5 de enero de 2020
Juan 1, 1-8
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia y las lecturas de este segundo domingo de Navidad no hacen que nos relajemos sino que mantienen en nosotros constantemente viva la alegría de estos días del nacimiento de Cristo entre nosotros. Estamos aún en pleno ciclo navideño y vísperas de la Epifanía del Señor.
La Misa de hoy nos trae ecos de aquella que celebrábamos solemnemente el día de Navidad. El mismo Evangelio y la antífona del salmo repite el prefacio, nos recuerdan que Dios quiso y quiere habitar con nosotros. Hoy es una segunda parte, un intermedio de la gran fiesta, que podemos aprovechar para orar y vivir más lenta y tranquilamente el misterio de amor: “Que Dios está con nosotros, en el silencio tranquilo de la noche”. Sí, hermanos y hermanas, hoy es también tiempo Navidad, ¡Vigilia de la Epifanía!
A pesar de nuestra pequeñez, a pesar de ser minoría en una sociedad anticristiana -sólo tenemos que ver el pseudo-pesebre de la plaza Santiago de Barcelona-, una nueva Luz estalla en la oscuridad y nos abre los ojos: es la Luz de Amor de Belén que sobrepasa todos los límites de nuestra sociedad del dinero y bienestar. Esta Luz penetra y nace dentro de lo más profundo de nuestro corazón humano. Jesús nace nuevamente en nosotros y está presente en nuestra vida: “El verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo”.
Aquel pequeño Niño de Belén, que todos llevamos dentro de nuestro pequeño corazón, que en estos días revive y nos renueva interiormente para así darnos nueva vida, con el fin de fortalecer y hacer revivir nuestra fe, plantada en lo más íntimo de nosotros mismos. Pero, sin embargo, lo que pasa es que muy a menudo cerramos los ojos y los oídos, y no vemos la luz, ni queremos oír la Palabra por voluntad propia, como aquel que cierra los ojos a la luz estrepitosa del sol del mediodía para no ver su inmensa claridad. Sí, Cristo es la Luz Infinita del Sol que viene del Cielo, y nosotros tenemos que ser luz para nuestros hermanos y hermanas, que son imágenes de Dios.
El Evangelio según San Juan, de este segundo Domingo de Navidad, nos dice que la Palabra no es un concepto, sino una realidad, una persona que vive y que está con nosotros: Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios, y a todos nosotros nos toca ser palabras de Vida, para todos nuestros hermanos. “Y la Palabra se hizo hombre y plantó entre nosotros su tienda”.
La Palabra es el don precioso con el que nos comunicamos unos con otros. Por ella conocemos lo que pensamos, lo que nos mueve y lo que nos motiva. Manifiesta nuestra alegría y nuestra admiración: nuestro amor, nuestro respeto y, también, nuestro mayor desprecio y odio. La palabra es performativa, ya que podemos mandar: construir y destruir o interrumpir una persona con la palabra aún en la boca. Podemos mostrar nuestra alegría o nuestro dolor. La Palabra expone abiertamente nuestro más íntimo ser humano.
Hoy día, ¿sabemos encontrar, con nuestras limitaciones normales, las palabras adecuadas, pertinentes, oportunas y respetuosas, para hacer revivir la fuerza viva de la Palabra? ¡En el mundo de la política y de la justicia seguro que no!
Hermanos y hermanas, todavía es Navidad, Luz Infinita de la Palabra Viva. ¡Y de Amor Total! “Verbum caro factum est”. Es la víspera de Reyes: ¡oro, incienso y mirra al Señor Manifestado! ¡Santa Epifanía de todo corazón y buena fiesta!
Última actualització: 4 febrero 2020