Homilía del P. Sergi d’Assís Gelpí, monje de Montserrat (4 d’octubre de 2020)
Isaías 5:1-7 / Filipenses 4:6-9 / Mateo 21:33-43
En la antigua Roma, cuando un general desfilaba triunfalmente por las calles de Roma tras una victoria, tenía tras de sí un esclavo que le iba diciendo: “Memento mori” ( “recuerda que tienes que morir”). Tertuliano nos dice que le decían: “¡Recuerda que eres un hombre!”.
Estos días me ha venido a la memoria esta tradición antigua viendo la pandemia. ¿No podríamos decir que todo esto que estamos viviendo a nivel mundial es como aquella vocecita que nos dice: recuerda tu limitación, la contingencia más cruda, que no todo lo puedes controlar ni prever? La pandemia nos ha cogido a todos desarmados.
Ahora mismo, además de todos los que os encontráis en la basílica de Montserrat, hay miles de personas que nos seguís a través de los medios de comunicación. Y seguro que, entre todos vosotros, también habrá que no se sienta creyentes, pero que está siguiendo esta celebración haciendo compañía a alguien de casa, o bien sencillamente porque haciendo zapping se han quedado mirando la Misa sin saber demasiado por qué. Me gustaría que estas palabras que voy a decir sean también significativas para vosotros.
El Evangelio de hoy es duro, Jesús provoca a quienes le escuchan. Y lo hace con un cuento lleno de mensaje. Habla de unos hombres a los que se les ha confiado una viña para que la hagan fructificar. Al cabo de un tiempo, cuando ya la habrían podido hacer rendir, van recibiendo visitas de unos enviados que les preguntan como han aprovechado este regalo. Y en lugar de interpretarlo como llamadas a la responsabilidad, a ser conscientes del don que han recibido, no lo saben encajar y rechazan absolutamente todas estas visitas. Eran llamadas que les podían hacer valorar más lo que se les había confiado, aquel tesoro que era la viña. Pero no lo hacen, al contrario.
Este Evangelio me ha hecho pensar en una historia que me ha acompañado desde hace años. Todos leemos el Evangelio y la vida misma a partir de nuestra biografía, de lo que hemos vivido y que hemos recibido. En mi casa, desde pequeño he oído hablar de Joan Alsina, un cura que mis padres conocieron cuando eran jóvenes y que todavía mucha gente lo recuerda en mi pueblo Malgrat, donde dejó una buena huella los pocos años que estuvo como vicario.
El caso es que Joan fue a misiones, concretamente en Chile. Allí, estuvo muy comprometido con la gente más sencilla. Cuando hubo el golpe de estado del año 73, él era el jefe de personal de un hospital de la capital. Se vivieron días de mucha confusión, violencia e injusticia. Le llegó a través de amigos que, por su implicación social, corría peligro si volvía al hospital. Él dijo que no tenía nada que ocultar, y que no dejaría de servir a quienes lo necesitaban, y más aquellos días tan complicados. El caso es que fue al hospital y ya no volvió.
Días después, encontraron en su mesilla de noche un escrito impresionante donde, entre sus palabras y palabras bíblicas, expresa su dolor, un sufrimiento muy grande la noche antes de volver al hospital. Pero acaba este escrito con confianza, con letras más grandes escribe: “Adiós. Él nos acompaña siempre, dondequiera que estemos”.
Tiene miedo, pero es mayor su confianza en que el Amor es más fuerte. Y que por eso vale la pena seguir adelante.
Se hizo correr la versión que Juan había muerto en un tiroteo. “Fake news”, que diríamos ahora. Pero todos los que lo conocían sabían que él no habría cogido un arma. Entonces un cura catalán decidió buscar a su asesino, y aclarar los hechos. Su búsqueda duró años. ¡Y al cabo de 17 años, lo encontró!
El chico que lo había asesinado, entonces ya mayor, se puso a llorar. Aquellos días del golpe de estado habían matado a muchos, pero recordaba perfectamente a Joan y como había ido todo. Y es que en el momento de irlo a fusilar, se le acercó para ponerle una venda en los ojos como hacían habitualmente, y Joan le dijo: “Por favor, no me pongas la venta, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón”. Aquel hombre, pasados tantos años, aún conservaba una esquela de Joan que miraba de vez en cuando. Y guardaba como un recuerdo imborrable de que aquel hombre lo había perdonado de todo corazón.
Nosotros, evidentemente, estamos viviendo momentos muy diferentes de lo que él vivió. Entonces, ¿por qué he contado esta historia hoy? Y ¿qué relación tiene con el Evangelio que hemos escuchado y con lo que vivimos? Pues porque Joan habría podido esconderse, habría podido pensar que todo lo que sucedía no iba con él, habría podido vivir todos aquellos acontecimientos como obstáculos en su camino de entrega a los demás. Y en cambio, leyó los hechos de aquellos días como oportunidades para darse más, para estar más comprometido, para ser más coherente con sus principios de hacer un mundo mejor.
En el Evangelio, aquellos hombres que han recibido la viña no interpretan bien las visitas que les preguntan cómo han hecho fructificar la viña. Nosotros también recibimos visitas de este estilo en nuestra vida, situaciones que nos pueden hacer pensar en cómo estamos cuidando todo lo que nos ha sido confiado y de nuestra propia vida.
Para cada uno, estas situaciones (que pueden ser desagradables y generarnos rechazo) serán diferentes. Pero es verdad que también hay hechos que nos afectan colectivamente: la pandemia con todas sus consecuencias, la situación política, y con una mirada más larga, este mundo tan mal repartido que provoca que mucha gente de los países del Sur se vaya de su país para buscar una vida mejor en el Norte.
¿De qué manera podríamos dejarnos interpelar por estas situaciones, y responder según nuestros valores y principios? ¿De qué manera podríamos vivirlas como llamadas a ser más auténticos?
No hay una sola manera, cada uno debe encontrar la suya sinceramente. Pero Jesús nos llama a estar atentos: hemos recibido una viña, y debemos cuidarla.
Que Él nos ayude a acertar los caminos para responder a sus llamadas constantes.
Última actualització: 5 octubre 2020