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3 de octubre de 2025 San Francisco de Borja, san Gerardo, san Dionisio el Areopagita y san Virila de Leyre

Hoy, día 3 de octubre, celebramos la festividad de: san Francisco de Borja, presbítero; san Gerardo, presbítero; san Dionisio el Areopagita, obispo; y san Virila de Leyre, abad.

San Francisco de Borja, presbítero

De la familia Borja, nacido en Gandía en 1510, se casó con Leonor de Castro, tuvo ocho hijos y llegó a ser lugarteniente de Cataluña. Fundó en Gandía, su ciudad natal, la primera escuela de los jesuitas. Sin perder influencia en la corte, renunció a sus títulos y cargos y, una vez viudo, ingresó en la Compañía de Jesús para servir “a un Señor que no podía morir”. Fue el tercer prepósito general de la Compañía y durante su mandato la reorganizó y consolidó, a la vez que le dio una gran expansión en Europa y en los países de misión. Dos grandes líneas destacan de su gobierno: la educación de los jóvenes mediante la creación de numerosos centros educativos, para los cuales creó la famosa Ratio Studiorum, código pedagógico de la Compañía; y las misiones: “los que van a las misiones no deben imaginar que van a bautizar a miles de indios, sino a padecer por nuestro Señor y a aprender lenguas bárbaras”. Aunque las Leyes de Indias prohibían la esclavitud, en la práctica era tolerada, por lo que Borja ordenó: “En adelante no se tendrán en nuestros colegios, casas y misiones esclavos, aunque a otros se les permita”.

Destacó por su austeridad de vida y oración: “el auténtico valor de los bienes que poseemos debemos buscarlo en los mandamientos de Dios”. Murió en Roma en 1572 y fue canonizado en 1671.

San Gerardo, presbítero

Fue un laico que, formado en la abadía de Saint-Denis en Francia, decidió en 919 edificar en sus tierras de la población de Brogne (actualmente llamada Saint-Gerard), al sur de la actual Bélgica, un monasterio realmente fiel a la regla benedictina. Ordenado presbítero, trabajó en la reforma de un buen número de monasterios de la región flamenca y cercanos, hasta su muerte en 959.

San Dionisio el Areopagita, obispo

Nació en el siglo I d.C. Contamos con pocas fuentes documentales sobre la vida de este santo griego. La primera y más importante es el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se explica que cuando san Pablo predicó en Atenas, logró convertir a Dionisio, que era juez del tribunal más importante de la ciudad, el Areópago. Una vez convertido, Dionisio se dedicó a predicar la palabra de Dios por toda Atenas y finalmente se convirtió en el primer obispo de la ciudad. Las mismas fuentes afirman que murió mártir hacia el año 95, durante una de las primeras grandes persecuciones contra los cristianos decretadas por el Imperio romano.

San Virila de Leyre, abad

En el monasterio de San Salvador de Leyre, en Navarra, en el siglo X, ingresó siendo joven, introduciéndose en la vida de oración y comunitaria. Allí llegó a ser abad, donde introdujo la reforma monástica.

Su nombre está ligado a una fascinante leyenda: nuestro monje, atormentado por no poder entender el misterio de la eternidad, un día de primavera, después de maitines, salió al bosque a meditar. De repente, entre el follaje de los encinares, escuchó un ruiseñor, cuyo canto lo absorbió hasta caer en un profundo sueño. Al despertar, todo le parecía cambiado, hasta que logró regresar al monasterio. Al llegar, vio que la pequeña iglesia se había convertido en un gran templo y el monasterio había crecido misteriosamente. Allí encontró a un monje cisterciense que le preguntó: “¿Qué desea, padre?”, y él respondió que era el abad Virila. Consultando los archivos, descubrieron que aquel abad había desaparecido una mañana en el bosque mientras meditaba, hacía trescientos años, y nunca más se supo de él. Reunidos los monjes para rezar, cantaron el salmo 89; al llegar al versículo que decía: “mil años ante tus ojos son como un día que ya ha pasado”, entró al templo un ruiseñor con un anillo en el pico y lo colocó en el dedo de Virila. Entonces escuchó la voz de Dios que le decía: “Si el canto de un simple pájaro puede entretener tres siglos a un hombre, ¿qué no será capaz de hacer la luz divina del Salvador?”

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