Homilía del Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat (5 de marzo de 2022)
Isaïes 58:9b-14 / Lluc 5:27-32
En este tiempo de Cuaresma, la Palabra de Dios se dirige a nosotros como se dirigió a Leví, que después fue el apóstol Mateo. Jesús nos dice también a nosotros: “Sígueme”. Y a nosotros nos toca hacer las tres cosas que hizo Mateo: dejarlo todo, levantarnos y seguirle. Este llamamiento y esta respuesta es para todos, aunque cada uno deba vivirlos de acuerdo con su situación personal. Muchos de los que estamos aquí lo hemos hecho en la vida religiosa, pero otros lo han hecho en el matrimonio y en la familia.
Todos somos invitados a dejarlo todo, como quien encuentra un tesoro en un campo y lo vende todo para quedarse con el campo. Todos estamos llamados a levantarnos: sí, a levantarnos de nuestra mediocridad, de nuestra postración y de nuestro desánimo, a levantarnos de nuestra comodidad y de nuestro egoísmo. Levantarse es resucitar, es vivir de nuevo, y vivir en plenitud. Todos estamos llamados a seguir a Jesús. Y seguirle implica imitarle, vivir como Él, identificarnos con él, amarle.
Hoy Jesús, a través del profeta Isaías, nos arroja un desafío muy concreto y nos dice:
“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y satisfagas el hambre del indigente, se llenará de luz tu oscuridad, y tu atardecer será claro como el mediodía”. En este mundo donde desgraciadamente la violencia y la guerra, la opresión y las amenazas, el hambre y la pobreza están demasiado presentes, el Señor nos pide que reaccionemos, que hagamos algo: partir el pan con el hambriento, desterrar de nosotros el gesto amenazante y la maledicencia.
La Cuaresma es tiempo de conversión. La Palabra de Dios nos da hoy pautas concretas para convertirnos. ¿Cómo debemos hacerlo para que nuestra luz brille en las tinieblas y nuestra oscuridad se vuelva mediodía?
Podemos entenderlo con una pequeña historia. Un hombre sabio, que tenía muchos discípulos, quiso transmitirles una enseñanza poniéndoles la siguiente cuestión: ¿Cuándo se puede decir que la noche ya ha terminado y el día ya ha comenzado? ¿Cuál es la línea divisoria entre la noche y el día? Un primer discípulo aventuró una respuesta diciendo: Cuando de lejos veo un árbol, y puedo distinguir si se trata de un manzano o de una higuera, significa que ya es de día. El maestro no dio la respuesta por válida.
Otro joven se lanzó diciendo: Cuando de lejos veo a un animal de cuatro patas y puedo distinguir si se trata de un burro o de un caballo, entonces podemos considerar que ya es de día y que la noche ya ha terminado. Tampoco el profesor validó la respuesta. Dinos, pues, oh sabio, ¿cuál es la buena respuesta? Cuando de lejos ves venir hacia ti un ser humano y no descubres a un hermano y no lo recibes como tal, es de noche en tu corazón, aunque el reloj marque mediodía y el sol brille en todo su esplendor. Pero si reconoces en todo aquél que se te acerca a un hermano, entonces el día ya ha empezado en tu vida, aunque sea medianoche.
El camino para que el día de la felicidad reine en nosotros y en toda la humanidad, es el camino de la fraternidad universal. Todos hermanos, hijos de un mismo Padre que es Dios, hacemos del mundo una sola familia donde Jesús sea nuestro hermano mayor, nuestro Señor, nuestro Salvador.
Yo os deseo a todos un buen camino cuaresmal, pero os deseo aún más una Pascua de Resurrección que sea de verdad Pascua de paz, de fraternidad y de amor.
Última actualització: 7 marzo 2022