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Domingo II del tiempo ordinario (19 enero 2025)

Homilía del P. Jordi Castanyer, monje de Montserrat (19 de enero de 2025)

Isaías 62:1-5 / 1 Corintios 12:4-11 / Juan 2:1-12

Queridos: el evangelio según Juan, del que acabamos de escuchar el conocidísimo relato de las bodas de Caná, pasa por ser una de las obras más profundas del Nuevo Testamento, de un nivel teológico, doctrinal, muy elevado. Y por eso comprender su sentido profundo, más allá de los hechos narrados, no es, ni para los más entendidos, tarea fácil. Si no lo es para ellos menos lo será, pues, para quienes nos consideramos amateurs de la Palabra de Dios. Claro que esta palabra, amateur, que tomamos del francés, no es nada peyorativa; al contrario, describe a alguien que tiene amor hacia otro, hacia algo o actividad, en una palabra, que lo ama. Todos, pues, deberíamos ser amateurs, amadores, de la Palabra de Dios. Es con esta actitud, pues, que trato de compartir con vosotros algunos rasgos del evangelio de hoy que, entre otros muchos, me parecen suficientemente importantes para ser subrayados.

En primer lugar, y después de explicarnos qué pasó en ese banquete de boda en Caná, Juan nos ha dicho que “así empezó Jesús sus señales prodigiosas y que así manifestó su gloria”. La gloria de Jesús es la misma gloria de Dios. También en el Sinaí el Señor, a petición de Moisés, mostró su gloria, pero allí se nos dice que fue como un fuego encendido en la cima de la montaña o que se apareció en medio de una nube o que se había manifestado mostrando su poder y venciendo al faraón; es decir, en un marco fantástico, de prodigios humanamente inabarcables. Qué contraste con lo que hoy nos ha dicho Juan, sí, el gran teólogo precisamente porque nos cuenta la grandeza de Dios, su ser más íntimo, con palabras y hechos de una gran sencillez y humanidad: Jesús muestra su gloria en un marco tan humano, tan simple, tan poco religioso hasta podríamos decir, como en torno a la mesa de un banquete de boda. En un marco, pues, de servicio más que de poder, en un marco solidario en una situación de necesidad. La gloria de Dios se muestra, se manifiesta, en lo cotidiano, y no precisamente en el templo sino en la calle, en una sala de fiesta. Necesitamos ir por el mundo, por la vida, atentos para ver la manifestación de Dios en las situaciones aparentemente más alejadas de grandezas, en los ambientes que no se definen por ninguna religiosidad; ver la manifestación de Dios y, por eso mismo y no menos importante, testimoniarla.

¿Es irrelevante, me pregunto, que Juan nos diga que las seis tinajas de piedra que Jesús mandaría que fueran llenadas de agua eran unas tinajas destinadas a las prácticas de purificación usuales entre los judíos? Seguro que no. Jesús es la absoluta novedad; Juan nos está diciendo a nosotros como lo decía, sobre todo, a las primeras comunidades cristianas, que la Ley antigua ha sido abolida, que la purificación de los corazones no vendrá de unos ritos minuciosos, casi mágicos o escrupulosos, del cumplimiento de la Ley, sino de la adhesión a la novedad del evangelio, de la Palabra de Dios capaz de transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne. Ya no es, pues, el cumplimiento riguroso de los abundantísimos mandamientos de la Ley antigua –y quien dice antigua dice también, alerta, de tantas leyes actuales que a menudo engañan más que liberan– lo que nos acerca a Dios y a su gloria no es sino únicamente el mandamiento nuevo: que amemos a los demás. Ay mujer –nos cuenta Juan mismo que Jesús dijo a la samaritana– ya no es ni en Garizim ni en Jerusalén donde hay que adorar al Padre; los verdaderos adoradores deben hacerlo, debemos hacerlo, en Espíritu y en verdad.

¿Y qué papel tiene, en Caná, María? Mirad, el papel de María, no os extrañéis que lo diga un poco secamente, nunca es el principal, no tiene en ninguna escena el protagonismo. Dos breves, pero significativas notas propias precisamente del evangelista Juan: nunca se refiere a ella por su nombre; siempre lo hace –hoy cuatro veces– diciendo “la madre de Jesús”. He dicho siempre, pero es que Juan habla de ella sólo en dos ocasiones: aquí en Caná y al pie de la Cruz donde también se referirá, a ella tres veces, como la madre de Jesús: en Caná, casi al inicio, pues, del evangelio, cuando Jesús comienza sus señales prodigiosas, cuando Jesús dice por primera vez que todavía no ha llegado su hora, y al final de la vida terrenal de Jesús, al pie de la Cruz, cuando ha llegado la hora definitiva, la hora esperada, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo. Sí, siempre el protagonismo, la centralidad, la tiene Jesús. Precisamente en Caná Juan pone en boca de María aquellas únicas palabras que acontecen, que deberían convertirse para nosotros y todos los cristianos, el único mensaje central de María, la madre de Jesús: “haced todo lo que él os diga” dijo a los servidores. De tantos y tantos mensajes atribuidos a la virgen María a lo largo de los siglos y todavía bien actualmente, desconfiemos un poco, pasemos la criba, si giran en torno a ella y no están en plena sintonía con el mensaje que hoy hemos oído: haced todo lo que él, Jesús, os diga. Éste, y no otro, es el mensaje propio de María, la madre de Jesús.

Hermanos, queridos, no creéis que ¿nuestra vida cristiana, la vida de las comunidades, la vida de la iglesia, a menudo es algo aguada? Quizá, claro, generalizo demasiado lo que siento y veo en la mía. La intuición femenina de la madre de Jesús también se da cuenta de que nos falta vino, que nos falta esa alegría cristiana, la de Jesús y que Jesús quiere que también sea la nuestra. ¡Hala!, pues, dejémonos cambiar, dejémonos girar, dejémonos convertir como esa agua que se convirtió en vino. Tenemos dos ámbitos para hacerlo: uno es el culto, la Eucaristía que ahora celebramos, el memorial de Jesús: ahora ya no es el agua que se convierte en vino sino el pan y el vino que, por la fuerza del Espíritu, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús mismo; el otro ámbito es la vida, la cotidianidad, lo más aparentemente ordinario; dejamos que nuestra mediocridad también se convierta, con nuestra voluntad y la fuerza del Espíritu de Jesús, en testimonio vigoroso, centrado en el amor.

 

 

Última actualització: 21 enero 2025