Contra ti, contra ti solo pequé. La liturgia del Miércoles de Ceniza, hermanos y hermanas, nos ofrece el salmo 50 para la oración comunitaria e individual. Lo hemos cantado como respuesta a la primera lectura y lo volveremos a cantar durante la imposición de la ceniza.
Este salmo expresa la conciencia del pecado y del perdón. Por eso empieza pidiendo: Misericordia, Dios mío. Y luego va oponiendo dos realidades: Dios y el pecado. Dios, con su amor, su ternura, su benignidad, su paciencia, su fidelidad, su bondad por miles de generaciones (cf. Ex 34, 6-7). Y el pecado, que es falta de correspondencia a esta bondad divina, que es rebelión contra el plan de Dios, y que supone un alejamiento y hasta una ruptura en la relación personal establecida en la alianza. Esta alianza, Dios la ha hecho con cada uno de nosotros desde el bautismo.
En nuestra situación de pecadores, no podemos apelar a ningún mérito nuestro para obtener el perdón, la liberación, la purificación. Sólo podemos apelar al amor de Dios, a la compasión que este amor le suscita ante nuestra debilidad, ante nuestro pecado, ante nuestra culpa. Por eso, ya desde el inicio del salmo apelamos: Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito. La raíz del perdón que Dios nos ofrece, es, por tanto, su amor y su misericordia. Un amor y una misericordia que han alcanzado su cima en Jesucristo, él es la presencia en medio de la humanidad del Dios rico en misericordia (Ef 2, 4).
Ante esta bondad y de este amor salvador de Dios manifestado en Jesucristo, sólo hay una opción fundamental cuando constatamos el mal que hemos hecho. La opción de repetir con el salmista: yo reconozco mi culpa. Es decir, hay que tomar conciencia del daño que hemos hecho de obra o por omisión, de la indiferencia con que hemos vivido el amor entrañable de Dios, la caridad fraterna, la promoción de una sociedad más justa; hay que tomar conciencia de nuestras opciones, pequeñas o grandes, contra el camino que nos propone la palabra de Jesús en el Evangelio. Es precisamente lo que la Iglesia nos pide hacer en este Miércoles de Ceniza, al inicio de la Cuaresma: tomar conciencia de que somos pecadores. Y que el pecado no es sólo prescindir de un mandamiento, sino sobre todo romper un pacto de amistad, herir un amor. También el pecado contra un hermano o una hermana, la violación de sus derechos y de su dignidad, es un pecado contra Dios; de ahí la frase del salmo: contra ti, contra ti solo pequé, también cuando hemos hecho daño a otro, cuando, aunque no sea materialmente, hemos derramado su sangre. En la perspectiva del Nuevo Testamento, Jesús lo deja bien claro: todo el bien que hicisteis a uno de estos, también conmigo dejasteis (Mt 25, 45). Por eso san Pablo podía decir: cuando pequéis contra los hermanos […], pequéis contra Cristo (1Cor 8, 12).
Hoy la Iglesia nos invita a tomar conciencia de nuestra realidad pecadora, de la distancia que hay entre lo que somos y lo que Dios esperaba de nosotros cuando nos creó con tanto amor y nos incorporó a Jesucristo por el bautismo para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos […], para que fuéramos alabanza de su gloria (Ef 1, 4.12).
Para salir de esta situación de pecado a nivel personal y a nivel de relación con los demás, la Iglesia, por medio del salmo 50, nos llama a hacer tres cosas. Primero, a reconocer nuestro pecado; en segundo lugar, a invocar confiadamente la misericordia de Dios; y, en tercer lugar, a abandonarnos a su amor para que no nos eche de su presencia. Debemos hacerlo desde lo más íntimo de nuestra conciencia, con una decisión libre y personal, tal como hace el salmista: yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: […], cometí la maldad en tu presencia. Entonces el fruto de la pasión de Jesucristo nos será dado como perdón, como gracia renovadora de nuestra existencia, por lo que el Señor creará en nosotros un corazón puro y hará renacer en nosotros un espíritu firme. Nos devolverá el gozo de la salvación que nos moverá a una fidelidad nueva y a ser testigos del amor y del perdón de Dios. Y a partir de la experiencia del perdón recibido, podremos proclamar su alabanza, y enseñar a todos los caminos del Evangelio, que son los caminos de la alegría, del amor y de la paz.
Esta conciencia de ser pecadores, esta voluntad de acoger el perdón de Dios confiando sólo en su amor, la decisión de vivir durante estos días de cuaresma un proceso espiritual de conversión, nos llevan ahora a recibir la ceniza sobre nuestra cabeza. Este gesto, siguiendo las enseñanzas de la Biblia, expresa el arrepentimiento del pecador y su voluntad de convertirse de corazón a amar a Dios y al prójimo. Es precisamente lo que queremos hacer en esta Cuaresma acompañados por la Palabra de Dios, por la oración y por la gracia de los sacramentos.
Este año, además, nuestros obispos de las diócesis con sede en Cataluña, quieren que dedicamos este día de oración y de ayuno a hacer penitencia por el mal que han hecho y hacen los casos de abusos –sexuales o de otro tipo- a menores; piden que dediquemos el día de hoy a rezar por las víctimas para que puedan ser curadas de las heridas profundas que han sufrido, y a pedir una conversión de todos los bautizados que propicie una reforma interior en profundidad que nos ayude a crecer más y más en la vida en el Espíritu.
Con estas actitudes acerquémonos a recibir la ceniza y adentrémonos en el camino cuaresmal. Entonces la verdad volverá al fondo de nuestro corazón, reencontraremos los gritos de fiesta, y seremos aptos para ofrecer la ofrenda de Jesucristo en el altar de Dios.
Última actualització: 5 febrero 2020