Hoy, día 28 de septiembre, celebramos: la festividad de san Wenceslao, mártir; de san Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires; y del beato Francisco Castelló y Aleu, mártir.
San Wenceslao, mártir
Wenceslao nació en Praga en el año 907, y siendo muy joven se convirtió en duque de Bohemia (actual República Checa). Cristianizó su país, pero su estilo de gobierno no fue aceptado por su hermano menor, Boleslao, quien lo mandó asesinar en el año 935. Llevó una vida de gran austeridad en medio de una corte de costumbres brutales. Fue rápidamente venerado como mártir, recordado por su ejemplo de vida y su deseo de buen gobierno, en una época en que ambos eran escasos.
Daba limosna a los pobres, vestía a los desnudos, alimentaba a los hambrientos y acogía a los peregrinos. Amaba a todos los hombres, tanto ricos como pobres. Su tumba, en Praga, pronto se convirtió en un centro de peregrinaciones.
San Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires
Hoy conmemoramos el martirio, ocurrido entre 1633 y 1637, de dieciséis cristianos que murieron bajo crueles torturas en Japón. Todos eran dominicos o estaban vinculados a la familia dominicana: nueve japoneses, cinco españoles, un francés y un italiano. El cristianismo, inicialmente tolerado en Extremo Oriente, comenzó a ser visto como una amenaza por el rápido crecimiento de fieles gracias a la labor de los misioneros. En 1633, el shōgun japonés decretó la persecución y encarcelamiento de todos los cristianos.
Lorenzo Ruiz destaca especialmente en el calendario litúrgico por ser el primer santo filipino. Nacido en Manila, fue un laico casado y padre de tres hijos. Colaboró con los dominicos en la evangelización del Japón hasta encontrar el martirio cerca de Nagasaki en 1637. Fueron canonizados en 1987.
Beato Francisco Castelló y Aleu, mártir
Nació en Alicante en 1914. Ese mismo año, tras la muerte de su padre, su madre regresó con sus tres hijos a Lérida, donde tenían casa y familia. Francisco estudió en el colegio de los Hermanos Maristas y luego en el Instituto Químico de Sarrià. Compaginó su trabajo en una empresa de Lérida con una intensa actividad apostólica: fue miembro de la Congregación Mariana, de la Acción Católica y posteriormente de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña.
En julio de 1936 fue detenido y encarcelado. Juzgado en un proceso sumario por un tribunal popular en la Paeria, confesó su fe con un “sí, soy católico”. El presidente le preguntó si quería defenderse, y él respondió:
“No es necesario. ¿Para qué? Si ser católico es un delito, acepto gustosamente ser delincuente, ya que la mayor felicidad que puede encontrar el hombre en este mundo es morir por Cristo. Y si tuviera mil vidas, las daría sin dudar un momento por esta causa”.
Murió mártir en el cementerio de Lérida, la medianoche del 29 de septiembre de 1936.
Fue beatificado en 2001. De él nos quedan tres cartas conmovedoras, escritas momentos antes de su martirio, que, en palabras de san Juan Pablo II, “son ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, y modelo de coherencia entre la fe profesada en la vida y en la muerte”.