Hoy, día 4 de diciembre, celebramos la festividad de: san Juan Damasceno, presbítero y doctor; y santa Bárbara, mártir.
San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia
Nacido hacia el año 650, poco después de la conquista árabe de Damasco, era de familia árabe cristiana, hijo de un alto funcionario del califa, y trabajó como su padre en la administración pública. Hacia el año 700, sin embargo, eligió la vida ascética: dio sus bienes a los pobres, liberó a sus siervos y peregrinó por toda Palestina, hasta que finalmente se retiró al monasterio de San Saba en Jerusalén, donde fue ordenado presbítero y se dedicó a escribir y predicar. Devoto de la cultura bizantina, escribió en griego, y es considerado uno de los más grandes teólogos orientales; destacan especialmente sus escritos durante la polémica iconoclasta, en los que defendió el culto a las imágenes y también compuso bellos himnos sagrados. Murió hacia los cien años a mediados del siglo VIII. Fue proclamado doctor de la Iglesia en 1890.
Según una leyenda oriental muy difundida y sin rigor histórico, san Juan, mientras residía en la corte, fue acusado de traición y, como sentencia, le cortaron la mano derecha. Nuestro santo rezó insistentemente a la Madre de Dios representada en una icono, y ella escuchó sus oraciones y le reimplantó milagrosamente la mano. En agradecimiento, el damasceno mandó hacer una mano de plata y la añadió a la icono, dando origen al culto oriental de la Virgen de las Tres Manos.
Santa Bárbara, mártir
Es una mártir probablemente del siglo III, que nació y murió en Nicomedia (actual Turquía), y fue muy venerada en la Edad Media debido a la leyenda de su martirio. Según una tradición muy antigua, era hija de Dioscoro, rey de Nicomedia, un pagano que odiaba a los cristianos. Cuando supo de la conversión de su hija, no dudó en encarcelarla en una torre y denunciarla ante la justicia por impiedad hacia los dioses paganos y adhesión al cristianismo. Tras sufrir muchos suplicios, finalmente su padre se ofreció a decapitarla.
La tradición cuenta que justo después de ser muerta santa Bárbara a manos de su padre, el castigo divino no se hizo esperar: un rayo lo fulminó “sin que quedaran siquiera cenizas”. Por eso es patrona de bomberos, artilleros, mineros, artificieros y personas relacionadas con la pirotecnia. Antiguamente, en los almacenes de explosivos siempre había una imagen o una pequeña capilla dedicada a la santa, por lo que estos almacenes acabaron siendo conocidos simplemente como “santabárbara”.

