Homilía de Mns. Xabier Gómez, Obispo de Sant Feliu de Llobregat (8 de diciembre de 2024)
Génesis 3:9-15.20 / Filipenses 1:4-6.8 / Lucas 1:26-38
Querido P. Abad y querida comunidad de monjes, estimadas hermanas y hermanos. Ante todo, bajo la imagen de Santa María de Montserrat, con humildad y confianza, en esta fiesta de su Inmaculada Concepción, encomiendo a la Virgen mi servicio como obispo de esta diócesis. Que la rosa de abril me ayude a ser un latido que se da a todos acompasado con el sonido misericordioso del Corazón de Jesús.
María no “se ha escondido de Dios”. Esconderse de Dios es una posibilidad de la libertad humana ante la invitación del Creador a la conversación, la relación de amistad y filiación. Pero qué paradoja, quien “se esconde de Dios” a menudo cae en manos de otras idolatrías o de la egolatría.
Si la serpiente ofrecía el fruto prohibido, María ofrece a la humanidad el bendito fruto de su vientre, el fruto de la vida, lo que nos dará el alimento que perdura hasta la vida eterna. Este fruto que colgaba del árbol de la cruz, convertido desde entonces en árbol del paraíso por el amor que transfiguró la cruz en árbol de vida. El amor es el fruto, el amor es la puerta del cielo, el amor que es expresión de la gracia de Dios y nos sitúa en comunión con la Trinidad, cuya revelación está presidida por un amor en salida descentrado.
La hostilidad de la creación en el relato del Génesis será superada por la hospitalidad que inaugura María: alojando en su cuerpo al Salvador, colaborando con el plan de Dios Padre, llena del Espíritu Santo. María acoge y libra, la creación en Ella no es hostil al Creador sino restaurada a través del vínculo de la confianza. María es modelo para todas las criaturas y para todos los discípulos de su Hijo, que también queremos ejercitar hospitalidad con Él, alojarlo en nuestras vidas, implicarnos con Él y abrirnos a la hospitalidad para con todos los hombres y mujeres, nuestros hermanos. Esto es lo que prefiguramos al compartir la eucaristía.
El que escogió a María, nos elige para ser destinatarios de su amor y su promesa. Estamos destinados como María, a ser hijos e hijas de Dios, hermanas y hermanos de todos. A dejarnos fecundar por la gracia, la confianza en Dios que nos capacita para ofrecer “la mejor versión” de nosotros mismos. María es obra de la Trinidad, que también actúa en nosotros.
María es la llena de gracia, fue preservada del pecado y de la inclinación al mal, en esto es una criatura excepcional, pero tanto ella como el Hijo de sus entrañas, sufrieron las consecuencias del mal y del pecado del mundo, del pecado en el mundo. La violencia, las injusticias, la ambición, la enfermedad, la corrupción de muchas personas incluyendo a dirigentes políticos o religiosos, la negación de Dios. Como nosotros, Jesús y María sufrieron todo esto en su vida. De hecho, este pecado llevó a Jesús a la cruz y en la entrega de amor absoluto, el mal y el pecado fueron vencidos para siempre, Jesús llevó a la muerte a su aguijón. La victoria de Cristo llegó antes que a nadie, de modo retroactivo a su propia madre. Desde entonces María, como Madre y también como discípula, permanece asociada al ministerio de la redención. Ella es la primera y la mejor colaboradora de su Hijo en la extensión del RD, en el combate frente al mal y al pecado. Ella es la “odigitria”, la que nos muestra el camino.
¿Cuál es el camino que nos muestra María? El camino de la belleza y la verdad, nos muestra a El Salvador, nos invita a seguir al Hijo de Dios. Nos invita a recorrer el camino de la santidad. La santidad “de la puerta de al lado” es nuestro horizonte y empieza cuando callamos el “ego”, el “yo, me, mí, para mí” y nos identificamos desde nuestras diferentes personalidades, con la mentalidad, los valores y los sentimientos de Jesús. En Jesús y María tenemos el prototipo, el modelo y la medida de lo humano del humano. Aquello a lo que podemos y debemos aspirar. No jugamos al escondite con Dios, dejémonos encontrar por su amor y entremos a vivir en la casa de la alegría”
Última actualització: 23 diciembre 2024