Hoy, día 30 de diciembre, celebramos la festividad de: el papa san Félix I; de los obispos san Anisio y san Rogelio; y de santa Judit.
San Félix I, papa
Fue el 26º papa de la Iglesia, del 269 al 274. Su pontificado coincidió con el emperador Aureliano, quien había abandonado las persecuciones. Ratificó la deposición que había aprobado el concilio de Antioquía del obispo Pablo de Samosata (aunque el emperador lo había respaldado), defendiendo la doctrina sobre la Trinidad y la Encarnación: afirmando “la divinidad y la humanidad de Jesucristo” y las “dos naturalezas distintas en una sola persona”. Ordenó enterrar a los mártires bajo los altares de los templos y celebrar misa sobre sus sepulcros. Hacia el final de su pontificado, Aureliano retomó la política de persecuciones que acabaron con su vida el 30 de diciembre de 274.
San Anisio de Iliria, obispo
El papa Dámaso envió al santo obispo Anisio a Iliria, donde tomó posesión de la sede de Tesalónica. En una época de grandes tensiones eclesiales, disputas doctrinales y herejías, actuó como defensor de la ortodoxia y del vínculo con Roma. Defendió a san Juan Crisóstomo, considerando que su exilio era ilegítimo y solicitando al papa que interviniera en su defensa, favoreciendo el apoyo occidental a Crisóstomo. Reforzó la idea de que la Iglesia no debe someterse a los abusos del poder civil. Murió en Tesalónica alrededor del año 406.
San Rogelio de Canne, obispo
Nació alrededor del 1060 en Canne, en la región italiana de Apulia. Las convulsiones políticas y militares de la época, como la expansión normanda al sur de Italia, ocasionaron grandes destrucciones en la ciudad. Su ministerio episcopal se caracterizó por una combinación de austeridad personal, caridad, dedicación a los pobres y la reconstrucción espiritual y material de la diócesis. Su residencia episcopal se convirtió en hospicio permanente para pobres, peregrinos, viudas y huérfanos. A menudo iba descalzo por los campos buscando limosna para los necesitados. Aplicó la reforma gregoriana que regeneró la vida eclesial.
Murió el 30 de diciembre de 1129 en su diócesis de Canne. Su cuerpo fue trasladado en 1276 a Barletta, obteniendo gran popularidad y veneración. Iconográficamente se le representa con vestimenta episcopal, báculo y un águila: según la leyenda, mientras peregrinaba descalzo al Monte Gargano en un día de intenso calor, un gran águila lo cubrió con sus alas.
Santa Judit, viuda del Antiguo Testamento
Su historia aparece en el libro homónimo del Antiguo Testamento, considerado deuterocanónico por la Iglesia, aunque apócrifo para el judaísmo y varias tradiciones reformadas. Está ambientada en tiempos post-exílicos, probablemente en el siglo V a.C., y narra la lucha del pueblo de Israel por su libertad frente a naciones enemigas.
Santa Judit era una viuda israelita, virtuosa, inteligente y valiente de la ciudad de Betulia. En un momento de amenaza por parte del general asirio Holofernes, que estaba a punto de rendir la ciudad mediante el hambre y el miedo, Judit, con su fe y astucia, se viste elegantemente y, fingiendo desertar, consigue infiltrarse en el campamento enemigo y ganarse la confianza del general. Cuando él, embriagado, queda solo con ella, la santa aprovecha el momento para decapitarlo con su espada y regresar a Betulia con su cabeza como trofeo victorioso. La muerte del general provoca la huida de los asirios y la liberación de Israel.

