Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2022)

Lamentaciones 3:17-26 / 2 Corintios 4:14-5:1 / Juan 12:23-28

 

Vivimos queridos hermanos y hermanas en un mundo muy entretenido. Hay quien se preocupa mucho de que no nos aburramos y propone constantemente todo tipo de diversiones. Incluso se utiliza esta idea de la diversión continua para realizar propaganda. Recuerdo haber escuchado una vez el anuncio de un crucero que ofrecía veinticuatro horas seguidas de entretenimiento. Sinceramente pensé que sería el último lugar del mundo en el que iría a pasar unas vacaciones. Estos rasgos de nuestra cultura contemporánea van normalmente de la mano de una visión de la vida a muy corto plazo, en la que cuestan los proyectos vitales, las propuestas que podrían llegar a dar sentido a toda la existencia. Los cristianos, respetando la libertad de cada uno, debemos decir que nuestro punto de vista sobre la vida incluye algo más que la diversión.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, siempre encontramos la descripción de una realidad que quizás no es tan divertida, pero que es real, que es auténtica, que explica mucho mejor lo que vivimos. En las lecturas de hoy, este punto de realismo lo hemos tenido muy claro:

Así el libro de las Lamentaciones nos decía:

Mi alma vive lejos del bienestar

El recuerdo de mis penas y de mi abandono me amarga y envenena.

Cuanto más pienso y lo medito, más me repliego sobre mí.

Pienso que en la vida de las personas hay momentos en que estas frases o algunas similares, o aquellas que cada uno quiera formular para expresarse, son más adecuadas para describir lo que vivimos, que todo el resto de palabras vacías que se nos ofrecen para olvidarnos de quiénes somos, de dónde estamos y de adónde vamos. La espiritualidad bíblica permite identificar todas las dificultades de nuestra existencia y de las del mundo. La Palabra de Dios no ha pasado de moda por más antigua que sea.

Pero nunca nos quedamos aquí. Es bonito que la sabiduría del Antiguo Testamento, en este libro de las Lamentaciones, en los Salmos y en tantos otros testigos, no se quede aquí. Pasamos por la pena, pero no nos quedamos allí. En medio de todo esto, siempre está Dios que es una ventana al futuro.

Pero ahora quiero revivir otros pensamientos que me van a mantener la esperanza.

Dios nos propone un horizonte distinto: La salvación. A veces me parece intuir que detrás de toda esta saturación de entretenimiento contemporáneo hay una actitud muy básica: nos hacernos conscientes de que aparte de divertirnos también necesitamos a Dios y su salvación y que seguramente hemos puesto en su sitio muchas cosas, muchas plataformas, mucha música, muchos videojuegos, mucho móvil y todo lo que queráis y lo que vendrá, que no podemos ni imaginar; y así nos vamos entreteniendo. El fragmento que hemos leído del libro de las Lamentaciones acababa diciéndonos, en cambio:

Es bueno esperar silenciosamente la salvación del Señor.

Esperar silenciosamente. Me parece una frase casi revolucionaria en el mundo que vivimos. Esperar porque no todo se logra ya. Y hacerlo silenciosamente. Hay en esta frase un matiz muy bonito de profundidad, de hacernos conscientes de la salvación de una manera contemplativa, sabiendo que necesitamos un camino paciente y una actitud recogida para ir sabiendo qué es para cada uno de nosotros esta salvación.

Pienso en vosotros escolanes, que tenéis cada día un ejemplo breve de esta actitud cuando esperáis silenciosamente para salir a cantar. Podríais tomarlo como una actitud de por vida. Especialmente para los momentos que tengáis alguna dificultad y pensar en estos momentos de silencio y de preparación antes de la Salve. No son siempre momentos fáciles como sabemos quienes hemos estado allí, pero van bien. Lo sabéis. Vosotros tendréis al menos un referente de lo que significa el silencio. En esta homilía no estoy criticando que en la vida haya diversión ni todas las formas modernas de divertirse. Estoy criticando que en ocasiones no haya tiempo o ideales para casi nada más. Guardaos vuestra experiencia en la escolanía como una experiencia de una vida aprovechada al máximo.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos. La muerte fortalece una visión total sobre la vida.

Nuestra muerte nos hace pensar en el final y por tanto en toda la vida, tanto la pasada como la futura.

La muerte de los otros nos permite ver qué les ha pasado, en sus vidas.

No diré que la muerte no haga respeto, pero estoy convencido de que tenerla presente, cada uno según corresponda a su edad, puede llevarnos a una conciencia más plena de todo lo que hacemos. Es una idea que encontramos también con frecuencia en nuestra Regla Benedictina, donde se nos pide que la tengamos presente cada día.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos, pero no estamos celebrando la muerte, sino la vida. Y si hasta aquí, lo que he intentado decir tiene una sabiduría, nos falta el sello que confirma todo. La historia de Jesús de Nazaret, en especial su Pasión, muerte y resurrección, que son el ejemplo más claro de espera silenciosa a través de la muerte en la salvación de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio a Jesús diciendo:

¿Qué debo decir: ¿Padre Sálvame de esa hora? No. Es para llegar a esta hora que he venido. Tampoco Él se ahorró ninguna oscuridad, pero no se quedó en ella.

Con su resurrección, la vida fue más poderosa que la muerte y así nos dejó a todos la esperanza de nuestra propia resurrección. Por eso celebramos la vida, la de Jesucristo resucitado como algo fundamental de la fe, la de nuestros hermanos y hermanas difuntos, como una esperanza sólida, que se apoya en la bondad de sus vidas, en la capacidad de haber seguido estos preceptos tan sencillos del evangelio de hoy: que el grano de trigo muera, que podamos dar la vida para seguir al Señor, para llegar a una eternidad, a un cielo que sólo la misericordia de Dios garantiza. Celebramos finalmente nuestra vida como un camino que debe dirigirse e inspirarse por este evangelio, del que dan testimonio Todos los santos de Dios que celebrábamos ayer.

En Jesucristo Dios se ha hecho solidario de toda la humanidad. Se ha hecho solidario de las tragedias personales y colectivas, de las naturales y de las provocadas, y las ha vencido. Todo lo que es destrucción y muerte no ha podido con la capacidad de ser y vivir de la Creación que tiene detrás la fuerza de Dios.

Esta esperanza de resucitar con Jesucristo y de seguirle fielmente durante los días de sus vidas, guió a los dos hermanos de nuestra comunidad, el hermano Martí Sas y Massip y el Padre Josep Massot i Muntaner que murieron este año con pocos días de diferencia la última semana de abril. Les recordamos con cariño y esperanza, agradeciendo también todas sus cualidades y el legado material y espiritual que nos han dejado. Nos hacemos así solidarios de sus vidas y de sus muertes, que también nosotros vivimos y viviremos.

Hoy también, recordando a nuestros hermanos difuntos, podemos pensar que el Señor está cerca de todos los que sufrís o estáis tristes porque habéis perdido a alguien querido y lo recordáis. Quisiéramos aseguraros nuestra oración y nuestro recuerdo desde Montserrat. Sabemos que estáis a menudo con los monjes, en nuestras celebraciones. Percibo que esta experiencia compartida de la muerte cercana y la esperanza también común de la resurrección nos hermanan más que nunca.

Celebremos hoy al Señor de la vida, el Señor que nos espera al final de la historia, la nuestra y la de todo el mundo, Jesucristo Resucitado, que se volverá a hacer presente en la mesa de la eucaristía, donde su solidaridad con la humanidad nos permite la comunión con Él, entre nosotros y con toda la Iglesia del Cielo.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2021)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2021)

Sabiduría 3:1-9 / 2 Timoteo 2:8-13 / Lucas 24:13-35

 

En la solemnidad de ayer hablábamos estimados hermanos y hermanas de un horizonte de plenitud, porque nuestra mirada se dirigía a todos aquellos que por su santidad, anónima o no, gozaban de la plenitud de Dios. Hoy en cambio recordamos a los fieles difuntos y nuestra celebración quizás se queda un paso atrás. De los fieles difuntos no afirmamos rotundamente su comunión con Dios como podemos hacer con los santos, sino que, más conscientes de sus vidas, de su debilidad, oramos por ellos… porque sí, para que lleguen a unirse a todos los santos del cielo. Evidentemente que las dos celebraciones están muy ligadas, pero la liturgia de hoy, recordando a los difuntos, nos llama preferentemente a una actitud de oración, de esperanza, de confianza.

Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de una persona querida. También vosotros escolanes, si bien esto de los funerales va aumentando con la edad. Estos momentos de despedida, ¿no son siempre un momento para hacer balance? ¿Para pensar en la vida? ¿Para pensar cómo amamos? Y algunos, ya mayores, quizás pensamos en nuestra vida porque toda muerte nos hace pensar que sólo tenemos una vida.

El salmo responsorial nos ayuda a entrar en esta tranquila reflexión que la liturgia de hoy nos propone. El salmo nos habla de la presencia de Dios en nuestra vida: Un Dios que ilumina, que salva, que es un muro que protege. Un Dios que sabe que no hemos llegado, que estamos en camino, pero que avanzamos, que nos dice: Tu rostro buscaré. 

Un Dios al que nosotros decimos que queremos estar en su casa. Estos días cuando debo recibir romerías les digo que Dios nos ha hecho el don de este lugar, porque lo custodiamos y nos permite ser testigos de la alegría de quienes vienen a Montserrat. Sentíos también parte de esta alegría, escolanes, vosotros que también vivís en la casa de Dios y de Santa María y que sois una parte importante de la alegría de los peregrinos, ¡que hacéis feliz a tanta gente!

Y ese salmo que dice todas estas cosas que parecen más relacionadas con la vida que con la muerte acaba diciendo: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida

En catalán rezamos dos versiones de este versículo: Una dice “disfrutaré en la vida eterna” y la otra “disfrutaré en esta vida” de la bondad que me tiene el Señor. Pregunté una vez a un salmista entendido del monasterio qué versión era la buena y me respondió: las dos, porque de vida sólo hay una: la que vivimos aquí y la del más allá son la misma. Y por eso el mensaje de este salmo podría ser que todo lo que vivimos y que podemos controlar hoy afectará a la vida eterna, que es una verdad fundamental, esencial e irrenunciable de nuestra fe. Y por eso oramos por los difuntos, porque sabemos que no fueron perfectos aquí, cuando estaban con nosotros y todo lo que imaginamos del más allá, lo imaginamos en la esperanza y en la fe.

Como cristianos, tanto nuestra vida hoy como nuestra esperanza de resucitar, debe estar centrada en Jesucristo. Cuando Jesucristo vivía entre la gente, antes de su muerte nos dijo muchas cosas útiles para vivir plenamente, las podríamos resumir diciendo que dijo que quisiéramos a Dios y nos amáramos unos a otros. ¡No dijo esto y se fue! Lo más interesante, lo que más nos ayuda a seguir sus palabras no es que sean muy inteligentes, muy profundas o siempre acertadas en cada una de las situaciones que se encontró; todo esto es verdad, pero lo más importante es que, después de morir, resucitó. Esto significa que se hizo presente y sigue presente entre nosotros y llama a todos a vivir como él vivió, para después poder seguir viviendo con él en la vida que nunca se acaba.

Este estar presente de Jesús resucitado después de su muerte, le explica muy bien el evangelio de los discípulos de Emaús. Estos discípulos están frustrados. Todo lo que Jesús había enseñado parece que ya no tiene sentido, teniendo en cuenta su muerte en cruz y su desgracia pública. Es curioso: sus palabras son las mismas que entusiasmaban a la multitud, se recuerdan sus actos y sus curaciones, pero ahora no provocan entusiasmo, más bien provocan que estos dos discípulos se marchen hacia otro lado, en dirección contraria. Se van incluso habiendo escuchado ya un primer mensaje de la resurrección, pero sin haberlo creído… “algunas mujeres han dicho…”; pero total, ¿quién puede hacer caso de algunas mujeres en algo tan serio…? Con todo, Jesús se hace presente, sin reconocerlo, camina con ellos en su misma dirección, a pesar de ser contraria a la del lugar de su Resurrección y de su mínima e incipiente comunidad de creyentes. Y caminando con ellos, no fuerza nada, va hablando, va contando hasta que en el momento de compartir el pan, lo reconocen. Entonces todo tiene sentido: sus vidas, las palabras de Jesús, ¡incluso lo que habían dicho las mujeres! A partir de ahí la vida de estos discípulos como la de todos los demás que hemos venido detrás, estará acompañada de la presencia de Jesús resucitado y de la esperanza de reunirnos con él en nuestra resurrección.

La diferencia que aporta la vida cristiana a una filosofía de vida es esa intimidad que Cristo resucitado nos hace posible con Él, por su Espíritu Santo enviado y en la comunión de Dios Padre, por todos los días de la vida única. Ésta y la futura.

Por eso hoy oramos por los difuntos, para que se cumpla su bautismo, para que su vida en Jesucristo aquí, tenga la continuidad y la plenitud de la comunión con Dios en la eternidad. Este último año nuestra comunidad ha rogado que esta realidad de vida plena fuera verdad para nuestro hermano el Padre Anselm Parés que murió el pasado 29 de mayo, después de veinticinco años aproximadamente de ser monje. A la esperanza de que Dios, por su misericordia, le haya perdonado y acogido, añadimos la acción de gracias por sus muchos ejemplos de piedad, paciencia, discreción y fe. Sí. Nuestros hermanos difuntos también pueden sernos, por su ejemplo, una exigencia para nosotros hoy, porque encarnan maneras de amar a Dios y al prójimo. Dejémonos inspirar por ellos.

Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús resucitado al partir el pan. En cada eucaristía el Señor nos da esa posibilidad porque se hace presente. Pongamos toda nuestra atención para reconocerlo vivo entre nosotros con todas sus consecuencias.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2021)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (2 de noviembre 2020)

Isaías 25:6-9 / 1 Tesalonicenses 4:13-18 / Marcos 15:33-39; 16:1-6

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Este versículo del salmo 21 que Jesús gritó con toda la fuerza en la cruz expresa de una manera profunda el desgarro radical del ser humano ante la muerte. Sintetiza, hermanos y hermanas, la experiencia humana de Jesús en el momento de la máxima derrota. Vive su adhesión al Padre, porque el grito es una invocación, pero no siente la proximidad -él, el mayor de los místicos- ni ve la salvación. La oscuridad que, según el evangelista, envolvía la tierra a pesar de ser a primera hora de la tarde, era aún más oscura en la intimidad de Jesús. La muerte le llega inexorablemente. Y la naturaleza humana se horroriza. Jesús, dando un fuerte grito, expiró. Después, viene el descendimiento de la cruz, la mortaja, y la gran piedra que cierra la entrada del sepulcro. Para siempre, según los ojos de la mayoría de quienes lo contemplaron.

El porqué de Jesús en la cruz sintetiza todos los porqués humanos ante la muerte. Ante la propia muerte. Ante la muerte de los seres queridos. Ante las víctimas mortales de la enfermedad, del hambre, de los accidentes, de la violencia y de la guerra. Ante el hecho mismo de la muerte insoslayable. El porqué de Jesús en la cruz sintetiza tantos porqués que se han pronunciado -y se pronuncian todavía- en las UCI, en las residencias de ancianos, en las familias,… ante la muerte de personas, estimadas o desconocidas, a lo largo de la pandemia que nos acosa. Puede que alguien estoicamente puede decir que ve la muerte como un proceso biológico natural, que hay que ser realistas y aceptarla elegantemente; que es, como dice el poeta, un «aspiración gradual del humano desencanto» (J. Carner, Nabi, 8). Pero el deseo infinito de plenitud, de vida y de felicidad que hay en el corazón humano topa con la finitud de la muerte, y en la razón del que piensa surge una y otra vez la pregunta: ¿por qué?

La liturgia de hoy, con su tono contenido, grave, quiere ayudarnos vivir todo el drama humano que supone la muerte. Y a vivirlo con esperanza. Con su muerte, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se hace solidario de la muerte de todos. Pero ésta no es la única palabra que, en la liturgia de hoy, el Dios de la vida nos ofrece sobre la muerte.

Aquel día, el Señor del universo preparará para todos los pueblos un convite. El profeta Isaías nos hablaba, en la primera lectura, de los últimos tiempos. Utilizaba la imagen de un convite para referirse al bienestar, a la felicidad, a la alegría, a la plenitud, a la comunión con Dios y los unos con los otros. Esto será -dice- en el monte del Señor. Es decir, en la vida futura, en la vida eterna, de la que la muerte es la puerta. Entonces, decía el profeta, las lágrimas de todos los hombres se secaran, desaparecerá el velo de luto que cubre todos los pueblos, el paño que tapa las naciones y la Muerte será tragada para siempre.

La Muerte será tragada para siempre. Viendo la muerte que cada día hace estragos, cabe preguntarse si no es una visión ilusoria, sin ningún contacto con la realidad, la del profeta.¿ Es un consuelo fácil para adormecernos intelectualmente y no experimentar el drama de la muerte? Lo podría ser si aquella gran piedra hubiera dejado cerrada la puerta del sepulcro de Jesús. Pero, tal como hemos oído en la segunda lectura, Jesús murió y resucitó. Con él se empezó a hacer realidad la palabra del profeta: la Muerte ha sido vencida y, por tanto, es sólo un paso -aunque sea doloroso- y no una realidad definitiva.

Por eso, en este día en que pensamos en nuestros difuntos, acojamos el mensaje de esperanza y de consuelo que nos viene de la Palabra de Dios. Los que nos han dejado confiando en Cristo o, quizás sin haberlo conocido tal como es, pero que buscaron hacer el bien según su conciencia, viven con él. Por eso, la liturgia de hoy, a pesar de su tono grave, tiene también un tono de esperanza; domina la Pascua del Señor. Hagamos nuestras, pues, las palabras del Apóstol, que hemos escuchado: no quisiéramos que os entristezcáis, como lo hacen los que no tienen esperanza: Dios se ha llevado con Jesús los que han muerto en él. Y en cuanto a nosotros, si hemos procurado vivir según la Palabra de Jesús, en el momento de nuestra muerte, también nos será dado encontrarnos con el Señor y vivir cerca de él en la plenitud de la felicidad, en el convite del Reino. Consolémonos, pues, unos a otros con esta realidad admirable, mientras hacemos memoria de nuestros padres, madres, hermanos, familiares y amigos difuntos; mientras nuestra comunidad recuerda de una manera particular los PP. Just M. Llorenç e Hilari Raguer fallecidos durante este año.

En esta vida, se entrelazan el porqué que nos cuestiona y la fe en el convite inaugurado por la resurrección de Jesucristo. Para ayudarnos a vivir con esperanza en la vida futura y para nutrirnos espiritualmente, el Señor, como cantábamos en el salmo, ahora pone la mesa ante nosotros y nos guía por el sendero justo por el amor de su nombre. Así su bondad y su amor nos acompañan toda la vida hasta el momento de ser llamados a vivir por siempre en la casa del Señor, en la vida sin fin.

 

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2020)