Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (31 de mayo de 2021)
Job 19:1.23-27 / Romanos 5:5-11 / Lucas 12:35-40
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, cantaba el salmista. Esto, hermanos y hermanas, aplicado al quien vela con fe, como nos decía de hacer el evangelio, toma una dimensión nueva. Porque, aunque la espera sea larga y oscurezca o llegue la noche, el que espera de esta manera sabe que el Señor vendrá, que no fallará. Porque, en las palabras del evangelio que acabamos de oír, se trata de esperar el retorno del Señor. De esperarlo de una manera activa, preparando su llegada y disponiéndolo todo para su advenimiento. Disponiéndolo todo, que significa abrir el corazón, renovar la fe en él como salvador, y, al final de la vida, dejarse guiar por él por los caminos eternos e inéditos del más allá de la muerte .
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, podríamos aplicar esta expresión cañadas oscuras del salmo, a la muerte. Ni en este momento el creyente debe tener miedo de nada porque sabe que Dios está cerca de él y que le llevará hacia las verdes praderas y los arroyos de agua del nuevo paraíso donde Dios convivirá con la humanidad liberada del duelo y de la muerte (cf. Ap 21, 3-4; 22, 1.5). El creyente que como el salmista no tiene miedo de nada ni que tenga que pasar por las cañadas oscuras de la muerte, sabe por la fe -como el Job de la primera lectura- que Dios, que es su defensor vivo, que en el juicio sobre su vida, le apoyará y testificará a favor de él.
Y esto, no porque la vida humana sea irreprensible, sino porque, tal decía San Pablo, en la segunda lectura, Dios nos ha hecho justos por la sangre de Jesucristo. Él murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores y nos ha sacado de la pena, dejándonos con ello una prueba del amor que nos tiene.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Esta ha sido, también, la vivencia de nuestro P. Anselm que, desde que llegó a la fe, siempre ha creído que Dios no abandonaba nunca. Lo ha creído sobre todo los dos últimos años que por problemas respiratorios tenía que ir conectado a un aparato que le suministraba oxígeno día y noche y el hacía residir en la enfermería. Le costó aceptarlo, pero luego con serenidad, con espíritu de fe y con confianza, fue admitiendo estas limitaciones y sus consecuencias, aunque alguna vez le suponía una lucha interior y le afectaba su afabilidad natural. Trataba de vivir su enfermedad con fe y como una ocasión de unirse a los sufrimientos de Jesucristo. Estas actitudes eran fruto de todo un trabajo espiritual de años.
Había nacido en Barcelona el 28 de julio de 1942. Hizo los estudios primarios en una academia y el bachillerato en el Colegio La Inmaculada de los HH. Maristas. Después cursó el profesorado mercantil en otra academia de Barcelona mismo. Su vida profesional se desarrolló siempre en el ámbito de la contabilidad y de la supervisión administrativa.
Vivió la adolescencia y la juventud al margen de la fe cristiana, prácticamente en la increencia, hasta que a los 46 años se convirtió, al descubrir la persona de Jesucristo y el amor que Dios le tenía. Desde entonces puso toda su existencia al servicio del Señor. Y para profundizar su fe a nivel intelectual, hizo el bachillerato en teología en la Facultad de Teología de Cataluña, hoy integrada en el Ateneo Universitario San Pacià. Se vinculó, también, en la parroquia de Sant Medir de Barcelona, hasta que ingresó en nuestro monasterio en septiembre de 1995, porque en este proceso de crecimiento en la fe, fue descubriendo la vida monástica.
Cuando entró en Montserrat tenía 53 años. Profesó en 1997; y aquí amplió estudios filosóficos y teológicos. Hizo la profesión solemne en 2000 y en 2013 recibió la ordenación presbiteral. Ya prácticamente desde los inicios de su estancia en el monasterio, trabajó en tareas vinculadas a la administración. Y desde 1998 llevando la caja de la comunidad y sirviendo a los monjes facilitándoles gestiones, y procurándoles dinero para los gastos, productos de limpieza y de escritorio, etc. En esto, ha sido un siervo fiel y prudente (cf. Mt 24, 45) puesto en uno de los servicios comunitarios más delicados y que implican más relación con los monjes. Era cumplidor, fiel, metódico, servicial, un poco exigente para evitar descontroles, él se trabajaba por ser paciente y servicial.
Ha sido un monje de una vida espiritual intensa, si bien con algunos momentos de oscuridad. Él mismo reconocía que a veces se peleaba con Dios, pero luego, dejándolo ganar, encontraba la paz. Desde el día que entró, nunca ha tenido ninguna duda de su camino monástico en Montserrat, creía firmemente que era lo que Dios le pedía. Y que Santa María lo sostenía y le ayudaba. Fiel hasta que ha podido en el Oficio divino y en la lectura orante de la Palabra de Dios, devoto de la Virgen y fiel al rezo del rosario cada día; durante unos años lo dirigía en la basílica. Daba tiempo personal a la oración y, no sin lucha interior a veces, buscaba ser obediente a la voluntad de Dios sobre él, se preocupaba por las vocaciones a nivel de Iglesia y de la comunidad. Estaba muy interesado, en sus diálogos con otras personas, por mostrar que la fe cristiana es compatible con la razón y que Jesucristo es capaz de llenar de alegría, de sentido y de compromiso la existencia de quien cree en él. A pesar de haber estado acostumbrado a vivir solo durante muchos años, se integró fácilmente a la vida de comunidad, ayudado por su talante pacífico, por su capacidad de diálogo y por su capacidad de interiorización.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Hacía tiempo que el P. Anselm, debido a los achaques de salud provocadas sobre todo por los problemas respiratorios, me manifestaba las ganas que tenía de irse a la casa el Padre; no para evadirse sino para encontrarse con el Dios que amaba profundamente. No tenía miedo de los cañadas oscuras de la muerte; la veía como una puerta abierta a una realidad superior. Como si presintiera la proximidad del desenlace final, el viernes antes de Pentecostés me pidió la Unción de los enfermos porque sentía que se iba debilitando rápidamente. La recibió, rodeado de la comunidad, con devoción y con alegría. Al cabo de una semana justa, el pasado viernes, vino la crisis grave que le ha llevado al final de su carrera terrena.
Ahora, los que lo hemos querido nos disponemos a ofrecer la Eucaristía para que el Señor purifique a nuestro P. Anselm de sus faltas y le satisfaga el deseo del encuentro con Dios para siempre; él, el Dios que es un horno de amor, que le llamó hacia la vida eterna cuando ya había comenzado la solemnidad de la Santísima Trinidad. Por otra parte, enterraremos sus restos mortales en el día que la Iglesia celebra la Visitación de la Virgen. Que Santa María, que él ha querido tanto, le otorgue lo que el P. Anselm, junto con la comunidad, los escolanes y los fieles, había pedido cada día: que María, Madre de misericordia, le muestre a Jesucristo ahora que ha terminado su camino por el valle de este mundo entretejido de alegrías, de trabajos, de lágrimas y de esperanzas.
Última actualització: 31 mayo 2021