Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (9 de julio de 2023)
Zacarías 9:9-10; 13:1 / Romanos 8:9.11-13 / Mateo 11,25-30
¿Cómo es, Dios? ¿Qué sabemos de Él? ¿Cómo hacerlo para conocerlo mejor? Son preguntas, hermanas y hermanos, que se pueden responder de muchas formas, y que en las lecturas de hoy podemos encontrar pistas que nos ayuden a hacerlo.
En el evangelio, Jesús decía que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús, pues, es el único que sabe cómo es el Padre. Y desde este conocimiento, nos ha dicho todavía otras dos cosas: que ha querido abrir esta revelación a los “sencillos” más que a los “sabios” y a los “entendidos”, y que son “los cansados” y “los agobiados” quienes pueden encontrar el reposo —podríamos entender: quienes pueden encontrar más fácilmente una respuesta. Jesús dijo todo esto porque en su tiempo las clases dirigentes se habían “apropiado” de algún modo de todo lo que hacía referencia al conocimiento de Dios, y lo habían traducido en una serie de innumerables preceptos y mandamientos que obligaban a cumplir a la gente más sencilla. Habían convertido la supuesta voluntad de Dios en un yugo muy pesado de llevar para los humildes, que no era lo que Dios realmente quería para su pueblo. Por eso Jesús se esforzó por transmitir otra imagen de Dios diciendo que él tenía “otro yugo”: era “un yugo suave”, una “carga ligera” más sencilla y fácil de llevar. Y de esta otra manera más fácil de entender cómo era Dios, dio ejemplo con su forma de hacer: en la primera lectura el profeta Zacarías profetizaba que Jesús entraría en Jerusalén «montado en un borrico, en un pollino de asna». Continuando con esta profecía, Jesús fue un Mesías que dirigió «palabras de paz» y no mandamientos pesados. Fue un Señor «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos», como definía también el salmista. Y no nos dejó una ley pesada y difícil de cumplir, sino que nos envió su Espíritu para que “habitara en nosotros” y se convirtiera en una ley viva que pudiéramos llevar siempre en el corazón, como leíamos en la carta a los Romanos. Todos estos elementos contenidos en las lecturas de hoy, pueden ayudarnos a comprender un poco la imagen de Dios que Jesús nos quiso transmitir.
Y todo ese conocimiento que el Señor quiso revelar a los sencillos, hoy nos lo revela a nosotros. Su llamada a los “cansados y agobiados” de su tiempo puede hacerse perfectamente extensiva a nosotros, que hoy hemos venido un domingo más a la Eucaristía para acercarnos a él. Porque todos llevamos una carga u otra, todos llevamos en los hombros nuestra cruz, y todos necesitamos una palabra de paz y de felicidad que nos ayude a recobrar la alegría interior que sería deseable nunca haber perdido. La celebración dominical es el mejor lugar para salir de nuestro día a día y acercarnos a Dios para escucharle, dejando que su palabra pacifique y transforme nuestro interior. La Eucaristía es el lugar donde Cristo resucitado se nos hace presente y nos habla; pero para entender lo que nos quiere decir, es necesario que nos acerquemos con sencillez, con humildad, y con voluntad de dejarnos guiar por él.
Empezábamos esta homilía preguntándonos cómo sería Dios, y qué podíamos hacer para conocerlo mejor. Pero Jesús, que es quien mejor le conoce, no nos ha instruido con un conocimiento técnico, sino que nos ha invitado simplemente a acercarnos a él y dejarnos llevar. Y por eso nos ha dicho: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré […] aprended de mí». Porque más importante que hablar de Dios, es hablar con Dios. Para lograr nuestras vidas no se trata tanto de conseguir un conocimiento escondido o profundizar en unos conceptos teóricos, sino de establecer una relación personal con él, una amistad, y dejarnos conducir por él. Es una amistad que se debe ir forjando todos los días a través del diálogo con él, un diálogo que podemos encontrar en la oración, escuchando cada domingo su palabra. Es un diálogo que nos irá conduciendo poco a poco, porque Dios no es un padre autoritario que busque una obediencia ciega, sino que es un padre que quiere que crezcamos, que nos impliquemos en su proyecto, que avancemos con él. Y esa imagen que nos da Jesús de un Dios cercano, “bueno y salvador”, amable y sencillo, no nos la da porque saciamos nuestra curiosidad, sino porque, dando un paso más, la reproduzcamos en nuestras vidas: todos estamos llamados a vivir en primera persona estas cualidades de Dios que las lecturas de hoy nos transmitían.
No sabemos si es casualidad o no que esta invitación de Jesús a acercarnos a él para encontrar reposo nos sea proclamada justamente en un tiempo en que la mayoría comienzan unos días de vacaciones, o al menos pueden tener unos días diferentes. En cualquier caso, es bueno que estos días en los que no sentimos tan fuerte la presión de lo cotidiano, dediquemos ratos a reflexionar sobre esta imagen de Dios que Jesús nos ha dado, la de un Dios que quiere lo mejor para nosotros, que quiere que nos impliquemos en su proyecto, y que nos invita a reproducir en nosotros sus cualidades para que le ayudemos a hacer crecer su Reino, cada uno desde donde esté. Que esta Eucaristía nos ayude.
Última actualització: 10 julio 2023