Homilía de Mns. Joan Josep Omella, Cardenal Arzobispo de Barcelona (27 de abril de 2024)
Hechos de los Apóstoles 1:12-14 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:39-47
1.- Hoy celebramos la solemnidad de la Virgen de Montserrat. Hemos subido a esta montaña para reunirnos en este Monasterio que custodia la imagen de nuestra patrona. Venimos a visitar a la Virgen María y a pedirle su intercesión. También queremos agradecerle todos los bienes recibidos a lo largo de ese año.
La Rosa de abril, la Morena de la Sierra, la Estrella de Montserrat, nos observa desde su trono y nos ofrece el encuentro con su Hijo, Jesucristo. Ella, desde la cima de este monte contempla nuestra tierra, se une a las alegrías de muchas personas, pero sufre con todos aquellos que sufren por diversas circunstancias. A unos y otros nos dice: «recordad que no estáis nunca solos, recordad que yo camino a vuestro lado y deseo que viváis unidos a mi Hijo».
Muchos retos afectan a nuestra sociedad: unas elecciones a la esquina, un tiempo de sequía preocupante, malestar en muchos sectores como el agrícola, un 24,4% de la población catalana en riesgo de pobreza, guerras en muchos países del mundo, una creciente polarización política y social, etc. Podemos decir que en nuestro mundo no nos faltan problemas. Y, como consecuencia de esa creciente tribulación e incertidumbre, también constatamos que en muchos corazones falta el aire, el oxígeno de la esperanza.
Por este motivo, mientras continúan los trabajos del Sínodo en Roma, el papa Francisco ha convocado para 2025 un Año Jubilar, con el lema “Peregrinos de Esperanza”.
Charles Péguy, escritor y poeta francés, medita y escribe palabras inspiradoras sobre la esperanza, en El pórtico del misterio de la segunda virtud, que me gustaría comentar para nuestra reflexión y oración. Péguy habla de las tres virtudes teologales -la fe, la esperanza y la caridad- y las presenta como tres hermanas que avanzan bien unidas. El autor siente una especial admiración por la más pequeña, la esperanza, que, a pesar de ser pequeña, es quien estimula a las otras dos, las mueve y hace andar.
Ciertamente, me maravilla y conmueve ver a personas que no pierden la esperanza, que se mantienen con ilusión en medio de dificultades. La esperanza es como el tallo de una planta, que parece débil y apenas se ve, pero que la sostiene y permite que crezca, brote y florezca. Así la esperanza sostiene a las personas. La Virgen vivió esta virtud de manera excepcional mientras estuvo en esta tierra. Ella es la Madre de la Esperanza.
Mirad, la verdadera esperanza tiene su fundamento en Dios, porque Dios nunca nos falla. Si no es así, si no se fundamenta en Dios, acaba por derrumbarse, porque, al final, uno descubre que tarde o temprano los seres humanos fallamos. Dios cumple sus promesas, puede tardar, pero las cumple siempre y en eso se funda nuestra esperanza. Una esperanza que es fuente de nuestra alegría. Así nos lo recuerda un canto tradicional del tiempo pascual:
Cuando presentimos, viendo la rama desnuda, que pese a todo el almendro florecerá.
Cuando esperamos en medio de la noche cruda; nuestra alegría nadie nos la va a tomar, nuestra alegría nadie nos la va a tomar.
Hace unos años, en un Sínodo de obispos en Roma, tomó la palabra el obispo Alexandru Todea, ordenado clandestinamente en un país del telón de acero, de aquellos que estaban bajo un régimen ateo y comunista, y dijo:
Me alegro y doy gracias a Dios de estar por primera vez en Roma en un encuentro de obispos con el Papa. Yo he pasado más de diez años en prisión por ser católico. Hoy puedo ejercer con normalidad mi ministerio y puedo estar con ustedes aquí en Roma.
Al oír este testimonio, el papa san Juan Pablo II se emocionó profundamente.
La comunidad cristiana de aquellos países se abandonaba confiadamente a manos de Dios y esperaba que, un día, Dios los liberaría de la opresión y del sufrimiento. No perdían la esperanza y ofrecían sus sufrimientos para el bien de la Iglesia, de los hermanos que más sufren en el mundo y para la salvación de las almas. Y, por fin, vieron cumplidas sus esperanzas. Este obispo era testigo del cambio vivido. ¿Cuál era la oración de la Iglesia, de las comunidades cristianas, en ese momento de persecución? No era otra que la del Salmo 113: «No nos des a nosotros la gloria, no nos la des a nosotros, Señor; da la gloria a tu nombre, porque eres fiel en el amor».
Hermanos, no perdamos la esperanza en Dios. Él no abandona su pueblo. Esto es lo que nos enseña la Virgen María. Ella confió siempre en el amor bondadoso del Señor. Así lo vemos en el momento de la Anunciación y ante el drama de ver a su hijo muerto en la Cruz. Ella nunca perdió la esperanza.
2.- La esperanza nos lleva a confiar en los hermanos, a esperar algo de los seres humanos. Desgraciadamente, a menudo, tendemos más a desconfiar que a confiar en los demás, a encasillar a las personas y a no creer que puedan cambiar y ser mejores. Muchas veces las apariencias nos hacen dudar o malpensar de alguien. Prejuzgamos muy rápido por la mera apariencia y eso nos impide llegar al fondo y al corazón de las personas. Los prejuicios son muros que no permiten ver la belleza de las personas. Fácilmente construimos muros entre nosotros, etiquetamos a las personas, las despreciamos, porque no piensan como nosotros, porque no son de los nuestros. ¿Por qué nos empeñamos en encasillar a las personas y en no esperar nada de ellas?
Pedimos a la Virgen María que nos ayude a mantener firme nuestra confianza y esperanza en las personas que nos rodean.
Dios siempre confía en el ser humano. Confía en cada uno de nosotros y espera siempre nuestra conversión a Él. La Virgen de Montserrat, Madre de la Esperanza, nos pide, a quienes la veneremos hoy, que confiemos más en las personas, que sepamos esperar, que no estemos siempre de vuelta de todo y
que no perdamos la ilusión. Y esto no es ingenuidad. Esto sólo brota de un corazón confiado plenamente en el Señor. Dios dice al profeta Isaías: algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis? (cf. Is 43,18-19). Que el Señor nos haga el don de ver todo lo bueno que está brotando.
3.- Estoy convencido de que nuestro mundo iría mejor si supiéramos confiar más en Dios y en los hermanos. Conducidos por la Virgen de Montserrat seamos todos testigos y misioneros de esa esperanza que necesita nuestro mundo.
Siempre he admirado a los misioneros. De hecho, nuestras tierras catalanas han tenido y todavía tienen muchos por el mundo. Y les admiro por su constante trabajo de evangelización en muchos países pobres del mundo. Ellos son testigos de esperanza. Y lo son en medio de situaciones, a veces, muy difíciles y duras. Pero no pierden la esperanza y quieren seguir allí trabajando codo con codo con los más pobres. Son admirables y envidiables nuestros misioneros. No se encogen ni se arrugan. Dan testimonio del amor de Dios, de la fe recibida, en cualquier sitio y en cualquier circunstancia.
Sintámonos orgullosos de nuestros misioneros. ¿No debería ayudarnos su testimonio a ser más valientes y coherentes a la hora de vivir nuestra fe y de testimoniarla en los ambientes en los que vivimos y nos movemos?
El texto del Evangelio que hoy hemos proclamado nos presenta a María como nuestra esperanza, como aquella persona en la que podemos confiar siempre. Ella visita a su prima Isabel porque sabe que necesita ayuda. Su presencia le consuela y le alegra. María siempre está lista para ayudarnos. Siempre encontramos en ella vida y esperanza.
Santa María no teme mostrar a Jesús, su hijo, el Hijo de Dios, a los hombres de su tiempo. Ella muestra el fruto bendito de su vientre a los Magos de Oriente, unos testimonios privilegiados que representan a todos los pueblos de la tierra. Ella no esconde a Cristo, el don precioso que viene del cielo. ¿No deberíamos vivir con sencillez, pero con valentía, nuestra fe y sin amedrentarnos? ¿Qué nos importa que nos señalen con el dedo o incluso que puedan perseguirnos? Deberíamos hacer nuestras las valientes y bellas palabras de san Pablo:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, la desnudez, el peligro, la espada? […] Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las potencias, ni el presente ni el futuro, ni los poderes, ni el mundo de arriba ni el de abajo, ni nada del universo creado no nos podrá separarse del amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo, nuestro Señor (Rm 8,35-39).
Que Santa María, Virgen de Montserrat, nos mantenga firmes en la fe y nos haga testimonios de esperanza en medio de nuestro mundo
Última actualització: 30 abril 2024