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Domingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (27 de agosto de 2023)

Isaías 22:19-23 / Romanos 11:3-36 / Mateo 16:13-20

 

Estimados hermanos y hermanas:

La primera lectura de Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de llaves, símbolo de poder: a Eljaquim le eran dadas las llaves del palacio de David, y a Simón Pedro las llaves del Reino de los Cielos. Pensamos que esto estuvo escrito en una época que no era fácil de hacer copias de las llaves, no había ni passwords ni llaves biométricas. Así, el poseedor de la llave podía dejar las puertas bien cerradas o estar seguro de quedaran abiertas, sin miedo a ningún hacker. Este hecho de dar las llaves, de dar a una persona ese símbolo de poder, nos está hablando de la confianza que muestra quien da esa llave. Nos habla de la confianza que Jesús tiene en Simón Pedro, en sus capacidades porque es capaz de ver que Jesús “es el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16:16).

Confianza. Confianza de Dios que, si bien la da de forma eminente a Simón Pedro, de alguna manera, también se extiende al resto de los cristianos y cristianas porque por el bautismo, todos y todas hemos sido consagrados y hemos sido llamados a ser sacerdotes, reyes y profetas. Es decir, que todos los laicos y laicas participan del sacerdocio de Cristo, en su misión profética y real (1); son un “linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que le ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Los bautizados, en efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, están consagrados a ser una habitación espiritual y un sacerdocio santo” (2).

Hace unas semanas, el Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat, me envió una homilía suya de ordenación de cinco presbíteros y diáconos, y en ella decía: “No faltan sacerdotes; lo que falta es que todo cristiano sepa y tome conciencia de que él es sacerdote (también las mujeres). (…) Faltan sacerdotes que despierten el sacerdocio de los demás y les animen y enseñen a vivirlo y ejercerlo. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio común de los fieles. La ordenación de cinco (presbíteros y diáconos) debe servir para despertar el sacerdocio de 500, de 5.000 o de 50.000” (3).

Hermanos y hermanas, para el cristiano y para la cristiana, el vivir el sacerdocio común debe ser ofrecernos nosotros mismos como ofrenda a Dios, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “Ofreceros vosotros mismos como víctima viva, santa y agradable a Dios, éste debe ser su verdadero culto. No os amoldéis al mundo presente; dejaos transformar y renovar vuestro interior, para que podáis reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto” (Romanos 12:1-2).

En este sentido, el otro día preguntaba a una chica qué me dijera que es esto de vivir el sacerdocio común, y ésta fue su respuesta: el sacerdocio común es “Ser buena persona. Gustar a Dios intentando ser amables con todo el mundo. Que nuestra forma de ser y actuar muestre de forma transparente el Amor de Dios. Que después de hacer un favor a alguien no se queden con nuestra persona sino pensando: ¡qué bueno es Dios! Perdonando y siendo misericordiosos. Dejándonos acompañar porque somos frágiles como todo el mundo…”.

No olvidéis, hermanos y hermanas, que nosotros cristianos, contamos también con la confianza de Dios; y que confía en nosotros porque nos ama. Y nosotros debemos estar abiertos a Dios para que pueda hacernos conscientes, como un nuevo Simón-Pedro, de que Jesús “es el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mateo 16:16). Dios confía en nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: confía, nos ama, tanto que nos ha hecho hijos e hijas suyos y ha dado la vida de su Hijo primogénito por nosotros. Y esta confianza pide una respuesta de nosotros: pide que nosotros también confiemos en Dios, que nosotros seamos conscientes de nuestra responsabilidad para vivir el sacerdocio común, para poder corresponder a su Amor con nuestro amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Cf. Mateo 22:36-40). Dios quiere ser correspondido en su cariño hacia la humanidad, y esto pide que este amor se exprese en hechos y no sólo en palabras bonitas: hechos de amor hacia Dios y hacia el prójimo. A esto hemos sido llamados por el bautismo: como hijos de Dios que somos, tenemos el deber de ser testigos ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo de la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia (4). Confianza y responsabilidad.

Hermanos y hermanas, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras incoherencias, podemos hacer nuestra la oración colecta con que orábamos justo antes de las lecturas de hoy: para que Dios nos conceda, a nosotros cristianos y cristianas, que amamos lo que Dios nos manda y deseamos lo que nos promete, para que en medio de las cosas inestables y las incertidumbres del mundo presente, nuestros corazones se mantengan firmes allí donde se encuentra la alegría verdadera (5), es decir: que confiemos y amemos a Jesucristo, y que esta estimación rezume responsablemente en obras de amor hacia toda la humanidad.

Referencias
(1) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1268
(2) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10. Roma, 21 de noviembre de 1964.
(3) Card. Cristóbal López, Arzobispo de Rabat. Homilía del 10 de junio de 2023 con motivo de la ordenación de 5 sacerdotes y diáconos salesianos en Atocha, Madrid.
(4) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 11. Roma, 21 de noviembre de 1964
(5) Cf. Oración colecta del Domingo XXI del tiempo ordinario, Ciclo A.

Última actualització: 27 agosto 2023