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Domingo V de Cuaresma (29 marzo 2020)

Homilia predicada en la Basílica de Montserrat pel P. Joan M Mayol, Rector del Santuario, el 29 de marzo de 2020

Ezequiel 37:12-14  –  Romans 8:8-11  –  Joan 11:1-45

 

El tiempo de Cuaresma, que nos va acercando a la Semana Santa y a la Pascua, queridos hermanos y hermanas, nos hace entrar en una reflexión serena y confiada sobre la trascendencia de la vida humana sujeta a la muerte temporal.

Este domingo la liturgia nos propone, en un contexto de amistad, a Jesús como vida verdadera. Después de las tentaciones en el desierto y de la transfiguración, el evangelio de san Juan nos ha presentado al Señor como la mejor propuesta ante la sed de sentido que tiene el corazón humano, (la samaritana), y también como la luz más clara que, sin deslumbrar, nos ayuda a distinguir las falsedades y a desear la autenticidad de la vida (el ciego de nacimiento).

La resurrección de Lázaro es la narración con que san Juan presenta a Jesús como resurrección y vida nuestra, una vida nueva que nos viene de la comunión con el Señor resucitado, una comunión de amistad y de vida que renovaremos, muchos, aunque sea telemáticamente, en la celebración del Triduo Pascual.

Quien hace posible el don de la comunión es el Espíritu; es él, el que nos une a la vida nueva de resucitados en Cristo. Él es el que nos impulsa y anima a vivir según el evangelio, el que acompaña nuestros mejores sentimientos con la fuerza del amor que, no sin esfuerzo y sacrificio, es capaz de convertir la adversidad en un bien mayor.

Y en tanto que dejamos que habite en nosotros este Espíritu, tal como nos ha dicho el apóstol, gracias a él, que resucitó a Cristo de entre los muertos, dará vida a nuestros cuerpos mortales, es decir: dará Vida a los años que vivamos en este mundo presente, porque tal vez la gran tragedia de la vida no sea tanto la muerte, que es inevitable, como aquello de bueno que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos.

El Espíritu nos ayuda a desarrollar, ad infinitum, todo el potencial espiritual que habita en la condición humana. De hecho, toda la bondad de los hombres es fruto de la docilidad al impulso del Espíritu. Las reacciones positivas para afrontar el coronavirus están poniendo de manifiesto buena parte de todo este potencial de vida que hay en el corazón de tantas personas sean ateas, agnósticas o creyentes.

Desde el amor y la humildad de la fe, no podemos dejar de proponer, también hoy, el evangelio de Jesús a todas ellas. A los que no profesan la fe en Jesús como Hijo de Dios, les animamos a descubrir en sus palabras la mejor propuesta de vida a los anhelos más grandes, la paz del espíritu en medio de las inquietudes más profundas y el consuelo y la fuerza más potentes para transformar las angustias humanas.

La semana santa nos invita a todos los bautizados a unirnos a Jesús, a hacer nuestros los sentimientos del Hijo de Dios, para hacer esta experiencia pascual que consiste en morir a las esclavitudes que nos hacen vivir sólo para nosotros mismos, a fin de vivir en la libertad de los hijos de Dios que nos lleva a amarnos los unos a los otros como él nos ha amado. En la situación presente tendremos que vivir la Pascua confinados, si no es que estamos en el hospital, pero en todo caso, como creyentes, compartiendo la fe, el amor y la esperanza, intentando infundir serenidad y paz a nuestro alrededor, haciendo presente así, en este momento de debilidad humana que vivimos, la fuerza alentadora de la amistad con Jesús, de nuestra comunión con su misterio Pascual.

Con todo, en el mejor de los mundos que podamos construir siempre estará presente la muerte, no hay ninguna vacuna contra la muerte. Si Cristo, por el Espíritu, vive realmente en nosotros, también, como él, experimentaremos la libertad del amor de Dios en nosotros y podremos aceptar la muerte temporal desde la confianza en la promesa de vida de aquel que ha resucitado verdaderamente de entre los muertos: Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.

Esta es la fe de la Iglesia. Como los santos que nos han precedido, ahí tenemos puesta toda nuestra esperanza y de ahí se nutre toda nuestra fortaleza. A semejanza del salmista, sin embargo, nos toca de esperarlo como los centinelas esperan la aurora: deseándolo en medio de la oscuridad como de una larga noche de invierno, pero con la seguridad de que, a pesar de su extensión, la noche no podrá ahogar la gozosa luz santa de su amanecer.

Última actualització: 17 abril 2020