Scroll Top

Solemnidad de la Virgen de Montserrat (27 de abril de 2023)

Homilía de Mns. Agustí Cortés, Obispo de la diócesis de Sant Feliu de Llobregat (27 de abril de 2023)

Hechos de los Apóstoles 1:12-14 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:39-47

 

Estimados hermanos obispos. P. Abad, monjes de la comunidad. Presbíteros, religiosos y religiosas. Hermanos todos, reunidos aquí atraídos por la fe y el cariño a la Virgen

Nuestra celebración hoy en Montserrat tiene motivos específicos y valiosos. Llevamos en el corazón nuestra vida particular, la vida de la Iglesia y la vida de Cataluña, para alabar a Dios que nos hace un regalo tan preciado en su Madre y para revivir las vicisitudes de nuestra existencia ante su mirada.

Pero junto a la solemnidad de hoy que añade motivos propios, nos preguntamos qué nos motiva venir a Montserrat. A menudo venimos cargados con nuestra mochila llena de necesidades, que se traducen en plegarias de petición a la Virgen. Esto es plenamente legítimo: somos contingentes y limitados y tratamos a la Virgen también como nuestra madre. Sabemos que Ella nos comprende y merece a nuestros ojos toda nuestra confianza.

Pero al mismo tiempo intuimos que un hijo no puede limitar su trato con la madre a la satisfacción de sus necesidades. Hace un tiempo una señora se me quejaba de que le había pedido insistentemente a la Virgen María un determinado favor para su hijo y la Virgen María no le había hecho caso. Espontáneamente, sin pensarlo demasiado, le respondí: ¿ha pensado qué le puede pedir ella a usted?, ¿qué quiere decirle?, ¿qué palabra tendrá ella para usted? Siguió un silencio lleno de dudas.

Conviene que vengamos a Montserrat con los ojos bien dispuestos a la contemplación y las orejas bien abiertas para escuchar. Y un corazón franco para acoger el testimonio que nos llega de la Virgen.

Por eso, debemos mirar el fondo de nuestra imagen de la Virgen. ¿Quién es pues María para nosotros? ¿Qué significa para la nuestra la Iglesia? ¿Y para nuestro pueblo?

Quizás todo responde sólo a una devoción o una piedad afectiva y sensible, a una necesidad de intercesión o a un compromiso de imitación moral de sus virtudes. Quizás también con estos sentimientos se mezclen otros, como el gusto por la tradición y la conciencia de pueblo. Sin embargo, hoy es oportuno que nos acerquemos a la Virgen María en tanto que miembros del Pueblo de Dios, fieles que llevamos en el corazón las vicisitudes de una Iglesia en un momento histórico no fácil.

La tradición más antigua, los Santos Padres y el propio Nuevo Testamento, mantenía bien vivo el vínculo con María y la Iglesia. María, la Madre de Jesús, es la Iglesia perfectamente realizada, el paradigma de la Iglesia, la Iglesia más pura. Ella es la primera discípula, el primer miembro del Pueblo de Dios, y está ahí en medio, garantizando a la Iglesia su autenticidad, su verdadero rostro.

Volver a esta verdad de nuestra fe viene exigido por el momento en que vivimos como Iglesia: necesitamos recuperar justamente lo que somos. Resulta, por eso, bien oportuno el lema que ha escogido la Cofradía de la Virgen de Montserrat para orientar la peregrinación a Roma con motivo de los 800 años de su fundación: subrayando la dimensión eclesial de la devoción mariana, este lema dice, “Dónde se refleja nuestra Iglesia”. Así se encabezaba la oración que nació en 2007 con la proclamación del patronato especial de la Virgen María en la Diócesis de Sant Feliu de Llobregat. 

En efecto, la Virgen María es para la Iglesia un verdadero espejo. No un espejo de lo que de hecho somos como Iglesia, sino de lo que debemos ser. Ella es para nosotros un espejo perfecto, que nos devuelve siempre el rostro más auténtico de lo que somos y debemos ser.

Hay situaciones en las que parece que la Iglesia es sacudida desde afuera y desde dentro, cuando los fieles tienen la sensación de que ha desaparecido la Iglesia tal y como siempre la han visto, como si hubiera perdido su identidad. Una sensación provocada ante, por ejemplo, una variedad tan grande de estilos y modos, o ante fracasos de sistemas que siempre habían sido eficaces en la evangelización… Entonces hay que volver a la Virgen. No por qué nos dé lecciones de organización pastoral, sino porque Ella no deja de estar, cerca, testimoniando lo esencial en la Iglesia, es decir, su relación de amor con Jesucristo, como en Esposa y como Madre. Con Ella volvemos una y otra vez a Jesucristo, de quien nos viene toda luz y fuerza.

Esta recuperación del rostro mariano de la Iglesia nos permitirá recobrar dos vivencias importantes: el disfrute de ser Iglesia y la respuesta a quien no la acepta.

Hoy parece extraño que se llegue a decir que para él la Iglesia es verdadero gozo, un don de Dios que nos llena de alegría y acción de gracias. Estamos lejos de ese entusiasmo de S. Pablo VI, que, a pesar de haber sufrido tanto en la Iglesia, le llamaba “experta en humanidad” y le dedicó el mejor cántico de alabanza. Justamente una de las razones de ese entusiasmo eclesial era que, para él, fiel a la tradición y al Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre contenía en su seno a la Virgen.

Vernos en María como Iglesia nos permite recuperar la alegría de ser miembros suyos, si nunca nuestros pecados la han adulterado. Porque ella no está afuera de nuestro pueblo, sino más bien en medio de él, prestándonos lo que nos falta y soportando nuestras cargas.

Por otra parte, a veces encontramos a alguien que no sabe, no entiende, o no cree en la Iglesia, incluso contraponiéndola a Jesucristo, como un factor que impide acceder a Él. Entonces no tendremos otra imagen mejor que ofrecer de la Iglesia que su rostro mariano, el de esposa de Cristo, creyente y amante. Bien entendido que no es necesario poseer el carisma de la visión mística (como el P. Francesc Palau) para contemplar y vivir esta imagen. Basta con una mirada atenta y orante que se traduzca en una vivencia concreta.

Eso sí: quien sabe cómo María se convirtió en Madre de Jesús, tendrá que hacer algo parecido, en la medida de sus posibilidades. Me refiero a ese momento en el que María se vio ante Dios y, consciente de su pobreza, hizo de sí misma una verdadera ofrenda, un acto profundo de donación y disponibilidad.

Estamos ante el misterio que ilumina a nuestro ser más profundo de Iglesia. El misterio que hemos visto a lo largo de la historia: Dios siempre ha buscado el lugar y el espacio humanos adecuados para hacerse presente en la humanidad y utilizarlos como instrumento de salvación. Lo encontró en la humanidad humilde y disponible de María… ¿Pensamos que hoy Dios asumirá otros instrumentos de salvación más eficaces, mejor planificados, más organizados, para hacerse presente y liberar a este mundo nuestro, como parece que ¿nos piden los expertos en sociología y en estrategias?

Se entiende que no menospreciamos las aportaciones de las ciencias instrumentales en nuestra labor pastoral. Pero precisamente hoy, ante la Virgen María, llevando en el corazón la vida real de nuestra Iglesia, tenemos bien claro que todo resultará inútil si no reflejamos personal y comunitariamente lo que María hizo y vivir como sierva fiel de Dios junto al su Hijo Jesucristo: poner lo que somos, nuestra pobreza, como ofrenda a disposición de su voluntad.

Quisiéramos una Iglesia bienaventurada: la Iglesia de las Bienaventuranzas. Pero ya conocemos qué concreción hizo de ellas María. ¿Cómo podríamos proclamar las Bienaventuranzas prescindiendo del lenguaje de María en el Magnificat y de la experiencia profunda que transmite? Hoy, a los pies de la Virgen de Montserrat, deseamos recuperar lo que somos por gracia del Espíritu y, con Ella, revivir a la vez la alegría de ser Iglesia.

Virgen de Montserrat, ruega por nosotros.

 

Última actualització: 28 abril 2023