Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2025)
Isaías 25:6a.7-9 / Romanos 6:3-9 / Lucas 23:33.39-43
Permitidme empezar estas palabras queridos hermanos y hermanas, leyéndoos un fragmento de San Agustín
“¿Dónde está la muerte? Búscala en Jesucristo: ya no está. Estaba, pero está muerta. ¡O vida, muerte de la muerte! Tened coraje: la muerte morirá también en vosotros. La obra comenzada en la cabeza continuará en sus miembros. La muerte morirá también en nosotros. ¿Cuándo? Al final del mundo, en la resurrección de los muertos, en la que creemos sin lugar a dudas.
» La muerte de la muerte». San Agustín como en tantas otras ocasiones elaboró una expresión fuerte para nombrar la vida. Pero la «muerte de la muerte» aunque signifique la vida, es siempre una vida que ha pasado por la muerte y su superación. No hablamos de una inmortalidad como la de los ángeles o incluso, la de los Elfos del Señor de los Anillos, que van pasando temporadas y spin offs i prequeles i seqüeles, y ellos siempre están ahí. No. Hablamos de la vida humana y cristiana, de vidas que comienzan y acaban por resucitar.
La liturgia de ayer de Todos los Santos tenía muy presente que contemplábamos a la multitud de los santos, como una realidad que sólo podíamos afirmar de los difuntos. Es difícil hablar en esta vida de santidad cumplida, aunque nuestra intuición nos hace decir a veces: ¡Qué santo o qué santa! refiriéndonos a alguien cercano. Venerábamos ayer a todos los que disfrutaban de Dios y osábamos afirmar que eran muchos y variados y por eso les pedíamos que intercedieran por nosotros, como si se tratara de una fuerza que, de Dios y de su Reino en el cielo, viniera hacia nosotros.
Hoy en cambio, recordamos también a los difuntos, pero, no tanto en la afirmación de su santidad alcanzada, sino en la esperanza y en la oración que lleguen, sabiendo que la puerta está abierta. El resumen de la segunda lectura de San Pablo sería éste: Cristo ha abierto la puerta de la vida porque ha muerto la muerte, y desde ese momento sólo tenemos que compartir su humanidad y su muerte, para entrar con Él por la puerta de la resurrección.
Hoy, aunque, celebramos a los difuntos en domingo, día de la Pascua, vivimos más la perspectiva llena de esperanza sobre todos los que nos han dejado y hoy recordamos: Abuelos, padres, hermanos, hijos y nietos, amigos, la mayoría habían hecho su camino vital, otros nos presentan con su muerte prematura un gran interrogante, ¿y por qué? Ponen más a prueba la fe que profesamos al afirmar que creemos en la resurrección de los muertos y la vida eterna, como si a esta afirmación le pusiéramos una condición, que dijera, que creemos en ella, pero siempre que la vida dure aquellos mínimos que racionalmente esperamos. En los casos en los que no es así, es en los que necesitamos más que nunca la fe y el aprecio por quienes lo sufren.
Tanto ayer como hoy mirábamos a una tensión, a una relación entre la vida humana y el futuro después de la muerte, una tensión que siempre se resolverá a favor de la vida, por la voluntad de salvación de Dios y si nosotros respondemos a ella.
A esta respuesta estamos llamados mientras caminamos en este mundo y es precisamente nuestra actitud de bautizados, de cristianos, de seguidores del evangelio la que nos permite pasar la puerta que Cristo nos ha abierto. Es ese vivir en cristiano que de algún modo crea un puente misterioso entre nuestra realidad y la de Dios, que tal y como la vivimos aquí, confiamos en que la viviremos en su Reino, aumentada y multiplicada, cuando Él nos llame.
Nuestra comunidad recuerda este año al Padre Abad Sebastiá que murió el día 16 de septiembre. Su larga vida fue un testimonio de amor en la vida monástica y de servicio en Montserrat, en tareas siempre exigentes. La frase de su homilía de Navidad: Debemos devolver con amor el amor que hemos recibido de Dios, nos queda como un breve y esencial testamento espiritual.
Las lecturas de la misa de hoy, nos dan imágenes tan de la realidad futura, como en el libro del profeta Isaías, «aquel día…», el Señor secará todas las lágrimas», como de la vida presente, en el salmo: Dios nos acompaña como un Buen Pastor en todo momento de nuestra existencia, a los buenos y los malos.
Pero ninguna lectura de hoy nos pone tan delante de la necesidad de nuestra respuesta a Dios como el Evangelio. Imaginemos todos por un momento que estamos ante la muerte, una muerte evitable y que tenemos delante al Señor de la vida, quien ha prometido siempre cosas tan bonitas… ¿No sentiríamos la tentación de probar a Dios, de forzarle a ser Él, pero cómo yo quiero, naturalmente a mi favor, a cumplir todo lo que dice que es, y si, no lo hace, a echarle en cara que es un mentiroso? Ésta es la actitud del ladrón, yo no diría malo, yo diría normal. Porque es bastante normal no asumir nuestra parte de responsabilidad en una situación desesperada y aferrarnos a una construcción personal, y esto es en el fondo lo que hace este ladrón, crucificado junto a Jesús.
El otro ladrón es humilde. Y la humildad pasa por incorporar nuestro pasado en el momento final y no pretender forzar la historia. ¿Exigir algo a Dios? No. El buen ladrón sabe que no puede. Que no puede utilizar a Dios para cubrir y esconder su vida delante de Él. Sabe que no merece su amor y su bondad y reconoce que sólo se salvará por su misericordia.
Y su gran mérito es que reconoce esto ante Cristo crucificado y moribundo. El gran discurso de la divinidad mesiánica, que parece totalmente roto en la cruz, es afirmado y reconocido por este buen ladrón, que nosotros identificamos con San Dimas. Allí donde todos habían huido y negado a Jesucristo, San Pedro el primero, por miedo y porque no reconocían la grandeza de Dios, el buen ladrón pertenece a la pequeña iglesia fiel al pie de la cruz.
¡Qué lección para nuestra vida! Que, en todo momento, aunque no seamos ladrones ni necesitamos una salvación de la muerte tan radical como la de un crucificado, no utilicemos a Dios para superar nuestra incoherencia, sino que sepamos presentarle la vida porque su fuerza es salvarla, y en esto reconozcamos a Cristo, al Mesías, Dios hecho hombre, incluso en las situaciones donde menos lo parece.
Última actualització: 3 noviembre 2025

