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Domingo XXVI del tiempo ordinario (28 septiembre 2025)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat de (28 de septiembre de 2025)

Amós 6:1a.4-7; 1 Timoteo 6:11-16 / Lucas 16:19-31

Queridos hermanos y hermanas:

La parábola que el diácono acaba de proclamar nos sitúa ante una escena que nos sobrecoge, pues concentra en una sola imagen la realidad de nuestro mundo: el abismo entre ricos y pobres. Como sabemos, conviven la humillación y la indiferencia hacia los menos favorecidos, mientras se despilfarran recursos de manera desproporcionada ante la miseria de los demás. Pero esta historia es, antes que nada, una invitación a la esperanza y un consuelo para todos, independientemente de la situación económica de cada uno.

El relato nos presenta dos personajes principales, aunque el pobre es descrito con más detalle. Se trata de un hombre llamado Lázaro, que vive una situación desesperada. Es un mendigo enfermo que carga sobre sí todas las desgracias. Paradójicamente, su nombre significa “Dios ayuda”. No es, por tanto, un personaje anónimo, sino alguien con rasgos concretos y con una historia personal de pobreza y sufrimiento. Su presencia en la puerta del rico era ignorada por este, pero nunca fue invisible para Dios.

La parábola muestra de manera contundente las contradicciones del rico. A diferencia de Lázaro, él ni siquiera tiene nombre: es simplemente “un hombre rico”. Vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidas fiestas. Su vestimenta y sus banquetes evidencian su afán de dinero, vanidad y soberbia, hasta el punto de cegarlo e impedirle ver al pobre sentado a sus pies. El mensaje, sin embargo, no es de condena, sino de advertencia: la riqueza material puede convertirse en una prisión que nos impida reconocer la luz del otro.

¿Cuál es, entonces, el significado de la parábola? No pretende describir cómo será la vida después de la muerte, ni es una promesa de un final feliz para los pobres como compensación de las desgracias sufridas, ni tampoco una invitación a la resignación. Al contrario: es una fuente de esperanza para quienes viven en la miseria y un llamado a la conversión para quienes viven cómodamente.

Con un contraste muy gráfico, el evangelista Lucas explica que el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, mientras que el rico simplemente fue sepultado. Este contraste no es una condena, sino una promesa: la dignidad de Lázaro es reconocida. El problema no son las riquezas, sino el vacío del corazón del rico. Sabemos que muchos hombres y mujeres, a quienes llamamos santos, siguieron a Jesús compartiendo generosamente sus bienes. Pero también hay quienes, con grandes fortunas o con pocos recursos, viven con el corazón endurecido y cerrado al sufrimiento de los demás. El consuelo es que nuestro verdadero valor no radica en lo que poseemos, sino en la capacidad de nuestro corazón de abrirse.

La parábola, como toda enseñanza de Jesús, es para el tiempo presente. Por eso, no podemos quedarnos únicamente en la cuestión de las riquezas: es necesario ir hasta lo más profundo del corazón y reconocer el vacío que existe cuando no está habitado por el amor y la entrega. Esta es nuestra verdadera salvación.

El hombre sin nombre y Lázaro nos hacen tomar conciencia de que la vida solo tiene sentido cuando es entregada. Y no debemos caer en la trampa de justificar nuestro cierre diciendo que no tenemos nada que dar: todos poseemos la mayor riqueza, la capacidad de amar como Dios nos ama. Amar es siempre un camino, un proceso a construir a lo largo de toda la vida. Esta verdad es un gran consuelo para todos.

Finalmente, la parábola nos ofrece una enseñanza decisiva: el otro es un don para mí. La verdadera relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. El otro, incluso cuando se presenta lleno de llagas, es siempre una llamada a la conversión. Por eso, la parábola proclamada hoy es una invitación a abrir la puerta de nuestro corazón al otro, ya que cada persona es siempre un don.

También hoy podemos caer en el mismo pecado del hombre rico: olvidarnos de quien nos necesita. Nuestra cercanía o nuestro alejamiento de Dios se miden en la manera en que nos acercamos o nos alejamos de los demás. Este es nuestro camino de consuelo.

La Palabra que hoy se nos ha proclamado es una fuerza viva, capaz de suscitar en nosotros la conversión del corazón hacia los demás y hacia Dios. Es una palabra de esperanza que nos recuerda que, con amor, podemos transformar nuestro mundo y nuestro corazón.

Última actualització: 28 septiembre 2025

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