Homilía de Mns. David Abadias, obispo auxiliar de Barcelona (21 de mayo de 2023)
Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Efesios 1:17-23 / Mateo 28:16-20
Quisiera empezar, ante todo, agradeciendo al P. Abad y a la Comunidad de Montserrat su invitación a compartir hoy con ellos, y con vosotros, la Eucaristía de este domingo, fiesta de la Ascensión del Señor. Montserrat, que en muchos sentidos la podemos llamar la parroquia de Cataluña, donde tantas comunidades cristianas y tantas personas se encuentran y celebran la fe, a los pies de María, en el gozo de esta naturaleza que nos rodea, y como en la escucha atenta de la Palabra y la feliz participación en la Mesa de la vida. Agradezco de corazón el poder estar hoy aquí con vosotros.
Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor: en la primera lectura hemos escuchado el relato de los Hechos de los Apóstoles donde se nos explica cómo Cristo “a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista.” (Hch 1 :9). En el Evangelio de Juan, Jesús hablando con Nicodemo nos dice: no podía subir al cielo sino aquél que bajó (cf. Juan 3:13). Y éste es el punto clave que hoy querría profundizar con vosotros. Ese movimiento -este subir, ese bajar- ese movimiento trinitario. Este dinamismo del Amor. Porque el amor es dinámico, el amor nunca se queda quieto.
El Amor vino a nosotros, bajó del cielo, se encarnó, se hizo hombre como nosotros. Vino a nosotros, para que nosotros lo conociéramos. Esa kenosis, ese “abajamiento” es un acto de amor. Viene a nosotros porque nos ama. San Juan nos lo resume perfectamente en su primera carta: Dios nos ha amado primero (1 Juan 4:19). Dios viene a nosotros por amor. El corazón de la Trinidad se mueve hacia nosotros por Amor.
Y por ese mismo amor, Cristo nos abre el camino hacia el Padre. Él, el primero de todos, sube al cielo, abriendo ese camino: yo soy el camino, la verdad, la vida; nadie llega al Padre si no va por mí (Juan 14:6).
Por tanto, hoy contemplamos el dinamismo del Amor, que viene a nosotros, que nos lleva hacia el Padre.
Es un movimiento que se convierte también en una catequesis, una enseñanza para nosotros: Dios nos sale al encuentro por amor, y que por amor nos muestra el camino, nos invita también a nosotros a vivir ese dinamismo en nuestro corazón, este salir al encuentro del otro, éste ir al encuentro del otro por amor.
Nuestro corazón debería vivir esa misma fuerza; debería hacerlo en las palabras, en las acciones y en los sentimientos, en todo deberíamos conseguir que el motor de nuestra vida fuera el dinamismo del amor. Es, en definitiva, el mandamiento que Jesús nos da a nosotros, sus discípulos: amaos tal como yo os he amado (Juan 13:34). Nos pide que amemos con su mismo amor. No con un amor fraccionado, condicionado, receloso, no… El Señor nos pide que el amor con que Él nos ama a nosotros, que nos mueva el mismo amor que le ha movido y le mueve a Él. No habla de actos de amor aislados, sino de un amor que todo lo une y perfecciona. Un amor que desde las entrañas nos configura.
La vida del cristiano no debe ser diferente a la de Cristo: el discípulo debe hacer como el maestro. En la primera lectura hemos escuchado cómo los ángeles preguntan y también nos preguntan a veces a nosotros qué hace aquí parados, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hechos 1: 10). Si Dios es dinámico, nosotros también estamos llamados a serlo. El cristiano no se queda quieto, ¡no se distrae! El cristiano está llamado a vivir ese mismo dinamismo del amor que le hace salir al encuentro del Padre y que le hace ir al encuentro de los hermanos.
Cristo nos invita a hacer del amor a Dios y a los hermanos el motor de nuestra vida. Es en el fondo, lo mismo de siempre, ya desde la antigüedad: Ama al Señor a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el pensamiento (Deuteronomio 6:4), y ama a los demás como a ti mismo (Levítico 19:18; Mateo 22:37).
Se nos pide pues un corazón que se levanta hacia Dios y que a su vez va junto a los hermanos, abajándose hasta donde convenga, y especialmente con los que más lo necesitan. Pero he aquí, y esto lo sabemos todos por experiencia, que este movimiento del corazón es difícil, muy difícil, incluso a veces parece imposible. Sí buscamos amar, al Señor y a los hermanos, sí que lo hacemos sinceramente: hoy tenemos el gozo de algunos hermanos que celebran sus aniversarios de matrimonio. Lo hacemos sinceramente, lo hacemos con todas las fuerzas, lo mejor que sabemos, pero todos por experiencia sabemos que nuestro amor es fraccionado, es frágil, es débil, e incluso a veces sin quererlo, porque no amamos bien, nos hacemos daño unos a otros. Nos podría venir la duda, lo escuchábamos en las lecturas que algunos dudaban, de si sabremos alguna vez amar así, y posiblemente la respuesta más sincera y honesta es que no sabemos amar así. Mejor dicho: no sabemos amar así SOLOS. No podemos amar así SOLOS. No podemos hacer del amor el motor de nuestra vida SOLOS. SOLOS no podemos.
Y es ahora, cuando de nuevo escuchamos la voz de Cristo que nos dice: a los hombres les es imposible, pero a Dios no, porque Dios puede todo (Marcos 10:27). Y continúa el maestro diciéndonos: “Yo os enviaré al Defensor, el Espíritu Santo, y Él se lo hará entender” (Juan 14:26), “un Defensor que se quedará con vosotros para siempre” (Juan 14:16).
Lo escuchábamos también en la primera lectura: “vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5).
Ésta es el punto clave: el dinamismo del Amor sólo podrá ser real en nosotros -a pesar de nuestras limitaciones y debilidades-, si acogemos en el corazón al Espíritu Santo. Sólo la presencia del Espíritu en nosotros puede hacer del Amor auténtico motor de nuestros corazones. Sólo con Él, desde Él puedo amar de verdad, perdonar de verdad, servir al hermano de verdad.
Jesucristo que nos lo ha dado todo: nos ha dado sus palabras, sus acciones, los milagros, su persona, su Cuerpo, su Sangre; ahora nos da también su Espíritu para que de verdad podamos amar como Él nos ama, y podamos de verdad entrar en la comunión trinitaria.
Y así, realmente, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bautizar este mundo con el agua viva del Amor, que comienza brotando en nuestros corazones, como una fuente de agua viva, y que desde estos corazones se irradia y comunica al corazón de la humanidad entera.
Ésta es nuestra misión. Creer en este Amor, entrar en el dinamismo de ese Amor, hacerlo real acogiendo el Espíritu de Cristo en nosotros; y así, -con generosidad, con humildad, con profunda y auténtica alegría- ser testigos suyos: en Jerusalén, en todo el país de los judíos, en Samaría y hasta los límites más lejanos de la tierra.
Pidamos, hoy a las puertas de Pentecostés, el don del Espíritu, pero pidámoslo también cada día, para poder amar de verdad, tal como Cristo nos ama.
Hagamos nuestra la oración de Pablo a los efesios: Ruego al Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos conceda los dones espirituales de una comprensión profunda, para que conozcamos a qué esperanza nos ha llamado, qué riquezas nos tiene reservadas. Y que conozcamos la grandeza inmensa del poder que obra en nosotros, los creyentes, quiero decir, la eficacia de su fuerza (cf. Efesis 1:17-19).
Y yo me atrevo a añadir: una fuerza que tiene un nombre: el AMOR. La fuerza más poderosa que jamás ha conocido el universo. ¿Dejarás que sea el motor de tu corazón?
Que María, Madre de Dios de Montserrat, Madre del Amor, de la Fe y de la Esperanza, nos abra el corazón a la fuerza del Espíritu Santo, nos ayude como Ella a decir Sí al proyecto de Dios en nosotros, y como Ella, que sepamos ser instrumentos de su Gracia, portadores de Cristo en nuestro mundo, para cantar cada día las maravillas que Él ha obrado en nosotros.
Última actualització: 28 mayo 2023