Homilía de Mns. Joan Planellas (30 de octubre de 2024)
Efesios 6:1-9 / Lucas 13:22-30
Muy queridos hermanos obispos. Muy queridos presbíteros, diáconos y seminaristas. Muy queridos Padre Abad y monjes de este monasterio. Muy amado Pueblo santo de Dios.
Hoy nos reunimos los obispos de las diócesis con sede en Cataluña con nuestros presbíteros, diáconos y seminaristas a los pies de la imagen de nuestra Patrona, la Virgen de Montserrat. Agradecemos cordialmente al Padre Abat Manel y a la Comunidad benedictina que nos hayan invitado a participar de la alegría de los mil años de la fundación del monasterio por parte del gran abad de Ripoll y Cuixà y obispo de Vic, Oliba. Mil años de vida monástica ininterrumpida que han permitido vivir épocas de todo tipo, pero que sobre todo han permitido transmitir y compartir los valores del Evangelio y de la Regla de San Benito.
Con este encuentro damos nueva savia a los encuentros que en el siglo pasado creó el cardenal Vidal i Barraquer y que, más adelante, fomentaron sobre todo los arzobispos Josep Pont y Gol y Ramon Torrella. Mantenemos la convicción de la unidad pastoral de las diócesis con sede en Cataluña de que el episcopado ha ido fomentando a lo largo de los años, y que encontró expresión palpable especialmente en el documento Raíces cristianas de Cataluña (1985), con la celebración del Concilio Provincial Tarraconense del año 1995 y, más tarde, con el documento Al servicio de nuestro pueblo (2010). En ellos, “se daba fe de la realidad nacional de Catalunya, configurada a lo largo de mil años de historia”.
Nuestra sociedad y nuestras Iglesias son diferentes de cuando se celebró el Concilio de nuestras Iglesias, pero la generación actual de servidores del Evangelio, en medio de nuestra pobreza de recursos humanos, mantenemos firme nuestra vocación de servir a todos, especialmente los más necesitados.
Muy queridos. En medio de las luces y de las sombras del contexto social y eclesial que estamos viviendo, como pastores de nuestras comunidades, constantemente va emergiendo en nuestro pensamiento aquella pregunta primordial que ya se formulaba el Concilio Provincial Tarraconense al inicio de las suyas resoluciones: ¿Cómo evangelizar en la actual situación? Deberíamos responder a la pregunta invocando al Espíritu Santo a fin de impulsar un gran discernimiento eclesial que nos ayude a descubrir la voluntad del Señor en estos momentos y reavivar el encuentro vivo con Él que, gracias a su Espíritu, nos llena de luz, de fortaleza y de esperanza. Recordemos que debemos ser hombres y mujeres de esperanza y que, en el fondo, es esperanza lo que podemos aportar en medio de nuestro mundo. Que este anuncio de esperanza se haga realidad en todos nosotros en este Año Jubilar que ya tenemos en nuestras puertas.
Reitero la pregunta: ¿Cómo evangelizar en la actual situación? Creo que la sinodalidad y el discernimiento deben convertirse en los ejes espirituales y metodológicos de nuestras acciones como agentes pastorales que somos. ¿Cómo convertirse en una Iglesia sinodal misionera? He aquí la gran pregunta que se ha hecho el Sínodo que ha terminado estos días en Roma. Ciertamente, en un primer intento de respuesta, promoviendo a nuestros organismos sinodales. Pero la sinodalidad y el discernimiento no dependen únicamente de ellos. Necesitamos una preparación personal y, al mismo tiempo, colectiva. Es la experiencia de vivir unos mismos sentimientos, de un caminar juntos, invocar al Espíritu Santo, siendo capaces de escuchar y acompañar a nuestra gente… Todo esto irá cultivando el humus necesario para que después pueda tener éxito el discernimiento sinodal que, en su caso, podremos llevar a cabo en nuestros consejos, en nuestras unidades pastorales, arciprestales o diocesanas. La actitud de escucha siempre debe ser doble: por un lado, hacia el Señor y su Evangelio y, por otro, hacia los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos con los que nos encontramos en salida misionera.
En cuanto al discernimiento, debemos decir que éste no es una moda, ni siquiera una metodología, sino, principalmente una actitud interior que tiene su raíz en un acto de fe y que consiste en intentar descubrir a nivel personal y comunitario el plan de Dios, su voluntad, su llamada a ser discípulos misioneros.
«Vendrá gente de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios», nos ha dicho Jesús en el Evangelio de hoy. Pienso que esa gente que viene de lejos, de oriente y de occidente, del norte y del sur, son nuestros migrantes. En nuestro país, el tema de las migraciones se nos presenta y se vive a menudo como un problema. Y sí, es un problema; lo es básicamente porque la casi totalidad de personas afectadas, se ven obligadas a migrar, se ven obligadas a irse de casa. Son migrantes forzados. Y esto significa que el problema no es, en ningún caso, las personas, sino que el problema son las situaciones y las causas que obliga las personas a marchar, a huir de casa, a abandonar lo suyo. Migrar es un derecho, pero también es no tener que migrar forzadamente.
Una vez han llegado a nuestro país, debemos acogerlos y amarlos con solicitud. En el banquete de la mesa eucarística, prenda y anticipación del banquete eterno, cada vez participan más personas provenientes de otros países. Dan vida a muchas de nuestras comunidades. Curiosamente, cada vez tenemos más vocaciones tanto laicales, como religiosas o sacerdotales procedentes de fuera. Todas ellas son un bien y una gracia de Dios para nuestra Iglesia que peregrina a Cataluña. Por tanto, no hacemos una pastoral «para» ellos, que significaría que nos situamos a distancia y miramos el fenómeno migratorio como algo que nos viene desde fuera, sino que proponemos una pastoral y un trabajo «con» las personas migrantes que vienen a vivir a nuestra propia tienda. «Demasiado a menudo no los percibimos como posibles agentes evangelizadores. Algunos de ellos vienen con una fe muy sólida, y se encuentran con obstáculos para actuar en nuestras comunidades. Es cierto que es necesaria una formación previa para reubicarlos en nuestra cultura religiosa, pero cabe preguntarse si les dejamos actuar en
nuestras comunidades, si los percibimos como misioneros para ayudarnos o si les damos las herramientas necesarias para a una formación específica». De ellos podemos aprender muchas cosas. Se trata de una riqueza que expresa la profunda catolicidad de la Iglesia, precisamente por ser misionera y, al mismo tiempo, nos pone en camino hacia un mundo sin fronteras. Que no se nos pueda aplicar a nosotros lo que ha dicho Jesús al final del Evangelio que hemos escuchado: «Mirad, ahora son últimos quienes entonces serán primeros y son primeros quienes entonces serán últimos».
Es importante también, teniendo en cuenta la llegada y la presencia de estas personas entre nosotros, a nuestras comunidades, que seamos capaces de transmitir el amor por nuestra lengua, para que la tengan bien presente y, a ser posible, que la incorporen pronto en su día a día, sabiéndola hablar y sabiéndola escribir. Para hacerlo posible nosotros, diáconos, presbíteros y obispos, debemos protegerla, debemos mantenerla presente en nuestras celebraciones, en nuestros textos. En este sentido, y a modo de ejemplo, sería necesario poder disponer en catalán de un buen repositorio on line de los principales textos de los documentos eclesiales y del Magisterio.
Os animo a avanzar en este camino, así como a vivir con esperanza nuestro servicio esencial que no es otro que hacer presente el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, tan importante para nuestra sociedad. Me llegan peticiones de instituciones importantes del país para pedirnos presencia, así como una palabra nuestra que ayude a mejorar la situación de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes. Hay preocupación por el futuro y la Iglesia tiene mucho que aportar.
Nos reflejamos en la voluntad pacificadora que caracterizó al obispo Oliba y en su amor a los valores benedictinos que promovió: la oración, el trabajo, la lectura, la madurez personal, y la vida de comunidad. Al fin y al cabo, es el lema propuesto con motivo de este milenario: “Ora, lege, labora, rege te ipsum in communitate”.
Queridos. Confiamos estos deseos a nuestra Patrona, para que como «estrella resplandeciente» ilumine la catalana tierra y nos guíe hacia el cielo. Amén.
Última actualització: 31 octubre 2024