
La voz fuerte que resonaba en el desierto de Judá hace más de dos mil años, resuena todavía hoy en la liturgia de la Iglesia. Es, hermanos y germanas, la voz de Juan Bautista que prepara los caminos del Señor que viene. Es una voz potente, áspera, forjada en el desierto, que dice la verdad en la cara sin miedo y sin halagar nada. Comunica un mensaje liberador, lleno de esperanza: el Reino de los Cielos está cerca. Tanto como decir: Dios viene, ya está cerca, visitará a su pueblo y a toda la humanidad en la persona de Jesús de Nazaret.
Juan Bautista preparaba así su primera venida del Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, cuando vino para compartir nuestras noches y dolores, para secar nuestras lágrimas, para luchar contra todo lo que esclaviza a las personas, para enseñarnos el camino del amor fraterno. En su primera venida, nos ofreció la luz para discernir las cosas de Dios y nos ofreció la vida para siempre, más allá de la muerte. Y, a través de su palabra contenida en los evangelios, Juan Bautista nos prepara ahora, en el tiempo de Adviento, para la segunda venida gloriosa del Señor al final de los tiempos y de la historia. Una segunda venida que será anticipada de algún modo en el momento de nuestra muerte.
Esta preparación para la venida de Jesucristo se resume prácticamente, como hace dos mil años, en una palabra: convertíos. Es una expresión clásica desde los tiempos de los profetas del Antiguo Testamento. Y significa “cambiar de mentalidad”, “cambiar de forma de pensar” o, aún “cambiar de dirección” para pasar de una manera de ver las cosas centrada en el egoísmo y en las cosas materiales a una forma de ver las cosas iluminadas por la Palabra de Dios que nos enseña a encaminarlas hacia la plenitud en el Reino de los cielos. En este sentido, convertíos significa devolver incondicionalmente al Dios de la alianza, a su amor, a la acogida de su voluntad liberadora. Quiere decir abrir una ruta en nuestro interior para que Dios pueda entrar.
Sin embargo, existe una diferencia entre la predicación de Juan en el desierto de Judea y la proclamación actual en la Iglesia de sus palabras. Nosotros somos cristianos, hemos recibido el bautismo de Jesucristo que Juan anunciaba diciendo que se realizaría con el Espíritu Santo y con fuego, en una alusión al perdón y la purificación total que otorga el bautismo cristiano, mientras que el bautismo de Juan era sólo una expresión de la voluntad de convertirse. La llamada a la conversión que nos hace el Adviento con las palabras de Juan Bautista, es, pues, una conversión, un regreso al Padre de nuestro Señor Jesucristo, un abrir una ruta en nuestro corazón y en nuestra inteligencia para que Dios pueda entrar y cuando Jesucristo vuelva encuentre que estamos a punto. Éste es el mensaje fundamental que el Adviento nos ofrece en sus inicios: convertirnos y abrirnos a Dios. Esto requiere educar nuestra voluntad para traducir en el comportamiento de cada día la novedad de vida que nos trae la fe cristiana. Convertirse, cambiar de manera de pensar en todo lo opuesto al Evangelio, educar nuestra voluntad según la Palabra de Dios: He aquí la tarea que nos es propuesta. Así renovaremos nuestra vida, y podremos esperar el retorno glorioso del Señor llenos de esperanza y deseo espiritual. Del regreso del Señor, repito, al final de nuestra existencia en la tierra y al final de la historia.
San Pablo, en la segunda lectura, nos exhortaba a estar atentos a lo que dicen las Escrituras para realizar esta mejora, este cambio, que supone la conversión. Las Escrituras, decía, nos dan la fuerza para convertirnos y el consuelo por el sacrificio -la renuncia- que puede suponernos la conversión. La razón fundamental es doble. Por un lado, se trata de que Jesucristo vaya ocupando totalmente el centro de nuestra vida y, por otro, que vivamos el amor fraterno y la comunión eclesial. San Pablo lo decía en otras palabras: hablaba de estar de acuerdo unos y otros en Jesucristo. Para que -insistía- estemos bien avenidos de corazón y de labios. Es decir, que nos amamos unos a otros y que nos digamos la verdad y evitemos lo que pueda ser ofensivo para otros. La conversión personal, por tanto, implica también trabajar para crecer en el amor y en la comunión fraterna, de forma constante y paciente, con capacidad para volver a empezar tantas veces como sea necesario, sin perder nunca la esperanza ni perder la confianza en la misericordia de Dios. Y así Dios será glorificado. Nuestra vida le será una alabanza a él y un testimonio frente a los demás.
Todo esto, además de prepararnos para la segunda venida del Señor, cuando va a venir en su gloria, nos prepara también para la próxima fiesta de Navidad. Juan Bautista nos advierte que nuestra perspectiva no debe quedarse en un horizonte terrenal y temporal si queremos realizarnos en plenitud, sino que debe abrirse a la luz que viene de Dios y nos es llevada por el Hijo de Santa María. La actitud de conversión para dejar entrar más y más en nuestra vida el Señor, nos ayuda a renovarnos espiritualmente y acoger con un corazón bien dispuesto la gracia de Navidad; que es la gracia de la encarnación del Hijo de Dios para que nosotros se convierta en participantes de su naturaleza divina y de su inmortalidad. Sin embargo, hay que tener presente que, como dice el poeta (Josep M. de Sagarra, Poema de Navidad) que en Belén, en la gracia de Navidad, sólo se llega con humildad. Porque la humildad es una virtud muy propia de nuestro Dios tal y como nos revela Jesucristo.
Última actualització: 9 diciembre 2025

